Supongo que nada está bien, nada nunca estuvo bien en realidad...
Desde pequeña pasé por ciertas adversidades que no vale la pena contar... Ni vale la pena, ni es necesario ni quiero recordar. Traumas de la infancia, cosas que no le suelen ocurrir a los niños, cosas que cambian a las personas. Supongo que esa fue la principal razón por la cual fui lo que fui y por la que actualmente soy lo que soy.
Y es que nunca fui normal... Me aburrían los tontos juegos infantiles en parvulario, no entendía las patéticas y absurdas series americanas en primaria, tampoco anhelaba un novio maravilloso cómo el de las películas, no deseaba vestir a la última y verme preciosa, ni mucho menos tener los cuerpos raquíticos de las modelos; en secundaria no me gustaba salir de fiesta, y cada vez que lo hacía por la presión social de la clase sobre mí (siendo continuamente criticada por no salir), volvía a casa llorando por el agobio que ello me ocasionaba.
Por la mitad de secundaria me detectaron ansiedad, que explicaba porque me agobiaban algunas situaciones... Por desgracia, los psicólogos (o por lo menos los que yo visité) son unos auténticos incompetentes, puesto que no me decían nada sobre qué hacer o cómo parar todo esto... Así que empecé a fumar, pero eso lo empeoraba; empecé a hacer deporte, pero la competición me mataba; empecé a tomar pastillas, pero estas me daban sueño... No fue un año más tarde hasta que no encontré mi "cura". Pues en tercero de la ESO, empecé a dibujar. Parecerá una tontería, pero el hecho de crear arte con tus manos, expresarte por un medio distinto de la palabra y, de hecho, de mayor complejidad, ayudaba... Ayudaba de verdad. Para cuando iba a cuarto más o menos era capaz de dominar el dibujo a lápiz, y estaba empezando a usar pinturas, lápices de colores, acuarelas, pasteles, etc. También me abrí a otro tipo de arte sencillamente hermoso: la música. Comencé a tocar la flauta travesera; mis padres tienen mucho dinero por tanto no les importa gastarse una millonada en clases, en instrumentos, en pinturas, en lienzos... En todo lo que pueda "hacerme feliz", (aunque ellos jamás me darían cualquier muestra de cariño, absolutamente nada). Con el tiempo fui aprendiendo técnicas de meditación, porque nacesitaba una buena dosis de paz y armonía por las mañanas para poder soportar el instituto. Aquello era el más absoluto infierno; me veía obligada a estar seis horas al día, cinco días a la semana compartiendo clase con personas que, si no eran unos hipócritas o unos creídos, eran sencillamente estúpidos. Y yo me las apañaba bien tratando de marginarme en aquel lugar, pero había clases en las que nos hacían ponernos en grupo o en pareja... Pero yo sólo quería estar sola...
Y no creáis que no tenía absolutamente a nadie... Había tres personas en mi vida para aquellos entonces. Y yo no necesitaba a nadie más.
En primer lugar, estaba mi tía Rose, era la hermana de mi madre, catorce años menor que ella. Ella fue quién realmente me crío y era todo lo que yo deseaba ser. Era una mujer estricta, sí, pero muy seria y trabajadora. También prefería el trabajo en solitario por una frase que me repetía constantemente: "si quieres que algo salga bien, hazlo tú misma". Era una mujer absolutamente brillante, jamás he conocido a nadie tan inteligente como ella. También es cierto que no me proporcionó muchas muestras de cariño, pero me dio algo aún mejor: Una vez suspendí un examen y al llegar a casa (como cualquier cría) mi excusa fue "lo intenté, de verdad". Ella respondió: "Sarah, eso no me vale, eres mayorcita e inteligente de sobra como para una excusa tan tonta que no te crees ni tú. Si vas a hacer algo, hazlo bien. No lo intentes, hazlo y punto". Desde aquel momento, empecé a ser perfeccionista como ella, y comencé a ver la perfección como un arte. Un arte inalcanzable, sí, pero que se puede rozar. Y yo quería rozarlo hasta desgastarlo... Esto se veía reflejado en mi estilo a la hora de tocar la flauta, mi profesor, Spencer (un hombre de mediana edad, que había viajado por todo el mundo a lo largo de su vida y había hecho tres carreras y el conservatorio de música) estaba totalmente encantado con mi forma de tocar, de esforzarme, de ser casi, casi perfecta. Pronto hicimos buenas migas y descubrí que era un hombre fascinante, fue él quién levantó mi curiosidad por las diferentes culturas, religiones y filosofías del mundo. Pero sobre todo, por la tecnología. Su segunda carrera fue robótica (carrera en la que yo estoy actualmente), y él me enseñó uno de sus "pequeños": un robot para los desayunos. Sencillamente brillante. Tenía compartimentos para leche, azúcar, café, tostadas, cereales, vajilla, pan, mantequilla, fruta, etc. Según lo que querías desayunar, introducías un código que constaba de tres dígitos: el primero para el plato principal (tostadas con mantequilla: 6), el segundo para la bebida (zumo de naranja: 2), y el tercero para la fruta que desearas ya cortada y lavada (manzana: 4). Al introducir ese codigo (624, en este caso). Te podías ir vistiendo (también tenía el armario robotizado) mientras el robot hacía el desayuno. Añadiendo un código adicional, hasta te servía el almuerzo. Ese hombre era un genio. Además comprendía perfectamente mi situación, mi forma de ser y fue gracias a él que conocí a Dani; este daba clases de piano y la primera vez que le oí tocar se me puso la carne de gallina. Al principio se comportó como un imbécil conmigo. Lo único que hacía era tratar de adivinar mi talla de sujetador y llamarme ricitos de fuego por mi pelo rojo. Pero un día, las cosas cambiaron: perdí la calma y comencé a gritarle. Gritarle por todo lo que me decía, gritarle porque no le aguantaba, porque era un idiota, porque yo merecía respeto... Gritarle hasta que se me quebró la voz. Sin darme cuenta, había empezado a llorar, mi pulso iba a mil, estaba casi tan roja como mi cabello por la ira... Y él, él agachó la cabeza y dijo:
-No aguanto a las niñas cómo tú. Las niñas de mamá y de papá, que no han tenido que pasar por nada malo en su vida. -Alzó la mirada y la clavó en mis ojos.-Tú no sabes lo que es la vida.
Esto acabó con la poca paciencia que me quedaba y (bajando la voz) le solté esos problemas, sí, esas adversidades que no valían la pena contar... Ahí hubo una conexión...
A partir de ahí comenzamos a quedar, a hablar... Encajabamos a la perfección. Solíamos ir a las vías abandonadas con una botella de refresco y una bolsa de patatas a odiar la vida y quejarnos de la gente. Él se solía quejar de su novia, pero siempre acababa con un "y lo que más odio de ella es la forma en la que todas esas cosas que me sacan de quicio, son las que hace que no pueda dejar de quererla". Esto a mí me pareció hermoso; una forma realmente hermosa de amar a alguien.
Yo solía hablar de cómo no me importaba nadie, (salvo los tres mencionados anteriormente, claro)... De cómo jamás encontraría el amor, o tendría muchos amigos... Y de cómo me daba exactamente igual. Yo ni si quiera quería ser feliz, jamás lo había sido. Sólo quería hacer algo jodidamente grande como Albert Einstein...
Y el tiempo pasaba y cada vez nos llevábamos mejor. Y cuando terminó el verano y comencé bachillerato le dije:
-¿Sabes? No pienso esforzarme en hacer amigos en bachillerato. Prefiero estar sola.
Y así hice. Dos años pasaron y al empezar selectividad, fue cuando me enteré del nombre de la chica que se sentaba a mi lado. Marta Marezzo. Era italiana, y realmente superficial. Siempre quería ser el centro de atención, y cuando no lo era lloraba y se quejaba de que tenía muchos problemas. Atención, sus problemas eran algo como "mis padres aún no me han comprado el nuevo vestido de blah blah blah". Era muy triste y patética la chica, pero, sinceramente, no era de las peores de la clase. La vi llorando en el examen de selectividad. Siendo honesta, si te has pasado la preparación de esos exámenes por los bajos, es normal que no te salgan...
Pero esto no era de mi incumbencia, así que me limité a pensar en mi examen.
Ni siquiera estaba nerviosa. Sabía que entraría en la carrera... Y de hecho, así fue... Y ahora que se acaba el verano, y que ya tengo mis cosas en mi piso en una ciudad muy muy lejos de aquí... Ahora... Me empiezo a preocupar... ¿Qué será de mí?
Algo está claro: prefiero estar sola.
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Caminos
Non-FictionSarah, una chica bastante peculiar que ha sufrido ciertas adversidades en su vida, decide que su camino, es y ha sido siempre estar sola. Sin embargo, otro destino le depara. Al verse en una situación absolutamente nueva y desconocida para ella, S...