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Fría mañana de otoño, empezaba el día con los primeros haces de luz que entregaba el etéreo sol con lo que alcanzaba a atravesar rasgando un poco las nubes que le impregnaban un celeste opaco y profundo a los indicios del adviento de lo que sería la primera de muchas horas aún por caminar.

Empezaba un nuevo ciclo de clases y los de tercer año estaban entusiasmados. Verán, el alcanzar tercer año otorgaba una serie de libertades muy ansiadas durante los dos primeros años que podían ser resumidas en un pequeño concepto: total exploración del colegio. En general, debería sonar como una bastante aburrida porque, de todas formas, ¿qué podría tener de especial una simple escuela que te animase a explorarla de cabo a rabo? Bueno, de partida, no era ninguna escuela normal. Superficialmente, parecía una escuela cualquiera para niños multimillonarios aunque algo lejana de cualquier rastro urbano y dentro de unos cuantos kilómetros de bosque pero si eras apto para conocer lo que tramaban tales muros de piedra, como constelaciones escondidas en nuestras mentes y dibujadas entre cúmulos de estrellas aparentemente infinitas, entonces sabrías que también se enseñaba todo tipo de artes mágicas, material muchas veces relegado a sueños de autores de variadas disciplinas, y matemáticas y lengua también, por supuesto. Y era esta típica época del año donde el decano daba la bienvenida a los nuevos y, cómo no, a los veteranos y a quienes iban en camino a serlo.

-Bienvenidos... -siempre utilizando tonos dinámicos, el decano exclamó- ¡a Neucraft!

Los también típicos aplausos y vítores llegaban de mano de la apertura oficial de un nuevo año escolar. Proseguía con el usual discurso de recibimiento, hablando de las normas de comportamiento, los nuevos profesores, los horarios y todo lo demás pero lo que realmente era siempre esperado era el minuto en que despachaba al alumnado y pronunciaba las siguientes palabras:

-Alumnos de tercer año, aprovechen el resto del día pues ¡la escuela está a su disposición!

Y he aquí ese momento donde todo alumno que ya hubiese terminado su segundo año estuvo esperando durante todas sus vacaciones, y todo ese júbilo era representado por un enorme grito de euforia masiva, llevando al límite los pulmones de aquellos jóvenes en plena entrada a su adolescencia, expresando la emoción que les era otorgada el ser conferidos con la libertad de exploración y conocimiento de una escuela cuya insignia anunciaba que existen más de mil secretos por descubrir en su interior de los cuales cada generación intentó agregar unos pocos más a la lista colectiva, la cual apenas había escalado hasta el número 587 el año pasado, después de poco más de 90 años y miles de estudiantes habiendo caminados por sus interminables y laberínticos pasillos.

Abyss y Sigmund se asomaron al filo del pozo del pequeño patio del ala oeste y observaron las húmedas y erosionadas paredes del mismo por dentro.

-La lista dice que si gritas tres veces el nombre del director actual en la boca del pozo, aparecerá su firma personal -dijo Sigmund a Abyss, al erguirse junto a Abyss, ordenando su cabello rubio, largo hasta sus hombros

-A ver... -respondió Abyss, temerariamente- déjame esto a mí, Pecas. Este es un trabajo para valientes

Sigmund retrocedió y Abyss se colgó del borde, tanto que si llegaba a inclinarse un par de centímetros más hacia adelante habría sufrido una caída de la cual al menos ellos desconocían la profundidad. Abyss titubeo, con miedo, recordando la sub-lista que aparecía debajo de aquel secreto en la gran lista de secretos y que la firma de la ex-directora era un enorme conejo espectral de color rosa intenso que daba un enorme brinco desde el mismísimo interior del pozo; se preguntaba entonces cuál sería la firma del actual director.

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