-¡Buenos días familia!-Ryan atravezó la rústica puerta principal con una eufória atípica en él.- ¿Qué tal el día de hoy?
-Hijo, eso sonó a todo menos a una pregunta.-dijo la señora Gloria, recostada al espaldar de la silla, pelando con aburrimiento una cabeza de ajo.- ¿Se puede saber qué te pasa? Deberías ayudarme aquí, llevo toda la mañana con las cáscaras de los ajos adheridas a las yemas de los dedos.
Ryan soltó una carcajada.-Mamá, a qué no adivinas quién llegó.
Gloria suspiró, dejó el cuchillo con el que pelaba los ajos sobre la mesa y elevó sus marrones ojos hacia su hijo.
-¿No crees que estás ya bien grandote para andarte con adivinanzas?
-Saludos.-una voz femenina se oyó a través de la puerta. Desde el umbral emergió la fina y clásica figura de la mismísima duquesa diabólica del bastón de hierro. Aquel mote lo había ganado sin esfuerzo alguno, ya que todos le temían debido a su cara de bruja y su exigente carácter.
-Otra mala noticia.-dijo Gloria, apoyando la pálida frente sobre la palma de su mano. La presencia de aquella excelentísima figura, posando las suelas de sus botines de cuero sobre aquel parquet cochambroso, como ella misma lo llama, siempre indicaba malas noticias para la feliz familia.-Buenos días señora Hans. Adelante, suelte la bomba, estoy lista.
La elegante señora hizo una mueca de un asco profundo.-Este parquet es horrible. Querida Gloria, ¿hasta cuando me estarás llamando Hans?
Gloria elevó los hombros. La llamaba por su apellido de casada porque realmente no sabía su nombre. Tampoco es que se haya interesado por conocerlo.
-Da igual.-dijo la señora Hans, impulsando sus rizos castaños hacia atrás con su intrínseco aire aristocrático.-Esta vez no vengo con malas noticias, ¿no es así, querido?-dirigió sus ojos al joven Ryan, quien reposaba su cabeza, bañada por aquellos despeinados y familiares rizos marrones, sobre la mesa.
La señora Hans la golgeó impetuosamente con la palma de su mano, enfundada por su extravagante guante de diseño.
El joven pegó un respingo y despegó de golpe la cara de la mesa.
-¿Qué, qué pasó?-dijo Ryan, removiendo su cabello con deseo.
La señora Hans carraspeó.-Se quedó dormido en un segundo, no lo entiendo.-se dijo a sí misma.-Estaba por comentarle a tu madre...
-Ah, sí, lo que me dijiste esta mañana.
La señora elevó su bastón y le propinó al joven un golpecito en la coronilla.-No me interrumpas.
Ryan abrió mucho los ojos mientras palpaba con cuidado su cabeza.
-He venido aquí, para informarles que voy a llevar a mi nieta a la casa de campo de mi marido. Me han informado que tiene problemas controlando el ópalo en su cuerpo. Tal vez un tiempo entre los árboles que tanto ama, le sirva de alguna ayuda.
La señora Gloria escuchó las palabras de su suegra con la boca abierta, y los ojos clavados en el bastón que removía juguetonamente.
-Imposible, mi hija se queda aquí.-negó Gloria con fiereza.
-Gloria por favor, no seas sobreprotectora, que no eres un tigre. ¿Y mi hijo? Vaya, menuda pregunta, debe estar temblando en alguna esquina, ¿no?
Efectivamente, no existe ser humano que tema más a aquella señora que su propio hijo, a pesar de ser de los pocos capaces de enfrentarla. Más bien, no le temía a ella, sino a la mala suerte que creía que echaba sobre las personas a su alrededor.
-Mamá, ¿qué demonios haces aquí?-dijo Arthur, cruzando los dedos hacia la señora Hans.-Vamos, vete que tienes muchas cosas que hacer, seguro.-la empujó adustamente hacia la puerta.
-Pero, pero, para niño.-dijo la señora Hans, separándose de su hijo con su acostumbrada fineza.- ¿Dónde está mi nieta?-dijo la señora, planchando su falda de seda con sus manos.-Seguro que en el tejado.-golpeó el suelo con su bastón y enfiló hacia la puerta trasera de la casa.
Como había dicho la abuela, la chica reposaba su enjuta figura sobre el tejado, mientras disfrutaba de la lectura de un libro que sostenía sobre su cabeza, cubriendo así su rostro del cálido sol mañanero.
-Sue.-la llamó la señora Hans desde el nevado pasto, usando sus manos como bocina alrededor de su boca. Tuvo que hacerlo dos veces, para lograr que la chica despegara su espalda del techo.-Qué huraña y salvaje es esta niña, de verdad.
Sue asomó su cuerpo boca arriba desde el tejado, dejando caer su cabeza hacia su abuela.
-Ah, mi nieta.-sonrió la señora, acariciando la lacia y plateada cabellera de Sue, que colgaba al viento desde el tejado.-No crees que deberías cortarlo un poco, está extremadamente largo.
Sue negó con la cabeza.-Me gusta así, odié la última vez que lo hice. El cabello corto me queda fatal.
La señora sonrió con desgano. Siempre pensó que aquella niña sería como ella, de ademanes aristocráticos y con aspecto de princesa. Puede que el exterior mostrara esas cualidades, pero el interior era todo lo contrario.
-Anda, baja de ahí antes de que me de un infarto.
Sue se incorporó bruscamente para sentarse frente a su libro, marcó la página donde se había quedado, se puso de pie y saltó sobre el césped. Ambas entraron a la casa.
-Bueno Sue, como estabamos diciendo, dejaré que tomes unas vacaciones en mi casa de campo.
-No, no puedo dejarla, es peligroso.-replicó azorada la madre.
-Yo puedo acompañarla.-dijo Ryan, levantando su mano derecha.
-No.-señaló la señora Hans.- ¿Sabes cuántos mafiosos y delincuentes persiguen el poder de esta niña?-señaló a Sue con el dedo índice.-Tiene que aprender a defenderse sola.
-Yo sé defenderme sola.-aclaró Sue fríamente, sin despegar la mirada del trozo de ópalo pulido que hacía flotar sobre su palma derecha, moldeándolo en delgadas cuchillas semejantes a las puntas de las lanzas antiguas.
-¡Mentira!-vociferaron las dos mujeres a la vez.
-Es probable que Sue sea la adolescente más valiosa y más poderosa del universo. En mi vida he visto un ópalo plateado y transparente y con semejante fortaleza como el que corre por su sangre. Y eso que llevo cuarenta y cinco años casada con un minero.
-Es lo que tienen los minerales, son muy variados.-dijo Sue, mientras ojeaba un periódico que arrebató de las manos de su padre.
-Necesita un tiempo para sí misma.-continuó la señora Hans con su argumentación.-Además, si ocurre algo fuera de lo normal, aquí tenemos a Ryan. ¿No era la teletransportación tu mejor habilidad?
-Sí, pero si la distancia es demasiado extensa...
-Nah, unos kilómetros.-lo interrumpió la abuela con un gesto de su mano.- ¿Y, Gloria, qué dices?
La madre se mostró remisa durante un segundo, mientras observaba a su hija con ojos de inseguridad. Por un momento sintió sus labios resecos, el destino le decía que debía dejarla ir, la señora tenía razón. Sue debía aprender a defenderse sola, ya que ella no estaría por siempre a su lado. Humedeció sus labios con la lengua y se decidió por fin.-Está bien, dejaré que pase un tiempo en la casa de campo.
-Oh, genial.-aplaudió la señora Hans.
-Bueno, a ver si aprende a controlarse un poco y deja de comer tantísimo.-dijo Ryan, dirigiéndole un giño a su hermana.-Allí no hay tanta comida.
Sue abrió mucho los ojos. Lanzó hacia arriba un trozo de ópalo, que luego hizo aterrizar sobre su boca, un aro de luz plateada la rodeó. Dió un voltereta inversa y se transformó en un lobo blanco de cristalinos ojos verdes, que se abalanzó raudamente hacia la puerta principal.
La señora Hans agarró bruscamente la cola de Sue para detenerla. Ella soltó un chillido.
- ¿Qué dices? No te entiendo, no hablo lobo.-dijo la señora Hans, mientras Sue se retorcia y ladraba.-Bueno, ya está todo hablado. Mañana partimos.Continuará...
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El Ópalo De Las Mil Formas
RandomSue Hans es una chica fuera de lo normal, con poderes increíbles. Su vida dará un giro inesperado tras la llegada de su abuela, quien la llevará a un lugar desconocido para ella.