Palomas negras

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Las moscas revolotean chocándose unas contra otras alrededor de la farola cuya luz entra por mi ventana. Esa maldita luz intermitente siempre me despierta, la odio. Acabará volviéndome loco. Pero bueno, ¿acaso no lo estoy ya?

Rain me dijo que no me metiera en ese mundo. Me lo imploró, y como un estúpido ingenuo entré voluntariamente en la boca del lobo. Aún recuerdo el semblante de Don Pietro Pasolini cuando me presenté por primera vez ante él, hará ya un par de años: enigmático y altivo, desprendía un aura misteriosa con esos dientes metálicos y ese sombrero gánster-de-años-veinte tapándole medio rostro. "Supongo que nos valdrá", bufó. Y ahora Rain no está. Rain no volverá a rodearme con sus pálidos brazos nunca más.

El sudor recorre mi frente. Un cubo medio vacío de vómito a los pies de mi cama me recuerda que hace tres días que no puedo dormir. Espera, ¿el cubo de vómito está medio vacío o medio lleno? No, está medio vacío, sin duda. Hace tres días que no puedo comer nada; hace tres días que no puedo dormir; hace tres días que no puedo concentrarme en nada que no sea romperle los dientes a Don Pietro y su panda de Chicos del Este.

El inicio del fin fue hace una semana. Miro atrás y pienso en todas las cosas que podría haber hecho para evitarlo y me siento impotente y desgraciado. Sammy "el tijeras", la mano derecha del don, me envió por fax la información sobre un trabajito. "Nada del otro mundo", me dijo, "Solo vas a la casa de ese tío de la foto, metes a su hija en un saco y la traes a Chez Pasolini. Y ya está. Don Pietro contento, tú contento por recibir el dinero del mes... Todos contentos. Así que haz lo de siempre y no falles". No parecía que tuvieran ningún problema con mis trabajitos pasados, así que confiaban en mí. Pero cuando llegué a esa casa y vi a la niña, de apenas dieciséis años, llorando a moco tendido al verme, mi mundo dio un vuelco. El rímel se le derramaba de los ojos, dejando a su paso por las mejillas palomas negras. Ella no sabía a dónde la llevaba ni qué iban a hacer con ella, pero yo sí, yo sabía muy bien qué hacía Don Pietro con las hijas de sus deudores. Por eso no pude acabar el trabajo. Por eso volví a mi apartamento con rastros de lágrimas en mis ojos y una introspección personal obligatoria. Pero cometí el error de no llamar a Rain para decirle que viniera a hacerme compañía. Cometí el error de no pensar en cómo Pietro se tomaría mi insubordinación. Y ahora Rain no está.

Hace cuatro días, el don en persona me dejó un mensaje de voz en el teléfono de mi apartamento. "Si la quieres, ve a por ella. La hemos dejado en el jardín trasero de la casa donde te mandé aquél trabajito que no supiste acabar. Nos lo hemos pasado bien, aunque he de adelantarte que la he dejado irreconocible". Este mensaje me llenó de terror; mis piernas flaquearon y salí por la puerta como una exhalación. Casi me estrello con el coche debido a la prisa que llevaba y a mis ojos empañados por la culpabilidad. Cuando llegué al jardín, Rain ya había muerto. Ensangrentada y cubierta de moratones, no había podido aguantar más. Una mártir en el despiadado juego, un peón caído en la interminable lucha de poder. Ella era toda luz y bondad. No merecía esto. Nadie merece esto, maldita sea. Es por culpa de esa gente que cree que puede pasar por encima de las vidas de los demás por lo que el mundo está enfermo, por lo que no puedo dormir ni dejar de vomitar. Por lo que me estoy volviendo loco.

Pero, ¿sabéis qué? Un pajarito me ha silbado al oído los turnos de los chicos del don, y he encontrado un lapso de cinco minutos en donde Don Pietro se da una ducha y sus guardaespaldas aprovechan para ponerse unas copas en el despacho de en frente. No es un plan perfecto, pero es mi única oportunidad. Me lo ha chivado Sammy, quien siempre supe que estaba enamorada hasta las trancas de Rain. Por eso me fío de él, por eso sé que no es una trampa: porque Sammy quiere hundir sus tijeras oxidadas en el pecho de su jefe tanto como yo. Ayer me dijo que me dejará abierta una ventana en la sala de invitados, por la parte de atrás de la mansión, pero que eso es todo cuanto podía hacer. Ahora que lo pienso, puede que el cubo de vómito esté medio lleno.

Así que me preparo para la caza. Quiero que sea una caza silenciosa, así que solo llevaré mi cuchillo Shan Zu. Me pongo los zapatos con suela deslizante para moverme más sigilosa y velozmente. Me visto de negro, pues atacaré por la noche, cuando los galgos duermen. Cojo la única foto que tengo de Rain, la beso y me la guardo en el pecho como recordatorio de mis motivaciones.

Ya está. No lo aguanto más. Voy a romperle los dientes a Don Pietro, y si me da tiempo, le hundiré mis pulgares en sus malditas cuencas para que no pueda volver a mirar con lujuria a las hijas de sus deudores nunca más. ¿Qué es lo peor que me podría pasar? Acabar muerto, claro, pero bueno, ¿acaso no lo estoy ya?


FIN

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