Durmiente

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Su madre llamó, apenas iba llegando a su oficina, pero contestó porque su hermano le avisó que era urgente. Querían informarle a Max que las cosas allá iban mejorando y que pronto dejarían de aceptar su ayuda financiera. Dionisio era un buen hermano y buen hijo y se sentía agradecido con él y con su familia por haber dejado su hogar para ayudar a sus padres que tanto lo necesitaban. Pero hubo una noticia más que lo hizo sentirse tan feliz que, luego de colgar, no pudo evitar abrir la puerta que conectaba con la oficina de su jefa para ser la primera en contarle. ¡Para su sorpresa, halló el lugar vacío! Pensó que tal vez ella llegaría más tarde, porque no salía a reuniones sin su compañía. Aunque no lo requiriera como intérprete, le pedía que hiciera anotaciones y aprendiera para que luego fuera él quien asistiera solo. A pesar de su relación, no le daba tregua y le exigía como a todos los empleados, incluso más. Él sabía que la enseñanza que obtenía era muy valiosa y la agradecía, poniendo todo su empeño en hacer las cosas lo mejor posibles.

Dos horas más transcurrieron y ni rastro de Marcela, por lo que optó por ir hasta la recepción.

—¿La licenciada dejó algún recado para mí? —preguntó a la señora Eva en cuanto estuvieron cara a cara.

—No —le respondió la mujer pareciendo tensa—. Hoy no va a venir.

—¿Salió? —insistió aunque intentó sonar casual.

—La licenciada no viene en esta fecha. —Sus palabras salían cada vez más bajas y una gota de sudor corrió por su frente porque era obvio que no debía decir algo que tenía prohibido—. Pregúntale a la gerente si te dejó trabajo con ella.

—¿Por qué no viene? —Hizo uso de una voz más cálida para ver si lograba hacerla hablar y se reclinó sobre la barra con galantería—. Anda, dime.

—Lo siento —dijo como lamentándolo—, pero no nos dicen a nosotros tampoco.

Max sospechó que Eva sí sabía, pero se empeñaba en no decirle lo que pasaba.

—¿Puedes llamarle y enlazármela a mi extensión?

—Yo creo que es mejor que no la busques —al hablar movió la mano con nerviosismo—. Tenemos la instrucción de no molestarla.

—Entiendo. —Su intento no rindió frutos, pero sí logró alarmarlo por lo raro que parecía todo—. Veré en qué ocupo mi tiempo. Gracias. —Se despidió con cortesía y le sonrió porque la señora no tenía la culpa.

Fue directo a su oficina para poder pensar en qué hacer. Sofía era la menos indicada para preguntarle. Así que, luego de dar un par de vueltas, tomó la aventurera decisión de salir en su búsqueda porque le preocupó que Marcela no le comunicara sus planes de faltar.

Decidido, se atrevió a ir hasta la casa de los padres, suponía que estaba allí y ya conocía la dirección. En cuanto llegó a Bosques de las Lomas, no titubeó y tocó la puerta. Se movía por una clase de impulso que lo llenaba de valentía porque temía que algo anduviera mal y no comprendía de dónde venía dicha preocupación.

Una joven empleada abrió enseguida.

—Busco a la licenciada Andaluz —exclamó sin esperar a que la chica hablara.

—Está indispuesta —respondió con voz baja, y en su rostro se veía una preocupación innegable.

—Soy su asistente. ¿Podría decirle que vine? —No sabía qué más hacer para poder verla y consideró que era mejor esperar al día siguiente, aunque en realidad ansiaba saber que ella se encontrara bien.

Max estaba a punto de dar un paso para marcharse, cuando de pronto la empleada comenzó a hablar de forma apresurada, haciendo que se detuviera de inmediato.

—Me va a llamar la atención por lo que voy a decirle. —comentó y con su frase vio que él se giró para verla directo—, pero me asusta que no responde. Despachó a todos los demás —refiriéndose a los empleados—. Solo me dejó a mí. Le llevé el desayuno desde temprano, pero no abre y no se escuchan ruidos. Llamé a sus padres, pero me dicen que es normal, que no la moleste. Yo pienso que eso no es normal. ¿Debería llamar a alguien más?

—¿Puedo pasar? —pidió con urgencia—. Si me descubren voy a decir que me metí a la fuerza si quieres, para que no te perjudique.

La joven titubeó, pero se sentía tan alarmada que optó por ceder.

—Está bien.

Maximiliano entró después de ella y la siguió hasta la habitación de Marcela.

—¿Tienes una copia de la llave?

—Sí —respondió y la sacó de su bolsillo con su mano que temblaba—. Lo pensé..., pero no me atrevía a abrir.

—Dámela y vete —la orden fue dada con firmeza.

La muchacha le dio la llave y se apartó sin perder de vista al hombre. No quería que su atrevimiento le costara el empleo que acababa de conseguir.

Él metió la llave y giró la perilla. Su corazón latía tan rápido que podía escucharlo con claridad. Las cortinas azules de terciopelo se mantenían cerradas y la luz apagada, pero logró divisarla recostada y parecía dormir. Sintió un gran alivio al acercarse a pasos lentos y comprobar que respiraba. La empleada también se acercó y entró para poder ver. Un botecito de pastillas que divisaron sobre el tocador llamó la atención de ambos.

—Son para dormir —dijo ella con la voz baja al tomar el frasco y leer el nombre, luego se lo pasó.

—¿Sabes cuánto dura el efecto? —Un montón de interrogantes lo abordó; más adelante la cuestionaría sobre lo que ocurría.

—Supongo que varias horas.

Así, sin tener mucho qué hacer, Max decidió quedarse sentado sobre un sillón que se encontraba frente a la cama, esperando paciente para ver si abría los ojos.

Ni sus ausentes padres, ni Sofía que se jactaba de ser su gran amiga, ni todos aquellos que decían admirarla, estaban allí. Se preguntaba si no tenía más familia. ¿Por qué solo la acompañaba la inexperta y cobarde empleada? Tal vez ya se habían acostumbrado a verla derrumbarse, que lo adoptaron como algo común.

Esperó paciente, hora tras hora, pero Marcela durmió sin inmutarse. Una llamada lo hizo tener que irse. Tenía una cita con Antonella y quedó muy formal de asistir, por lo que no le quedó otra opción que retirarse. No sería su jefa la primera en saber que su querido padre recibió la noticia de que el cáncer ya se había ido, ¡se había curado! Un milagro que pidieron tanto.

Antes de salir, tocaron el timbre. Sofía llegaba ya terminada la jornada laboral, luego de varias horas en la que pudo ocurrir algo funesto.

Se cruzaron en el porche y la mujer no ocultó su asombro al reconocerlo.

—¿Y tú qué haces aquí? —lo cuestionó con algo de incredulidad.

—Lo que otros no hicieron —atinó a decir con la misma actitud—. Pero ya me voy.

Ella se apresuró a entrar y halló a Marcela apenas despertando sin ganas de querer hacerlo. Si Max hubiera esperado un par de minutos más...

—¡Hola! ¿Cómo estás? —susurró Sofía después de sentarse sobre la cama.

—Estoy, con eso basta. Pensé que vendrías más temprano, me sentí muy sola.

—Hubo mucho trabajo, lo siento... —Se sorprendió al escuchar que ella ignoraba la visita que recibió, pero no se evidenció—. ¿Entonces no vino nadie más?

—No —musitó melancólica.

—Pero ya estoy aquí —dijo, acariciando su cabello.

Sofía decidió que era mejor no decirle que vio a Maximiliano salir de su casa. Si se iba enterar, no saldría de su boca.

El Intérprete ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora