PARTE ÚNICA

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🧜🏻‍♀️

A Marina le encantaban las leyendas y por eso es que sabía a la perfección que los reinos de los hombres se encontraban malditos. Su abuela le contó que en Acrab, la región de la superficie, había surgido una extraña profecía que dictaba la muerte del príncipe y esta traería una inundación que sumergiría hasta al palacio de madreperla.

Marina nunca había conocido algo más que algas de esmeraldas y piedras de rubí, le encantaba el océano por lo vasto que era y la libertad que otorgaba el nadar entre los remolinos que conducían a corrientes profundas y llevaban hasta las penumbras del mar, donde habitaba la bruja del Silencio.

Ella era la más joven de su familia, se destacaba por sus ojos de piedra aguamarina y el cabello negro que decoraba con caracoles vacíos al trenzarlos a sus espesos mechones. Una sirena de espíritu libre, afirmaban los grandes sabios que regían a su tribu y le advirtieron que la curiosidad debía de ser medida o de lo contrario consumiría a su corazón.

Pero a Marina no le interesaba el mundo de los hombres, a diferencia de sus hermanas, ella no anheló el día en que pudiese ir hasta la superficie. No comprendía qué había de maravilloso en ver a esos monstruosos barcos que arrasaban con el coral de los arrecifes y que capturaban a pececitos indefensos.

Marina odiaba al exterior y por eso sus canciones se encargaban de atraer a los marineros que se aventuraban al océano inexplorado. Tenía una voz exquisita, de suave tono, al igual que las notas de un pianoforte de teclas recién labradas, y usaba a cada melodía como el mejor de los puñales.

Los hipnotizaba al cantar sobre antiguos reyes y, bajo la luz de la luna, su piel morena resplandecía como el cielo y sus estrellas. Las escamas en su tez trazaban un camino de constelaciones que iba desde su abdomen hasta las aletas que destellaban con un brillo azul verdoso.

Atraídos por esa voz tan dulce, que parecía elevarse hasta tocar al último astro del firmamento, los hombres se ahogaban en los brazos de Marina al ser arrastrados hasta el fondo del mar.

A ella no le importaba ver el horror en sus rostros porque no comprendía la causa de sus gritos tras darse cuenta de lo que pasaba y, mientras nadaba, se decía a sí misma que la muerte de cada uno sería mejor que la de ella, pues una sirena no cuenta con un alma que ascienda al paraíso de Zvezdi, el que es el padre y la madre del cosmos entero.

Nunca había amado a nadie. Su corazón estaba repleto de desprecio por la superficie y, el día en que su hermana, Anaike, desapareció, Marina supo que los hombres la habían raptado y apresuró a los grandes sabios para que pudiesen rescatarla.

Sin embargo, la tribu se negó a ayudarla y Marina, con aquel sentimiento opresivo golpeando a su corazón, le rogó a la luz de las dos lunas que le ayudaran a recuperar a su hermana y, como cualquier cuerpo celeste tiene sus caprichos, estas le dijeron que le mostrarían el camino hacia la bruja del Silencio para que la ayudase, a cambio de que Marina les ofreciera lo más preciado para ella.

Y la sirena aceptó de buena gana.

La platinada luz abrió un sendero hasta las profundidades del vasto mar, los reflejos blanquecinos cegaron a peces que nunca habían probado la calidez e iluminaron a los diamantes incrustados en piedras volcánicas que yacían en riscos submarinos que no parecían tener fin.

La cueva de la bruja del Silencio era un cementerio de bestias que solían devorar a los de la tribu de Marina, se encontraba rodeada de vapor que formaba burbujas tóxicas y la sirena reconoció que los esqueletos que colgaban del techo pertenecían a tritones y a otras sirenas. Era un sitio escabroso, donde las anguilas emitían destellos que alumbraban a frascos de vidrio impoluto y tazones que contenían a cuerpos viscosos.

OcéanideWhere stories live. Discover now