5. UN HOMBRE DE VERDAD

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JUAN

¡Esa perra traidora de Frida! ¡Si yo quisiera, en cinco minutos me libraría de su presencia con una llamada! Lo que la pobre infeliz no sabe, es que si a mí me llega a pasar algo, a ella se la va a llevar la chingada junto con su hermana y su papito.

Ahora resulta qué ese loco estúpido es su héroe y por eso no quiere qué nadie lo toque. ¡Con qué poco se conforma! ¡Juro, que si no estuviera aquí postrado, a los dos les ponía una arrastrada!

Cómo extraño a Davina. Para haber sabido que la iba a conocer, no me hubiera casado con esta bruja. Y mucho menos, embarazarla. Claro, eso si es cierto que el chamaco es mío, porque lo sigo dudando.

DAVINA

¡Ay, qué aburrimiento! Debería llamar a Juan, nomás por fastidiar. A veces solo quiero ver el mundo arder.

¿Cómo le estará yendo? ¿Y si se queda tullido? Sería una pena, porque no es tan bueno, pero ha mejorado bastante desde que estamos juntos.

A veces me pregunto cómo será hacerlo con el loquito taimado de Eleodoro ¿Lo tendrá grande? Tal vez un día de estos, cuándo tenga muchas, muchísimas ganas de terminar en pedazos y enterrada en su jardín, me animo. ¡Ay no, parece pordiosero! ¡Y apesta a gato!

Además, es dizque escritor y ni siquiera cómo Juan, qué al menos gana dinero con los libros que vende. Eleodoro ni a eso llega. Es todo un loser el pobrecito.

ELEODORO

Ha pasado un mes desde que Nicolás me prestó los cien pesos. Hoy por fin podré entrar a la librería para entregarle el dinero y ver qué hay.

Había querido venir antes, pero no podía hacerlo sin pagar primero. De todos modos, tendré que aplicar el «nomás ando viendo», porque cualquier compra en este instante, está fuera de mi presupuesto. Si me queda un poco cuando vaya por la comida y la arena de Allan, tal vez busque algo en la mesa de ofertas.

Si fuera un aprovechado, le haría ojitos a Nicolás para que me diera, al menos, un descuento, pero no me gusta ser así. No con alguien que actuó tan de buena fe.

Cómo sea, una peinadita no me vendría nada mal.

NICOLÁS

Aquí no se paran ni las moscas. Ni un solo cliente en todo el día. Tal vez tengamos que invertir un poco en publicidad. No quiero darme por vencido tan rápido. Alguien debe haber en este horroroso rancho de tres centavos, al que le guste leer.

Si no fuera por los textos académicos... ¡Es él! ¡Volvió! ¡Espera, cálmate! ¡No seas tan obvio!

—Buenas tardes, Nicolás.

¡Recordó mi nombre!

—Buenas tardes, caballero.

—Ay, sí, «caballero» —baja la vista, cohibido, mientras lucha por sacar algo de la bolsa del pantalón.

—¿Acaso no se considera cómo tal? —pregunto solo para escucharlo, decir cualquier cosa. Su voz es tan sexy... Casi igual que su cabello todo alborotado.

—El intento se hace —responde en un murmullo, cómo si no quisiera ser escuchado.

Al fin lo logra, es su cartera lo que quería sacar. Me hubiera dicho para ayudarlo. Sustrae un billete de cien, al parecer el único que tiene por lo que veo y me lo entrega.

—Muchas gracias, de nuevo —murmura, aun sin ser necesario. No para mí. Cómo que le fascina agradecer una y otra vez.

Y dice que no es un caballero. Vino a pagarme aunque no le haya mencionado la deuda siquiera. No pensaba hacerlo, solo quería verlo porque no me canso de eso.

—No tenía prisa —externo.

—Ya pasó un mes. No quiero qué crea que soy un abusivo —me acerca el billete, pues yo seguía sin aceptarlo.

Titubeé un poco, no sabía si tomarlo o no. Lo necesito entre mis manos, pero solo porque es suyo y estuvo cerca de él todo este tiempo, pero a la vez, tampoco me gustaría parecer un avaro.

—Por favor... —insistió.

—¿Seguro que no lo ocupa? Puedo esperar más tiempo.

—No, está bien, tómelo.

—Solo porque usted insiste—lo sujeto titubeando—. Pero no le estoy cobrando, Eleodoro.

Hizo un gesto extraño, cómo si algún malestar lo hubiera sorprendido.

—Ele, solo Ele, por favor —corrigió.

—Ele... —repito extraviado en sus ojos color avellana.

—Lo sé, pero yo le quiero pagar. No me agradan las deudas.

—A nadie le gustan, lo entiendo.

—Voy a ver... Lo que hay.

—Adelante —digo y me aparto de su camino. Guardo el billete que me dio en un bolsillo oculto de mi chaleco, justo encima de mi pecho y mi socio mira al cielo desde atrás del mostrador.

Me encantaría preguntarle muchas cosas a Eleodoro. No veo ninguna argolla matrimonial, por lo cual deduzco que es soltero. Su mirada es triste y profunda, pareciera que siempre está al borde del llanto. Me pregunto qué o quién provoca tal sufrimiento.

—¡Nicolás! —Me llama Jorge, mi socio. Tan alto, que su voz hace eco en la tienda semi vacía y eso lo obliga a voltear. Camino para acercarme a ver qué quiere.

¡Qué vergüenza! ¡Cómo ansío estrellarle la cabeza contra el mostrador en este preciso momento!

—¡Shhh! —Hago indignado, poniendo el índice sobre mis labios.

—¡No seas tan obvio! —Me dijo al oído.

—No sé de qué estás hablando, Jorge.

—¿No? ¡Vas a espantarlo! Mira —señaló a Eleodoro—, podría ser un cliente potencial. Parece que le interesan los libros. No quiero que empieces con tus cosas raras.

¡Claro qué le interesan los libros, es un escritor! pienso, pero no digo nada porque no deseo ponerme en evidencia enfrente de él.

—¿Cuáles? ¿Conversar? Porque eso estaba haciendo —aclaro.

Me alejo de él antes de realizar mi fantasía. Jorge solo es mi presta nombre, pero ya se siente el dueño del negocio y mi patrón. Si le llamo «socio», es porque quiero mantener bajo mi perfil.

Cuando se tiene una fortuna casi inagotable como la mía, hay que tener ciertas previsiones. La gente es malvada y codiciosa. Por ello es que mi casa es modesta, pero eso sí, muy bien cuidada. Tengo un carro blanco de una marca japonesa de la que ni siquiera recuerdo el nombre. Ni muy grande ni muy pequeño, del tamaño adecuado para pasar desapercibido.

Acaso mi ropa me delata, pero es lo único en lo que no estoy dispuesto a sacrificarme. Tengo estilo, me gusta cómo luzco y me siento bien con estas prendas. Son cómodas, son elegantes y sé que me veo fabuloso.

Me agrada el orden y la limpieza en mí y en todo lo que me rodea. Yo mismo diseñé la fachada de mi negocio. Quería algo que me recordara a mi sitio favorito en el mundo. Uno de ellos, porque tengo varios.

He estado soltero por más de diez años y lo único que quiero, es encontrar a un compañero a la altura de mis expectativas, en el cual confiar, qué esté a mi lado el resto de su vida. Con quién viajar y sobre todo, qué me ame por mí y no por lo que poseo.

Tengo casi cincuenta años, perdón si me siento algo desesperado. Sé que aún soy atractivo, que estoy saludable ¿Pero por cuánto tiempo más?

No soy un viejo verde, los jóvenes no me complacen. Son tontos y creen que yo lo soy. Solo buscan diversión banal; que les pague sus vicios y cuanto capricho se les ocurra. Además, la mayoría son incultos, aburridos e ignorantes.

Yo busco un poco más, alguien mejor. Justo como lo que tengo enfrente de mí. Un hombre de verdad.

ELE (Versión Extendida)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora