Escena extra, capítulo dieciocho

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Gracias por la espera, perdón por la demora. Disfruten. 

Me negaba a abandonar la cama, no tenía energía para hacerlo. Mi cuerpo se encontraba entumido por el cansancio, y mi mente aturdida por la falta de sueño. Me removí bajo las sábanas siendo consciente de que en cualquier momento abrirían la puerta.

Mi mañana comenzaba temprano todos los días. En los dos meses que llevaba viviendo en Nueva York, adopté una rutina estricta que solo rompía cuando lograba escapar para pasar un par de días en México. Me acostumbré al ritmo agitado en el que transcurrían mis horas. Desayunaba algo ligero —y casi siempre líquido— antes de ir a entrenar al gimnasio. Solía tomarme un café al salir buscando energía para mi cita con el coach de pasarela.

Mis entrenamientos con Enzo, un italiano encantador y con una habilidad increíble para modelar, duraban dos largas horas. Solía tomarme un rato de descanso para continuar con mis actividades de la tarde: fotos, entrevistas, reuniones, crear contenido, promocionar a las marcas con las que trabajaba y volver a entrenar en el gimnasio. Aquella mañana no tenía las fuerzas suficientes para sobrellevar mi día extenuante.

—¡Camila!

Me levanté ante el primer llamada de Mariano. Odiaba escuchar su voz molesta que solía repetir mi nombre con insistencia cuando no daba señales de haber despertado.

—Estoy en el baño.

Tomé el teléfono que estaba en la mesa de noche y me desplacé hasta allí a paso lento y perezoso. El baño era pequeño y poco iluminado, mi parte menos favorita del departamento que la agencia había asignado para mí. Evitaba pensar en todo lo que me incomodaba de ese lugar, para frenar mi deseo de tomar mis cosas y marcharme.

Tras estirarme frente al espejo revisé todos mis mensajes. Los de Pablo eran los únicos que me hacían sonreír. Lo extrañaba más de lo que admitía, jamás me había costado tanto trabajo alejarme de él, mi apego desmedido provocaba que despertara con un peso extra en el pecho, causado por su ausencia.

—Camila, quince minutos —me advirtió Lucy desde afuera.

La ignoré mientras llevaba el teléfono a mi oreja, esperando escuchar la voz de la única persona que me ponía de buen humor.

—Buenos días, belleza.

Pablo sonó más ronco que de costumbre, señal que me indicaba que acababa de despertar. Me fue fácil imaginarlo entre las sábanas, despeinado y soñoliento.

—Soñé contigo.

—Yo también, que curioso. Quiero verte, voy a colgarte.

Sabía que era una trampa, el tono malicioso en su voz me lo indicó, sin embargo, con todo y el poco tiempo que tenía acepté la videollamada. Su imagen apareció en mi pantalla de inmediato, estaba tal y como lo imaginé. Sin camisa, sobre la cama, despeinado y sonriente. Que llevara el brazo hacia atrás de su cabeza me aceleró el corazón, fijé la vista en como se tensó su bíceps por aquel movimiento tan cotidiano que me alteraba.

—Señor guapo.

—¿Qué soñaste? —cuestionó directamente, sin intentar disimular sus intenciones, ponerme en un aprieto.

—Que venías a verme y dábamos un paseo. Me acompañaste a pensar y pasamos tu tarjeta negra por muchas tiendas. Cargaste todas mis bolsas, eran un montón, luego fuimos a comer a un lugar lindo, pasamos el resto del día juntos y en la noche me diste una sorpresa, eran más regalos.

—Tu sueño fue muy aburrido.

—Los sueños son una especie de reflejos de tus deseos. O sea deseo verte, y dar un paseo contigo.

Malas Decisiones Escenas extraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora