UNO

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Todo estaba en llamas y los lamentos se escuchaban por cada rincón, el aire estaba caliente y la vez frío. Pero se trataba del inframundo, que más se podía pedir.

El príncipe caminaba con calma a lo largo del pasillo en dirección a donde se encontraba el gobernador de la oscuridad, Satanás. Una vez llegando a su destino y encontrándose frente a frente con el príncipe que años atrás lo desterró de este lugar por su error, este príncipe lo miraba indiferente sin ninguna expresión en el rostro.

-¿Haz aprendido la lección?- pregunta calmo y con sus aires de grandeza.

-Bueno viejo, fueron trecientos años que me tuviste fuera de aquí... por supuesto que he aprendido muchas cosas y entre esas esta tu supuesta "lección".

-Bien, desde ahora quedas integrado nuevamente y tus 40 legiones te serán de vueltas.- El demonio cuestionado se gira con intenciones de irse pero nuevamente el mayor lo detiene. -Si me vuelvo a enterar de tus ridículos planes seré yo mismo quien te convierta en la ceniza eterna Amon, ¿entiendes?

-Lo entiendo perfectamente Lucifer, no habrán nuevas sorpresas.- finalmente sale de la gran sala en dirección a lo que trecientos años atrás fue su trono, trono que después de tanto tiempo pudo recuperar. Y no se arriesgaría a perderlo otra vez, incluso si eso implicaba no conocer jamás a su hija mortal.


Mucho tiempo después...


-¡RÁPIDO GAIL!- grita la rubia chica a la vez que corría desenfrenada por los vacíos pasillos de la escuela.

-¡CORRO LO MÁS RÁPIDO QUE MIS MALDITAS PIERNAS LO PERMITEN!- devuelve el grito una ya furiosa Gail.

Ella y su rubia amiga habían tardado más de la cuenta en arreglarse para el gran evento, su graduación. Hoy después de 18 años de estudio por fin saldría de la escuela y podría trabajar junto a su madre en el centro de rehabilitación, porque esta joven chica desde temprana edad había crecido rodeada de gente con complejas adicciones y su pasión era ayudar en su recuperación para que por fin pudiesen llevar la vida sana que desde un inicio debieron tener.

-Ven por aquí... se nos paso mucho el tiempo.- dice la rubia.

-Eso me suena a manada, yo estuve lista desde temprano por tú culpa y la de tu maldito novio llegamos tarde... si querían echar un polvo sin importar el tiempo que quedaba me avisabas y me venía sin ti.- Gail siempre había poseído una muy corta paciencia, se exasperaba con facilidad y aunque ella intento cambiarlo muchas veces simplemente no lo pudo conseguir, es por eso que quería trabajar junto a su madre en el centro puesto que era el único lugar que mantenía calmo su complicado temperamento.

Ambas permanecieron en silencio una vez llegaron al gran salón de fiestas en donde se llevaba a cabo la ceremonia, este ya estaba lleno de los padres de cada uno de los estudiantes que hoy se graduaban. Silenciosamente las dos chicas se posicionaron en la fila correspondiente a su curso.

Y así pasaron un par de horas hasta que por fin todos recibieron sus diplomas, todos estaban listos para ir a celebrar a la casa de uno de los chicos más populares de la escuela, todos menos nuestra pequeña Gail.

-Vamos Gail, me dijiste que irías.- exclama molesta su amiga.

-Si, pero antes de casi perderme mi propia graduación Romina, ve tú... esos no son mis ambientes, además estoy cansada solo quiero llegar a casa y recostarme junto a mamá.

-Pero yo te lo estoy pidiendo por favor Gail.- ruega nuevamente Romina y Gail ya comenzaba a exasperarse.

-Te he dicho que no Romina, no son mis ambientes y no tengo en absoluto ganas de ir, detesto a esa gente creída y sobre todo detesto que tú siendo mi amiga no respetes mi decisión.

La Hija ProhibidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora