Final

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Las palabras que ingresaron por mis oídos casi me perforaron el cerebro. Sentía que todo era un sueño y realmente tenía miedo de despertar, por lo que no lo dudé y me acerqué a él y lo besé notando el sutil sabor del vino del banquete en su boca, y mordí sus labios hasta que soltó un quejido mientras apretaba mis mejillas. Me di cuenta que probablemente le había hecho daño, pero no sabía como explicarle que debía confirmar que lo que mis ojos estaban viendo era real.

— ¿Qué ocurre? —preguntó cuando por fin lo solté y pudo verme a los ojos— ¿Por qué tan impaciente? Tenemos todo el tiempo del mundo ahora...

Suspiré profundamente al escuchar esas palabras.

— No, claro que no. —gruñí rodeándolo por la cintura con mis brazos— Estoy impaciente porque hay demasiadas cosas que quiero hacer contigo, y ni todo el tiempo del mundo me alcanzaría para poder cumplirlas. —en ese momento lo cargué al estilo nupcial provocando un notorio sonrojo en sus mejillas, y para cuando quiso reprochar mis acciones, me adelanté velozmente a sus palabras— Siempre quise hacer esto... —susurré sonriendo mientras caminaba en dirección al apartamento, sintiendo como sus brazos se aferraba fuertemente a mis hombros y me miraba— Y estoy feliz de poder hacerlo contigo ahora.

Abrí la puerta del apartamento e ingresé todavía sosteniéndolo en mis brazos y sabiendo que ese momento era muy real y que estabamos comenzando una etapa que sería seguramente difícil, pero quería iniciar de una buena forma, por lo que no me apresuré en guiarlo a algún sitio. Caminé a mi ritmo por el que sería nuestro hogar desde ese momento porque quería que sintiera que era tan real como lo habíamos imaginado.

Su risa rompió el silencio de la noche y justo cuando iba a preguntarle el porqué de las carcajadas, sus manos acunaron mi cara con delicadeza y me atrajo hacia él para besarlo. Él bajó sus pies en busca del suelo y una vez de pie, me abrazó muy fuerte sin romper el beso.

Fue entonces que me di cuenta que no había motivos ocultos detrás de su risa más que la felicidad que yo también estaba sintiendo.

Y nos reímos como como dos desquiciados enamorados que por fin eran libres de amar.
Y nos amamos, como siempre quisimos vivir.
Y vivimos sin medir la vida o el amor que nos profesamos.

Ese día besé a mi amado, le hice el amor y más que nada me hundí en la profundidad de su corazón, recordando que en un principio no lo había entendido. Cuando él me habló de ser la persona con la que yo cumpliría mis sencillas metas de vida lo vi tan lejano e imposible, pero mientras aspiraba el aroma de su piel y la marcaba con mis labios, enredandonos entre las sábanas, supe que no podría ser nadie más que él. Y a partir de ese día, las cosas fueron diferentes para ambos.

No hay felices para siempre en la vida real. Sólo hay días buenos y días malos.

En varias ocasiones desperté teniéndolo a mi lado, sonriente mientras preparaba panqueques, hablándome de lo feliz que estaba de haber aprendido alguna nueva receta en el curso de repostería al que se apuntó meses después del inicio de nuestra vida matrimonial, y los planes que tenía para hacer en la tarde junto a mi madre y sus padres en la cafetería mientras yo volvía. Pero en otras me desperté en medio de la noche, viéndolo llorar desconsoladamente en una esquina acurrucado como un perrito callejero indefenso deseando morir.

Y en realidad nunca me molestó, porque en cada una de esas recaídas siempre fui yo quien estuvo a su lado, y quien a pesar de toda mi inexperiencia supe como hacer que mi preciosa perla brillara una y otra vez sin descanso.

Con el pasar de los años, las situaciones se volvieron más llevaderas, las tristezas menos profundas y las ambiciones más grandes.

Ambos crecimos en todos los aspectos.

Aunque debo admitir que de vez en cuando me ponía celoso hasta las orejas de ver la popularidad con la que mi chico se desenvolvía en la cafetería que sus padres le heredaron con los años. Pues aunque era mío en todos los aspectos, nunca dejé de sentir que podría haber alguien más queriendo arrancarlo de mí, pero afortunadamente nunca fue el caso.

Hyungwon siempre fue del tipo de persona perceptiva, así que sin importar si era un adolescente con problemas de confusión o un adulto atravesando un problema de menor interés, siempre ha sabido qué palabras usar conmigo y cómo hacerme sentir mejor.

Cada vez que la vida laboral se tornaba difícil, él organizaba un pequeño picnic disfrazado de una caminata al parque por la tarde, acompañados de nuestra bolita de pelos y otra bolita de pelos que vino después para hacerle compañía. Nuestros padres también estuvieron presentes en cada etapa de nuestra vida y aunque a veces seguían siendo un dolor de cabeza, la verdad es que siempre han querido lo mejor para nosotros.

Y al pasar por delante de aquella cafetería, a veces me pregunto: “¿Qué sería de mi vida si hubiera tomado otro camino ese día?” y cada vez me respondo que no importa donde estuviera, jamás podría estar mejor de lo que estoy. Y eso me lo confirman cada uno de los diferentes cuadernos que Hyungwon llenó de dibujos y garabatos en todos los años que ha estado conmigo, en un intento por controlarse y no darme problemas, sin darse cuenta que estaba creando así la colección más preciada de la biblioteca en mi oficina.

Pero lo que si puedo afirmar es que no importa si se trata de Chae Hyungwon, un niño travieso que huye de la cafetería de su papá hacia los labios de un desconocido, o de Chae Hyungwon que sale de su cafetería corriendo hacia mis brazos cada tarde cuando vuelvo de mi estresante trabajo, lo amo lo suficiente como para estar dispuesto a recibir mil besos sin un porqué.

Porque sinceramente nunca me interesaron las explicaciones de un acto tan dulce.


Muchas gracias por acompañarme
hasta este punto de la historia.

Muy pronto traeré un epílogo.

Mil Besos Sin Un PorquéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora