ii. ❝the first days.❞

116 21 0
                                    






LA NOCHE HABÍA CAÍDO Y LAS PISADAS JUNTO CON LA RESPIRACIÓN AGITADA DE EROS SE ABRÍAN PASO. La mochila se movía y ella la apretaba contra sí para disminuir el ruido. Era regla, nada de ruido en el bosque. Debía tener su oído atento, los ruidos cerca de ella debían de sonar altos pero el caos de la ciudad los tapaban, aunque había logrado escapar de esa trampa mortal, los gritos y disparos, autos derrapando y chocando aún se escuchaban cerca.

Tenía que encontrar a Ares lo antes posible, debían irse. No les quedaba nada más allí.

Sus ojos se terminaron acostumbrando a la oscuridad del bosque, sus pisadas eran silenciosas y sus pies ágiles, acostumbrados a pasar desapercibidos. Sus músculos recordaban cada cosa por la que pasó, cada instinto de supervivencia. Sus piernas comenzaban a arder debido a la fuerza y el esfuerzo, que supiera lo que estaba haciendo a la perfección no significaba que estuviera acostumbrada a largas distancias, pero en estos momentos era necesario.

Corrió unos kilómetros más, llegando a la parte campestre había una bodega. Era un cuadrado de madera con una puerta plegable vertical de lata. Adentro había dos motocicletas, un sillón y algunas provisiones junto con alguna chatarra que habrán dejado sin pensar. Chatarra como esa radio de la esquina. Eros caminó hacia ella y la encendió, sintonizando la estación del Gobierno, subió apenas el volumen y esperó; nada, no decían nada. La mujer sólo repetía "No entren en pánico, sigan a los militares, hay refugio en Atlanta". Pura mierda, los militares acabarían masacrando a todo aquel que siquiera hubiera visto esas cosas, lo había visto. No les importaba, querían callar y reprimir. Sea lo que sea o para lo que sea. Y Atlanta definitivamente era un desastre, las cosas se fueron bastante rápido por el caño ahí.

Un golpe en la lata la asustó, una cabellera negra se hizo paso a las apuradas, ni parpadeó cuando la punta de un cuchillo estaba posicionada en su yugular. Sus ojos celestes chocaron con otros ojos iguales y fue ahí cuando el filo se alejó, en su lugar un puño fue a parar a su cara, haciéndolo tambalear hacia atrás.

── ¡Auch, Eros!... mi nariz, idiota.

── Imbécil, me asustaste. ── Eros caminó hacia el sillón donde había dejado las mochilas y le arrojó la suya a Ares.

── ¡¿Yo te asusté?, me golpeaste! ━ Se quejó, al mismo tiempo que agarraba la mochila en el aire.

── ¿Dónde estabas? ── Inquirió la pelinegra, poniendo sus brazos en jarras.

── Ya sabes, por ahí...── Divagó. ── Vine tan pronto ví el listón en la puerta, lo juro...

── Ares...── Advirtió, junto con una mirada amenazante. ── No cambies de tema, ¿dónde estabas?

El otro corrió ligeramente la mirada y tragó duro. ── En la comisaría, ya sabes... las peleas

La mayor suspiró y recogió dos pares de llaves, una de ellas teniendo una E y la otra una A. Eros le dio la suya a su hermano y con un gesto de su cabeza el contrario sabía que iban a hacer. Debían ir a la cabaña.

Subieron a las motocicletas al mismo tiempo que sus cascos eran posicionados en sus cabezas tapando su identidad, ambas mochilas reposando en sus espaldas. Al salir pudieron ver destellos en la ciudad; bombardeos. Las sirenas seguían soñando al igual que los gritos de terror. Sin mirar atrás, ambos hermanos aceleraron. Más lejos de la ciudad se encontraba otra cabaña, esta en mejor estado y con más probabilidades de supervivencia. Al llegar dejaron las motocicletas en el pequeño compartimiento del lugar y entraron. Las mochilas fueron arrojadas al sillón y la puerta cerrada con candado. Prendieron la luz amarilla y paquetes de botellas de agua, latas de comida y demás se mostraron ante ellos.

── Y tú me llamabas loca por hacer esto...

── Ahora admito que tenías razón...

── Lo sé.

La pelinegra caminó hacia el sillón y prendió un cigarro, sus pies reposando cruzados arriba de la mesilla. Ares la copió y pronto ambos estaban llenando de humo el lugar.

── Esas cosas se comen a las personas, Ares.

── Lo sé, Eros. Lo vi. ── Ninguno de los dos se miraba, tenían la vista perdida en alguna tabla de madera en la pared.

── Yo también... nos podremos quedar una semana aquí quizás, traje la radio, hay que seguir en contacto con Atlanta. ── Dió una calada al cigarro ── Ver qué pasa, que nos informen.

El de pelo corto asintió. Él seguiría a su hermana a lo que fuera, después de todo, ella era la inteligente de los dos. Si Eros decía que debían saltar de un puente por supervivencia, entonces el le agarraría la mano y saltaría con ella. Siempre lo había hecho, Eros siempre lo había salvado y buscado lo mejor para él; para ambos. Ella lo sacaba de las comisarías, de la cárcel, le curaba las heridas y hasta salía herida ella por él. Ares quizás nunca lo admitiría, pero admiraba a su hermana y la amaba como nunca amó a nadie, y diablos, se aterrorizó cuando vio lo que sucedía allá afuera y él no estaba con ella.

Eros seguía con la mirada perdida mientas que Ares la observaba de reojo, aún con el flujo de pensamientos en él. Su hermana era fuerte e inteligente, era la menor de ambos por dos minutos pero aún así ella siempre parecía más madura que él. Siempre parecía tan lista para todo, era como una reina de hielo; lista, letal, fría y calculadora. Una ganadora nata.

Ares sabía que él a comparación de su hermana no era nada, ella traía la comida a la mesa, ponía un techo sobre su cabeza y lo cuidaba de todo, sin quejarse, sin reprochar, solo porque lo amaba. El pelinegro no sabía que podría llegar a hacer para recompensarla, no era bueno para hacer una vida digna, solo trataba de no meterse en tantos problemas y Eros silenciosamente lo sabía y se lo agradecía.

Ares sabía, lo tenía muy claro, él sin su hermana no sería nada, ni siquiera hubiera podido sobrevivir a sus padres sin ella. Eros siempre fue la razón de vivir de Ares y viceversa, aunque pelearan y se gritaran, aunque se separaran de tiempo en tiempo. Ellos siempre volvían al otro, cómo imanes.

Se amaban y con eso bastaba, ambos darían la vida por el otro, matarían por el otro, harían lo que fuera necesario, sin importar qué.

































©orilovespieceofyou
1

066 palabras.
[actualizado/ 18.01.23]

DE VIRIBUS CORDIS, daryl d.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora