8. MIRADAS QUE MATAN

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ELEODORO

Abro los ojos y el reloj del teléfono me dice que son las cuatro de la mañana. El frío del aire acondicionado —que yo no encendí—, me despertó. Nicolás duerme cubierto con su saco y en una posición bastante incómoda.

Lo veo e imagino cuán patético debo haberle parecido anoche, cómo para tener que quedarse a velar mi sueño. Lo arruiné todo y yo sí quería salir.

Voy a mi cuarto, saco una cobija del armario y se la pongo encima. Eso lo despierta y casi cae cuando se da la vuelta.

—¿Mejor? —me pregunta a medio camino entre el sofá y el suelo.

Yo asiento, no puedo ni hablar de la vergüenza. Él se pone de pie.

—Supongo que te debo una cerradura —señaló.

—No, Nicolás, cómo crees.

¿Pensaba que iba a decirle que sí, después  de que me rescató cómo a una maldita princesa de Disney?

—Parece que es un poco tarde para salir, ¿verdad?

Sus ojos de un color indescriptible, a veces grises, otras azules, se fijaron en los míos. Regularmente esa mirada me incomoda, pero ahora hace que sienta calor en el pecho.

—Sí. Disculpa, yo no... —intento decir, pero me interrumpe.

—No te preocupes, será otro día. Lo importante es que estés bien, ¿Lo estás?

—Sí, sí, lo estoy, gracias. Esto no dura mucho. Son... episodios repentinos.

Apenas si puedo mirarlo a los ojos. Tal vez la noticia del regreso de Juan me alteró más  de lo esperado, porque será volver a las peleas y los insultos, cada bendito día. Por mí, puedo cumplir con el acuerdo con Berenstain, pero sé que Pérez no dejará de provocarme hasta que sea inevitable partirle la madre.

Nicolás me está viendo con preocupación. De seguro ya me volví a fugar y no me di cuenta. ¡Dios, cada vez estoy peor! ¿Cuánto tiempo pasará antes de que me pierda en el limbo para siempre?

Qué lindos rizos tiene, ni siquiera recién levantado se ve desaliñado. Odio la eñe, no me gustan las palabras con eñe. Buscaré otra...

—Ele... —busca mi mirada con sus manos sobre mis hombros. No me agrada eso y me retiro —¿Seguro qué estás bien?

—Sí, sí.

—Será mejor que no vayas a trabajar hoy.

—Es domingo, Nicolás.

—Ah, es cierto —sonríe, me da un escalofrío y apartó la vista fingiendo buscar a mi gato.

NICOLÁS

No sé si deba dejarlo solo, se le va el avión muy feo. Ahora está sonriendo ¿Qué es lo que ve? No me quejo, su sonrisa  es hermosa, pero...

—¿Quieres café? —me pregunta de repente, mucho más animado.

—No, gracias. La verdad es que no me gusta —respondo con absoluta sinceridad.

—Es lo único que tengo. No he podido ir a comprar cosas. ¿Agua entonces?

—No, nada, gracias.

Son casi las cinco de la mañana. El gato trepa por su ropa hasta llegar a su hombro y ahí, acomodado, me observa.

—Es muy temprano, deberías dormir otro rato —le digo, bajando la mano que estaba a punto de acariciar su cara.

—¿Te vas a ir? —¿Cómo puedo decirle que sí cuando me mira de esa forma?

—¿Prefieres que me quede?

—A menos que tengas algo que...

—¿A esta hora? ¿En domingo? No, nada. Ve a la cama, yo me quedo vigilando la entrada.

—Gracias —dice antes de irse a su diminuta habitación. Yo me acomodo en dónde Ele estaba. Al menos es más confortable que el otro.

Pienso que me estoy buscando muchos problemas con él. Pero me gusta demasiado. Y lo encuentro tan vulnerable, tan tierno, que siento culpa al pensar en desaparecer de su vida. El asunto es, ¿cómo puedes dejar a alguien que ni siquiera está contigo?

FRIDA

Hoy Juan volvió al trabajo y se ve tan normal, que nadie supondría que haya estado tan jodido hace semanas. Al parecer, los interminables mimos de su madre surtieron efecto. Mejor para mí, así no tengo que estarlo soportando aquí noche y día. Ni a Pola tampoco, que lo único que hace, es criticarme. Mientras tanto, me faltan un par de meses para dar a luz y a nadie aquí le importa.

Cómo me equivoqué con este tipo. Pero es difícil saber cuándo te muestran su mejor cara, se comportan muy bien unos meses y en cuanto te tienen segura, sacan al verdadero monstruo que vive en su interior.

¿Para qué? ¿Qué ganan? ¿Qué demuestran?

Ah, y qué feliz va el imbécil a reencontrarse con su piruja. Ni adiós me dijo. Cómo que esa perra le lava sus asquerosos trapos y le da de tragar tres veces al día. Ojalá sé los cargue la chingada a los dos juntitos.

Dicen que uno no debe orar pidiendo cosas «malas», pero es cuestión de perspectiva, porque Dios sabe que, para mí, sería muy bueno si eso pasara.

ELEODORO

Acabo de ver el carro de Juan en el estacionamiento. Cómo siempre, a un lado del de Davina. Le consiguió un cajón exclusivo con su nombre y todo. No puedo fingir que no me molesta, o que no me duele.

¡Yo le conseguí esa audición para el papel que hoy tanto presume! ¿Y qué obtuve? ¡Nada! ¡Ni siquiera las gracias! ¡Y a él le consiguió un cajón de estacionamiento!

Ya me cansé de ser su idiota. Si le gusta la porquería, que se quede con Pérez, entonces.

¡Ya no más, Davina, ya no más!

Encontraré a alguien mejor. Eres muy bonita, pero solo por fuera y eso no es suficiente.

¿Qué me ve ese pendejo?

ELE (Versión Extendida)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora