Crónicas desde un taxi

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Una mañana cualquiera, nublada y deliciosamente fría bajo el cielo de Londres, una pareja despertaba para comenzar sus tareas cotidianas.

-Buenos días, hoy es nuestro aniversario, ¿qué quieres hacer en la noche? - preguntó el atractivo hombre rubio, alto y con musculatura bien trabajada, mientras se colocaba las pantuflas y daba un sorbo de agua.

Volteó a ver a quien ocupaba el otro lado de la cama. La mujer de larga cabellera negra se incorporó con somnolencia y se talló los ojos con pesar: -no es necesario esto, Rhadamanthys, lo sabes. Al diablo lo que digan nuestras familias y al diablo con la monotonía. - y volvió a acostarse para envolverse en las cobijas.

El rubio no dejó que la apatía de su esposa lo turbase y siguió arreglándose para ir al trabajo, al final, tenía demasiados casos penales de los cuales encargarse y su mente no tenía porqué torturarse con ese desdén que le resultaba, incluso, un alivio.

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En su oficina, tan ordenada y limpia que hacían evidente el trastorno obsesivo compulsivo del juez británico, las horas transcurrían entre el papeleo y el pasar de las hojas de los libros. Aquel silencio solo podía ser interrumpido por sus dos socios, Minos de Griffon y Aiacos de Garuda.

Minos, con su larga cabellera plateada, entró sin tocar la puerta (terrible costumbre que ponía de mal humor a Rhadamathys y le había costado más de un empujón hasta que el rubio lo sacaba de su espacio de trabajo), y detrás de él su inseparable pareja y amigo de melena morada, Aiacos. El abogado inglés apretó el bolígrafo con molestia y los miró atravesar el umbral para sentarse cómodamente en sus sillas.

El noruego dirigió una sonrisa a Wyvern, sabiendo y disfrutando que lo que había hecho rabiar, y soltó una pregunta: -Eh, Rhada, sabemos que hoy es tu aniversario de boda, ¿cuántos años ya? El inglés miraba con enojo a Aiacos, que jugaba a darse vueltas en la silla, y respondió de forma seca -Dos, dos años-. El nepalés detuvo la rotación del asiento y se atrevió a añadir: -Pues muy feliz, no se te ve, colega- pero Minos le dio un codazo para evitar que continuara y suavizando las palabras de Garuda, invitó: -bueno, como sea, esta noche conseguimos una mesa en el boliche y nos dieron dos pases más, ¿por qué no vienen tú y Pandora a pasarla bien?

El inglés tomó los dos pases que le ofreció Minos, aunque sabía que, probablemente, esa noche él regresaría en el punto de las 20:00 horas, tendría una cena silenciosa con Pandora y se irían a dormir; él se permitiría un vaso de whisky antes de leer un poco hasta caer dormido, como había hecho a diario y sin falta durante estos dos años.

-Le diré y si acepta, los alcanzaremos- dijo con poco convencimiento. Los dos amigos se miraron entre sí, sabían que no iría, pero Aiacos no desistió: -o ven tú solo, seremos los tres jueces del infierno como en los viejos tiempos. Atrévete a divertirte un poco. - y ambos salieron de la oficina dejando sus caras fragancias en el aire.

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Ya era la hora de salir, y Wyvern siempre se quedaba un poco más de tiempo para adelantar su trabajo del día siguiente, pero así también para evitar el silencio de su esposa. Miró los dos pases y los echó en su bolsillo, hesitó mientras abría el chat que tenía con Pandora y solo atinó a escribirle - Hoy no llegaré a cenar. Voy a acompañar a Minos y a Aiacos con un cliente. - en algunos minutos dos palomitas azules aparecieron junto al mensaje, y un áspero "ok. Nos vemos "fue la única respuesta.

Como Minos y Aiacos ya se habían ido, tuvo que solicitar servicio de transporte ejecutivo en la aplicación donde mantenía una reputación intachable, pues era usuario premium. No pasó mucho tiempo cuando su servicio llegó en un lustroso vehículo negro.

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