CAPÍTULO 36

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「 . . .  」


Sebastian despertó solo en la cama de Elizabeth, por un momento se sintió ajeno al lugar, no reconoció las fotografías en la pared, ni la laptop abierta en el escritorio, tampoco el delgado suéter que descansaba en el respaldo de la silla, sin embargo, sonrió reconociendo de inmediato el aroma de su chica. Estaba impregnado en las almohadas, en las sábanas, en todo él, por un momento se olvidó de la crueldad del mundo y se permitió disfrutar del momento, disfrutar de haber despertado en la cama de Elizabeth... Rio por lo bajo negando y cerrando los ojos, cuando se conocieron jamás llegó a pensar que algo así pasaría, él despertando feliz en la cama de esa maravillosa mujer...

Un gruñido le hizo abrir los ojos y levantar la cabeza buscando el origen de aquel sonido, era Apolo quien estaba sentado en la puerta de la habitación, observando a Sebastian cual intruso en su habitación, el hombre sonrió burlón al ver la postura defensiva del cachorro.

—Acostúmbrate, enano, estaremos pasando mucho tiempo aquí los tres— dijo mientras se incorporaba.

Apolo le gruñó otra vez al verlo levantado, segundos después salió corriendo de la habitación, Sebastian divertido ni siquiera se preocupó por colocarse zapatos o algo similar, salió descalzo siguiendo al cachorro bajando las escaleras, en ese momento el aroma a tocino y huevos llegó a su nariz. Sonrió al ver a Elizabeth de espaldas a él terminando de cocinar, en la barra de la cocina ya había un plato preparado, el rubio frunció el ceño al ver eso, se acercó sin más tomando a la joven de la cintura acercándola a su cuerpo, pudo sentir el delicioso aroma y calor femenino contra él.

—Buenos días— susurró dejando unos cuantos besos en el cuello de la joven, quien cerró los ojos sintiendo la masculinidad contra sus nalgas y los besos en su cuello, sabía que si no se separaba terminaría por llegar tarde a clases y no le importaba, pero a la vez, lo ocurrido el día anterior le había dejado un hueco que deseaba llenar antes de cualquier cosa.

—Te preparé el desayuno— dijo en medio de una respiración agitada, no era inmune a los encantos del hombre y, además, lo deseaba como nunca pudo desear a alguien, imágenes sucias y sexuales se reproducían en su cabeza una y otra vez, pero no era el momento, aun no.

—Ya sé que quiero de desayuno... — respondió llevando una de sus enormes manos por el abdomen de la joven metiéndolo bajo su blusa en dirección a uno de sus senos.

No opuso resistencia, el contacto era necesario para ella, en el momento que apretó levemente su pecho por encima del sostén, Elizabeth soltó un gemido bajo antes de morderse el labio inferior.

—Llegaré tarde...— habló entre un jadeo bajo.

—Yo igual...

—No— dijo la joven decidida antes de separarse.

Sus mejillas estaban enrojecidas gracias a la dilatación de vasos sanguíneos, la razón: excitación, podía sentir sus bragas humedecidas, tendría que cambiarse antes de salir de casa, su pecho bajaba y subía como si hubiese corrido cinco vueltas a la manzana.

—¿No? — cuestionó el rubio con una sonrisa socarrona, Elizabeth podía decir lo que quisiera, pero su cuerpo denotaba otros deseos.

—Ahora no, debo ir a clases, no me gusta llegar tarde— se excusó y ante eso Sebastian no pudo hacer nada, no quería interferir en la vida de la joven, sabía cuán importante era para ella su trabajo así que lo respetaría.

—Bien, pero en la tarde te tengo para mí sola.

—Me tendrás siempre que quieras... por la tarde, o noche...

¿Dopamina o tinta?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora