Capítulo 11

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Rubí

—¡Rulitos! —fue lo primero que dijo cuando la vio.

Se escuchaba divertido porque aún le costaba pronunciar con fuerza la "r", pero no le era impedimento. Tampoco era la primera vez que la llamaba así y, en cada ocasión, Maca sonreía tanto, que sus ojitos sonreían con ella.

La pequeña soltó la mano de su papá para correr a los brazos de Rulitos, quien se inclinó y la levantó.

Aunque esas interacciones me derretían el corazón, no podía evitar inquietarme por lo mucho que Gema estaba comenzando a querer a Maca y el poco tiempo en el ese cariño había crecido.

Pronto caí en la cuenta de que esa inquietud no era solo por ellas, sino porque la recepción del edificio, incluyendo a Carlitos, era testigo de la primera vez que Benjamín y Rulitos se encontraban.

Sentí que mi boca se secaba de solo presenciar la mirada aguda que Maca le lanzaba al papá de Gema, como si fuera capaz de evaporarlo ahí mismo. Ella nunca lo había visto en persona, pero no era necesario para saber cuál era su rol ahí; aunque no se parecía a mi pequeña, su ropa de marca, su pelo castaño peinado como una puesta en escena, el reloj plateado de su muñeca y sus ojos casi negros, como si en ellos existiera la ausencia de todo sentimiento humano, derrochaban la arrogancia y el cinismo típicos de los Ibarra.

Gema le dio un beso en la mejilla a Jose, mientras seguía abrazada como koala a Maca, y las tres se acercaron a saludar.

—Tú debes ser Benjamín —dijo Rulitos, estirándole la mano.

—Tú debes ser Macarena —respondió, estrechándola —. La Jacinta habla harto de ti.

La expresión de Maca se deformó, dejó a Gema en el suelo y me miró con tanto estupor, que mi pecho no tuvo la capacidad de abarcar todas las emociones escapándose de sus ojos, porque yo también tenía que procesar las mías.

¿Jacinta?

¿Por qué seguía apareciendo Jacinta?

Benjamín volvió a tomar la mano de Gema y, dejando a Maca quieta en pleno pasillo, se fueron. Jose tomó el brazo de su hermana y le preguntó si estaba bien, pero ella no respondió. Solo miraba a la nada, al piso, a su propio interior, y quizá se preguntaba lo mismo que yo.

¿Siempre lo supo?

—Siempre lo supo —murmuró Maca.

De pronto, comenzó a caminar rápidamente hacia el ascensor, sacando su celular del bolsillo en el camino. Jose y yo tuvimos que apresurarnos a seguirle; parecía fuera de sí, sus nervios le hacían temblar las manos, respiraba con agitación y no sabíamos qué hacer para contenerla, pues en cualquier momento iba a explotar.

—No me contesta —volvió a decir, intentando llamar a Jacinta —¡Justo ahora! ¡Justo ahora! —Llegamos al departamento y voló al baño, cerrando la puerta con seguro detrás de ella. En cuanto decidimos alejarnos, la escuchamos discutir por teléfono —. ¿Por qué no me dijiste?... Sabís de qué estoy hablando... El weón del Benjamín... Jacinta, por la chucha, dime la verdad...

El silencio colmó cada esquina de cada pared.

Jose me miró con aspecto de preocupación y, tal vez, decepción. Apoyó la cabeza en la puerta, pero no para intentar escuchar, sino porque parecía que sus pensamientos pesaban demasiado como para sostenerlos por sí misma, así que tomé su mano y acaricié el dorso con mi pulgar, en un intento poco eficaz de que no se dejara caer por completo.

—¿Sabíai que se acordaba de mí? —escuchamos a Maca.

Su pregunta me revolvió el estómago y, seguramente, a Jose también, cuya mano no solté hasta que sentimos que sacó el seguro de la puerta, pero no la abrió.

Siempre tú | Rubirena |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora