Los Ojos de La Muerte

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Cuatro días...

Cuatro largos y tortuosos días habían transcurrido ya desde el día en el que decidió alejarse, aislarse totalmente de todo y de todos...

Cuatro interminables días que solo habían servido para convencerla aún más de lo que ella consideraba una verdad absoluta...El mundo estaba mucho mejor sin ella.

96 horas en las que solo se limitó a destruirse a sí misma, pensando incansablemente en los beneficios que traería su ausencia definitiva.

Y es que indudablemente la vida de muchas personas mejoraría si ella dejaba de existir. Aquella era, sin duda, una realidad irrefutable a la par de dolorosa.

Cansada ya de llorar y harta de intentar remediar su amargura con horas y horas de sueño inútil, divisó por enésima vez aquel objeto oscuro, capaz de resolver y remediar de una vez por todas su sufrimiento.

Con lentitud y parsimonia, casi a rastras, se acercó a la mesita en la que reposaba su única esperanza de salvación.

Cuando estuvo a una distancia suficiente, la tomó entre sus manos y la observó detalladamente, llena de tristeza pero a la vez, también de ilusión. Quería creer que aquella era por fin la solución, que si llevaba a cabo aquel acto de valentía podría al fin, encontrar la paz y la alegría que tanto había buscado sin éxito durante toda su miserable existencia.

No pudo evitar largar un lastimero sollozo lleno de rabia y frustración. Aquella no era la vida que había querido y en definitiva tampoco era el fin que había esperado tener. 

Las lágrimas recorrían sus ya de por sí enrojecidas mejillas, dejando a su paso un rastro de humedad que evidenciaría más adelante su constante lucha. 

Restos de una batalla que había creído erróneamente, ganaría sin esfuerzo. 

Y es que cualquier persona habría pensado lo mismo.

Aquella no era la misma chica que había creído poder comerse el mundo de un mordisco, aquella llena de ilusiones, sueños y metas por cumplir. Aquella chiquilla asustada y destruida tan solo era la representación del fracaso, uno inevitable y sombrío.

Era el vivo ejemplo de la decepción. La prueba fidedigna de que mientras más alto vueles, más estrepitosa será entonces tú caída.

Se miró al espejo y buscó en su mirada algún indicio que le mostrase que aún quedaba algo de su antigua personalidad. Intentó encontrar tan solo un poco de aquel brillo que solían irradiar sus ojos. Pero no lo halló.

Tan sólo se encontró con un lamentable espectáculo grotesco, que le recordaba con paciencia y crueldad que se había ido. Que solo había quedado de ella un disfraz, un molde vacío que carecía de energía, de pasión, de vida.

Se encontró de frente con su nueva realidad.

Había perdido la guerra más importante de su vida... La guerra contra ella misma.

Con decisión, tomó el arma entre sus manos, y tentó al destino al darle un beso sombrío.


Aún sin atreverse a realizar un sólo movimiento, recordó con tristeza aquellos efímeros pero maravillosos momentos de alegría.

Recordó con pesar toda la gente que en algún momento la había hecho feliz.

Pero, inmediatamente recordó también que aquellas personas, eran las que la habían orillado a tan nefasta conclusión.

Pensó de nuevo el por qué de todo aquello. ¿Qué era eso que la convencía de llevar a cabo aquello? ¿Acaso también era una simple cobarde y se había rendido tan fácil? 

La respuesta evidentemente obvia a sus ojos se hallaba justo allí, frente a sus narices. Aunque pensándolo bien, ella no se encargó jamás de destruirse... Ella solo facilitó el trabajo de los demás al confiar en ellos. Bien sabía que no era buena idea fiarse de nadie. La confianza es una llave que decides darle a alguien, un artilugio que en las manos equivocadas puede ser peligroso y que no había sabido entregar con precaución. 

A pesar de las miles de advertencias y alarmas que resonaron en su cabeza, ella continuó obstinada y reacia a obedecer. Y en menos de lo que esperaba y sin poder actuar, se dio cuenta demasiado tarde de la oscura realidad: estaba destruida y sus ruinas no podían ser reparadas.

Se había quedado sola en medio de la multitud, nadie podía entenderla y se dedicó incansablemente a ser un salvavidas a costa de su propio hundimiento. Uno que por desinterés o simple egoísmo nadie notó. Jamás pudo entender cómo fueron capaces de ignorar por completo el hecho de que sus ojos se habían apagado, sus sonrisas ya no eran genuinas y su alegría se había ido. A la vista de todos ella estaba bien.

Una vez más, se armó de valor y miró a la muerte a los ojos con ironía. Soltando una amarga y devastada risa, se dejó llevar por su locura, afirmándole al vacío como si de su desdichada vida se tratase que estaba lista para irse, no sin antes despedirse de todo aquello que en algún momento la había hecho sonreír y dejó en claro que no haría esperar más a la oscuridad por su alma. Estaba decidida a aceptar su destino. 

Quizá esta vida no había sido ideal... Pero se encargaría de que la próxima si lo fuera.

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