Una historia mal contada.

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· PETER ·

El humo de mi cabeza me está nublando los pensamientos.

Quiero decir, siempre lo hace, pero esta vez el humo es de colores, tiene sentimientos que no se resumen en una amargura gris y cotidiana.

Estoy acostumbrado a una rutina distante e hiriente, y contraproducentemente dañina. Y ahora cada vez que intento alejarme de eso, sigo sintiendo que todo sigue igual, y que no puedo escapar de las personas. ¿La gente sí entiende ese sentimiento de que alguien te dañe tanto que ya no sientes que algo siga bien contigo? Como si te convirtieras en circunstancias de tu propia vida, la que no elegiste, la que tal vez se convirtió en algo diferente por una decisión estúpida.

Pero ahora algo cambió indudablemente: El espacio, el tiempo y la gente. Y yo estoy caminando entre paredes, entre personas y entre segundos.

Caminar por este pasillo me trae los malos recuerdos de aquello de lo que escapé, y por eso este pasillo no es el mismo que el de hace un tiempo. Como alguien que pasa de un bosque gris a un bosque verde manzana, como alguien que toma un café más dulce en una taza diferente.

Todo en este lugar se ve y se siente de otra manera, las paredes tienen posters y avisos por todas partes, que parecen haber sido hechos por más estudiantes, se ven coloridos y felices, mil veces menos sombrío que a lo que estoy acostumbrado. El lugar entero tiene más iluminación, todo se ve más limpio y cada estudiante caminando por el lugar parece estar metido en su propio mundo, a veces compartido por quienes caminan junto a él, pero nadie parece mirarme con desprecio, aún si se voltean a mí por curiosidad. Así que aún con los nervios de este nuevo ambiente esto no puede evitar hacerme sonreír por un momento. Como si por primera vez estuviera haciéndole caso a papá cuando habla de disfrutar las pequeñas cosas de la vida.

De repente necesito unos segundos para concentrarme en respirar, en sentir todo a mi alrededor y recordarme que es diferente, que es un lugar diferente, que no voy a salir lastimado. Tal vez mi corazón relaciona muchas cosas con la ansiedad, con el peso en la garganta y con el miedo de herirme. Pero ya pasó, es un lugar diferente. Sigo caminando.

Por un momento, al menos, tengo que poder fingir que no es difícil y que no me pesa el pecho.

Caminé hasta la puerta marcada con el número "9", siguiendo las instrucciones que antes me dieron, ignorando la ansiedad repentina de que mis recuerdos me engañaran por un segundo y esto me hiciera equivocarme de lugar, y entré.

Cada maldito estudiante, dispersos pero sentados casi correctamente en cada uno de los bancos a la izquierda de la puerta, viendo a la derecha, me miró. Y nuevamente sentí el aire fresco de sentir que esta vez todo iba a ser diferente, alucinantemente diferente, excepto por una cosa.

El sentimiento se desvaneció un poco (espero haber podido disimularlo) en el segundo en el que vi al otro nuevo estudiante frente al resto de la clase, junto al escritorio, esperando al docente que nos presentaría, que apartó la mirada de mí al suelo rápidamente.

Tom tiene una gran habilidad para lograr que la gente lo vea como una persona inocente e interesante en lugar de ver que es un desgraciado hipócrita; el tipo de persona que te hiere cuando piensas que puedes creerle (aunque nunca hubiésemos sido tan cercanos, aun así me destruía las entrañas). Porque en la clase de cívica y derechos todos parecen comprender que cada ser humano merece la misma clase de respeto e inclusión en la sociedad. Aun así a nadie la afectaba golpearme. Pero no lograba saber si la razón de esto era que Tom lideraba la ideología o el "respétame y te respeto" no me incluía si era gay. Pero todo esto es otra historia, muy reciente, que siento que se me iría de las manos si quisiera explicarla, y no planeaba permitir que se repitiera.

"Algo así como estar bien".Donde viven las historias. Descúbrelo ahora