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En la selva amazónica hay más de doscientas especies de aves. Los guacamayos azules son una familia casi extinta conformada por cuatro pequeños plumeros exóticos, los últimos de nuestra especie. Mi padre, Henry, coordina la manada y enfatiza siempre lo importante que es no volar más allá.
   —¿Dónde es más allá, papá? —pregunté con curiosidad por descubrir lo desconocido.
     —Todo lo que nos separa de nuestro ostentoso árbol, querida Megan —respondió, dejándome aún más curiosa.
     Nuestra vida es simple y grandiosa al mismo tiempo, puedo decir. Nuestros padres son los únicos que salen al mundo exterior de vez en vez, y cuando vuelven, en sus caras advierto una expresión de cansancio acostumbrado. Me pregunto qué observarán aquellos ojos azules al momento de volar tan alto y dejar nuestra colonia a su vuelo. Es un misterio. Mi hermano menor, George, no piensa lo mismo, no le atrae ni le interesa explorar lo desconocido. Dice que no tiene ciencia.
     —Lo tengo todo en este árbol gigantesco, ¿por qué querría salir? Además, va contra las reglas.
     La experiencia de nuestros padres al vuelo es mucho mayor que la de nosotros. Sus años se doblegan a los nuestros y sus alas son mayormente más fuertes y grandes. Sin embargo, mi madre Moly, sostiene que algún día estaré lista para salir y explorar con ahínco todo lo que mis instintos desean. Por el momento, tengo que resguardarme con mi hermano en aquel árbol, donde siempre estaremos seguros.
     Una mañana habitual, como cualquier otra, fueron los inconfundibles sonidos sordos de una máquina la que nos despertó. Me estremecí y me incorporé de inmediato para saber qué ocurría. Se oían voces incoherentes que no reconocí a lo lejos. Venían en aumento.
     —Shh, no hagan ruido —nos dijo mi padre.
     —¿Qué ocurre? —pregunté asustada, como no lo había estado nunca.
     Mis padres asomaron sus cabezas con cuidado por el hoyo de entrada y salida de nuestro árbol. En un momento aquellas voces dejaron de hablar y mi corazón latía con desesperación. Unas manos de color claro entraron y agarraron con fuerza a mi padre, despertando un grito ahogado de todos nosotros. Mi madre se acercó con cuidado a la orilla y nosotros detrás de ella. Pudimos observar cómo dos grandes hombres con trajes marrones metían a papá dentro de una jaula. Mi madre salió volando para escapar, o para intentar liberarlo, pero sus alas fueron demasiado lentas y las manos de uno de los hombres la tomó por sorpresa. Ambos se alejaban de nosotros. Sus últimas palabras que pude oír fueron:
     —Huyan.
     No entendía qué estaba pasando. Pero instintivamente cogí a mi hermano para que me siguiese sin mirar atrás. Cuando salimos del árbol, con un trabajoso esfuerzo por volar a la perfección, los hombres nos vieron pero no hicieron nada. La distancia que habíamos superado los incapacitaba a seguirnos. No me detuve. Volé tan alto como pude hasta que las plumas de mis alas mostraban resistencia. Mi hermano me seguía sin detenerse. El alba que se colaba por las hojas de los árboles aumentó, y me di cuenta que estaba llegando donde siempre había querido. Sin embargo, no era así como me lo imaginaba. Unos rayos solares me cegaron por un momento y mi visión se distorsionó. Cuando volví a tener la claridad en mis ojos, contemplé un cielo infinito que se extendía con gran fulgor encima de los árboles. Mi hermano y yo no dijimos nada. Sólo veíamos con tristeza la sorprendente vida que se exhibía sobre nosotros. No sabíamos a dónde ir, ni qué hacer. Pero nuestros cuerpos temblorosos se movieron por sí solos mientras nos disponíamos a encontrar un nuevo camino. Una nueva colonia. Un inesperado nuevo comienzo.
     Entonces, nos adentramos en lo desconocido.

Para Genssy González

LO DESCONOCIDO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora