Capítulo 22

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Sin dolor no hay ganancia

Damien

Observo las gotas de lluvia golpear contra el cristal de la puerta doble, las nubes en su mayoría son grises o negras y están cargadas de agua. El viento sacude los árboles con fuerza y en lo único que puedo pensar es que el clima se acompasa con como me siento ahora.

Lleno de aire mis pulmones tratando inútilmente de disipar todas las emociones negativas que me abarcan.

Exhalo el humo del cigarrillo lentamente tratando de controlar lo que siento, no sé cuál emoción dejar salir primero ya que todas son malas.

Me siento vacío, molesto, como un idiota al que acaban de derrotar.

El perder el control es algo que nunca me permito pero de una manera u otra siempre lo dejo de lado cuando se trata de ella.

Un cúmulo de sentimientos me toman y no solo me hacen doler la cabeza también se me oprime el pecho.

Los recuerdos de lo miserable que ha sido mi vida me obligan a sentarme observando el clima frío que hay a fuera.

Frío. Así me siento ahora, y así me he sentido la mayor parte de mi existencia.

Las palabras de Anastasia hacen eco en mi cabeza como una secuencia asquerosa que me ha tenido despierto durante toda una semana. Por más que intente soy incapaz de pensar en otra cosa, mi mente repite y repite lo sucedido en su oficina y llego a pensar que soy masoquista pues tal cosa me lastima.

A los dos años de edad fui enviado a un internado militar para forjar mi carácter lejos de mi familia. En dicho internado mi infancia me fue arrebata como si fuera un ser insignificante que no tenía nada.

Vi partir a mis padres lejos de mí por petición de Henrik y escasas veces podía verlos.

Apenas había dejado los pañales, no tenía mucho tiempo de saber caminar cuando los juguetes fueron sustituidos por entrenamientos de combate, los cuentos que solía leerme mi madre fueron reemplazados por libros militares que tenía que aprenderme en tiempo récord.

A los cuatro años ya podía leer perfectamente, hablaba como un adolescente y no como lo que era, un niño.

Los maestros aseguraban que era un prodigio pero a pesar de ello tenían problemas con mi disciplina ya que siempre he hecho lo que se me viene en gana y por dicha desobediencia me ganaba castigos constantes.

Era golpeado por mis superiores, pasaba días sin comer absolutamente nada tan solo bebiendo agua, duraba días atado a un muro mientras el agarre de la soga me quemaba las extremidades hasta hacerlas sangrar, era encerrado en una caja de metal donde apenas podía respirar, me ponían a trotar por horas todo el campo de entrenamiento y no importaba que tan lastimando estuviera tenía que cumplir con las tareas que me fueran impuestas.

Así los pies me estuvieran sangrando, me dolieran los músculos, las extremidades no me dieran para más, tuviera las costillas rotas o me diera un ataque de asma no podía parar o eso solo aumentaría mis castigos.

Mis padres y Henrik estaban al tanto de como la pasaba en el internado pero jamás hicieron algo para sacarme de ahí pues según ellos estaba forjando mi carácter para ser un hombre poderoso.

Para mi octavo cumpleaños ya sabía utilizar armas blancas y armas de fuego, aprendí a fabricar artillería cuando fui trasladado a la academia. Con el paso de los años fui perfeccionando todo, odiaba las fallas, repudiaba la debilidad y después de los diez años era consciente que las cosas no se hacían si yo no lo disponía.

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