—¿Por qué dices que soy carente de amor propio? —. Le pregunto—. Porque yo no lo veo de esa manera.
—No es fácil comprender la ausencia de ese amor. Porque cuando sucede, cuando finalmente llega el clic, se siente como un baldazo de agua helada. Piensas en distintos momentos de tu vida, en aquellos donde solo el amor propio podía salvarte, y entonces, llega otro balde de agua fría, peor que el anterior. Te sacude por completo la simple idea de no quererte, te deja en el suelo, débil, indefensa. Es difícil aceptar que, muchas veces, uno fue su peor enemigo.
—No quiero hablar de eso —frunzo el ceño—. Si lo describes de esa manera, prefiero que hablemos de cualquier otra cosa.
—No, Aurora. Es necesaria esta conversación.
Lo enfrento con una mirada dura y seria.
—¿Por qué quieres que me siga torturando?
—Yo no quiero eso.
—Ah, ¿no?
—No. Quiero que aprendas a quererte, pero para ello, debes repasar por algunas situaciones que has vivido. El principio del amor propio empieza por el perdón —su mano se deposita sobre mi rodilla—. Debes pedirte perdón por permitir cosas que no fueron justas.
Es escalofrío se presenta en mi cuerpo, se pasea por cada zona, hasta que se cuela hasta mis huesos y me hace estremecer.
—¿Estás diciendo que todo el dolor que recibí fue por culpa mía?
Duele hacer la pregunta, y mi voz quebrada lo hace notar.
—No. Lo que quiero decir es que has sido vulnerable y muchas personas abusaron de eso. Y ahí lo tienes, tu falta de amor hacia ti.
Un par de lágrimas acarician mi rostro, pero, así como se presentan, las borro de inmediato.
Dije que ya no iba a llorar más, sin embargo, aquí estoy, llorando otra vez. Soy un mar de lágrimas, y el hecho de que Bastián me haya dejado sola un momento, para así repasar por situaciones donde hubo carencia de amor propio, me hace entender que por más que quiera no voy a poder detener mi llanto.
Doy pena.
Me recuesto en el sofá y pongo mis ojos en el techo blanco. Solo que ahora se convierte en una enorme pantalla que me regala momentos donde, según Bastián, fui mi peor enemiga. Y donde, según otra vez él, muchas personas abusaron de mi vulnerabilidad.
Ronda, el intento de mejor amiga que tuve cuando Mónica se mudó de ciudad, es la primera persona que se presenta.
Éramos totalmente diferentes. Mientras yo era la chica tímida, callada y que prefería quedarse un sábado en casa viendo una película, Ronda era segura de sí misma, y como su cuerpo no parecía el de una chica de catorce, sino de alguien más grande, se la pasaba de fiesta con chicos mayores y se divertía con ellos.
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Señor amor (PAUSADA)
Fantasy¿Qué culpa tengo yo, el señor amor, de que otros hagan las cosas mal en mi nombre?