La luz se cuela por la ventana de mi habitación, me cuesta muchísimo abrir los ojos, por no hablar del tremendo dolor de cabeza que tengo. Menos mal que hoy es domingo y mi día libre porque si tuviese que ir a comisaría la bronca que me llevaría sería importante, aunque siendo sincera, si hoy hubiese tenido que ir no habría salido anoche.
— No vuelvo a beber — digo en voz alta y me doy cuenta de que tengo la voz ronca, probablemente de haber gritado tanto.
La verdad es que no recuerdo nada, solo la parte en la que mis amigas y yo llegamos al local y pedimos la primera ronda de chupitos, todo lo que ocurrió después se ha borrado de mi memoria. Cuando consigo abrir los ojos e incorporarme, cojo el móvil tengo quince llamadas perdidas de Ariadna, una de mis amigas, y el grupo de WhatsApp está lleno de mensajes dirigidos hacia mí preguntándome dónde estoy. Decido llamar a Ari y me coge el teléfono al tercer tono.
— Tíaaaaa — grita. — ¿Se puede saber dónde te metiste?
— Ari, no me acuerdo de nada.
— Andrea yo lo que recuerdo fue que estabas un poco mareada y me dijiste que te ibas a tomar el aire pero después ya no volviste, por eso te llamé tantas veces.
Y ahí es cuando me viene todo.
Recuerdo que me chocaba con la gente para intentar salir de allí y justo cuando llegué a la puerta me tropecé con alguien. Lo primero que vieron mis ojos fue una camiseta negra que marcada perfectamente los pectorales de la persona con la que me acababa de chocar. Luego levanté la mirada, unos ojos marrones me miraron de una manera que me hizo estremecer, tenía el pelo oscuro y puedo decir que era el hombre más guapo que he visto. ¿Cuántos años tendrá? Debe rondar los treinta. Al ver que me había quedado callada y observándole, el chico se cruzó de brazos, lo que hizo que mi vista se dirigiese ahora hacia sus enormes bíceps, y carraspeó.
— Esto... Yo... Lo siento — me disculpé y él se apartó para que yo pudiese salir.
Antes de perderme entre la gente que se acumulaba fuera me di la vuelta para verle y me choqué con sus ojos, los cuales no habían apartado de mí, yo giré la cabeza rápidamente muerta de vergüenza.
— Ari, creo que la he liado.
— ¿Qué hiciste, amiga?
— Me he tirado a un chico que conocí en la puerta de la discoteca.
— ¿¡Qué!? ¡No me lo puedo creer! Jamás me lo hubiese imaginado, menos viniendo de ti. Espero que estuviese bueno.
— Dios mío — me lamento.
— Tía relájate, sé que sigues siendo la poli responsable de siempre pero esas cosas pues pasan. Además no sabes ni quién es, así que todo quedará en una anécdota.