『 Veinticinco. 』

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El enojo hace decir cosas que uno no quieres, esa emoción nubla las demás y te empuja a atacar a las personas que no se lo merecen, clavando estacas en sus corazones hasta dejar heridas que demoran en cicatrizar, porque el daño interno suele ser más doloroso que el externo, más aún cuando no hay una disculpa de por medio.

Sabía de antemano que hablar dejándose llevar por cualquier sentimiento exacerbado era peligroso, por lo mismo aprendió a permanecer callada gran parte de su vida, porque le era sencillo sentir con intensidad, tanto lo bueno como lo malo, y no quería pasar a llevar a su entorno explotando. Cuando Jean llegó a su vida se permitió a si misma hacer mucho ruido, no callarse nada, con él era libre de sentir, de creer, de vivir. Por esa misma razón, no podía creer que el mismo chico que le brindaba libertad le gritó a la cara que la quería lejos, y aunque tenía en cuenta que podía ser por el estado de shock, por todo lo que lo estaba abrumando, no iba a negar que le había dolido inmensamente.

Durante esas últimas horas se mantuvo en silencio, sintiéndose pequeña, dejando que de sus labios únicamente salieran los sollozos que intentaba esconder, los que fácilmente se mezclaron con el llanto intenso de su amiga durante toda la noche. En cuanto Emanuel las dejó en casa el día anterior, se marchó, seguramente tenía muchas cosas que resolver, cosas que aclarar, lo normal luego de que un pueblo tan tranquilo como ese dejara a dos soldados heridos, por lo que se quedó junto a Sasha, acarició, besó y limpió su rostro, le dió toda la contención que podía, dejando de lado su propia tristeza para darle sus últimas fuerzas a ella. Era la segunda noche en la que no podía dormir, pero esa le había parecido mucho más eterna que la anterior.

No habían recibido noticias del estado de Connie, lo cual volvía todo más pesado, si el chico de ojos grandes llegaba a abandonarlos el agujero que quedaría en sus corazones sería imposible de rellenar. ¿Cuánto había compartido con él? Muy poco, pero era el tipo de persona que es capaz de abrazarte el alma, con el que te encariñas con facilidad, al que nadie podría llegar a odiar. Quería seguir compartiendo momentos con él, verlo tontear con Sasha, molestar a Jean, que se alegrara de verla y la abrazara haciéndola sentir parte de ellos, porque sí, todo el escuadrón parecía ser una familia, una en la cual se estaba inmiscuyendo.

Sacó las llaves de su bolsillo en cuanto se encontraba más cerca de la panadería, aunque no quería dejar a Sasha sola, y le ardía el hecho de no acompañarla al hospital, se vió en la obligación de volver a su morada, no porque quisiera desligarse del asunto, sino porque no quería presionar a Jean, no quería verlo y que se volviera a desquitar con ella.
Esperaría, sí, una acción que se repetiría mucho durante esos días hasta que la oscuridad pasara dejándoles nuevamente el sol en sus cabezas, ¿Cuánto tardarían en volver a estar bien?

El agotamiento se reflejaba en su rostro, y en su forma de andar, arrastrando sus pasos por la falta de fuerza que poseía. Iba a introducir la llave, pero la puerta ya se encontraba abierta, lo cual le dio cinco segundos de lucidez. Terminó de abrirla y del otro lado la recibió un aroma desagradable,  y apoyado en el mostrador, un hombre.

De no ser porque estaba lo suficientemente frágil se hubiera asustado, sorprendido o reído ante su descuides. Solo se quedó mirándolo fijamente, cerrando a sus espaldas para reposar su peso sin despegar su mirada.

Él la analizó en silencio, vestido de negro y sus brazos se encontraban cruzados sobre su pecho, en una posición que no sabía descifrar.

La puerta que daba a la cocina se abrió, dejando a la vista a Niccolo, quien al ver a Juliet intentó ocultar su expresión de preocupación.

—Hola, tienes visitas, le dije que te esperara aquí, pero no estaba seguro de que vendrías, ¿Estás bien? Emanuel me llamó para avisarme lo que ocurrió y vine de inmediato para hacerme cargo de esto, tú puedes descansar.— Hablaba acelerado. Aún así Juliet solo observaba al hombre que permanecía en silencio. —Por cierto, ayer no apagaste el horno, cuando vine estaba todo llenó de humo y los panes quemados, pero no te preocupes, ya solucioné eso.—

𝙬𝙝𝙤 𝙖𝙧𝙚 𝙮𝙤𝙪 𝙬𝙝𝙚𝙣 𝙣𝙤𝙗𝙤𝙙𝙮'𝙨 𝙬𝙖𝙩𝙘𝙝𝙞𝙣𝙜?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora