La oscuridad se posó sobre mí como un pájaro en pleno vuelo atacándome con sus despiadadas garras. Habían apagado las luces. Todo en silencio salvo Harry el loco. Su verdadero nombre era Harrison. Lo llamaban así a pesar de que aquí todos estaban igual de locos. Incluída yo.
Estiré las piernas sobre la dura piedra donde la oscuridad me había pillado, puse las manos sobre mi cara y en ellas pude notar la húmeda y cálida sensación del agua salada brotando de mis ojos. Los pies se me entumecieron, por los brazos me recorría un hormigueo y por la columna... un escalofrío. Sí, necesitaba ya mi medicina.
Grité tanto como me lo permitieron mis pulmones. Grité hasta que la garganta me ardió, pero no paré ahí, si no que seguí incluso con más fuerza. Los ojos luchaban por salir de sus órbitas. Mis dientes dolían debido al gran impacto de las ondas sonoras contra ellos. Encogí las manos en puños y di golpes en el suelo.
―¡Cállate, maldita loca! ―gritó la enfermera que estaba a mi cuidado en cuanto abrió la puerta y encendió una pequeña linterna.―¡No puedes pasar una noche sin volverme histérica! ¡Eres lo peor que me ha pasado en la vida!
Mis cuerdas vocales seguían prendidas en fuego, mis agónicos gritos no cesaron hasta que me inyectaron mi medicina en el cuerpo. Me callé de repente. La enfermera me levantó con violencia y me posó en la cama de nuevo con sólo uno de sus brazos. Dejó una caja con pastillas sobre mi mesa. Era la primera vez que hacía eso, en teoría tenían prohibido dejar medicina a nuestro alcance sin supervisión.
―Tómatelas cuando te de la gana pero déjame vivir ―dijo en un tono bajo y amenazador, aún agarrando mi brazo y clavándome las uñas, mientras apuntaba mi cara con la linterna.
Se fue con paso cansado aunque firme. Sonreí, contenta de tener al fin lo que necesitaba. Ya no tendrían que soportarme más tiempo aquí. Pronto encontraría la manera de "dejarles vivir".
Volvía a estar a merced del agarre de las criaturas de las tinieblas. Mis ojos veían seres intocables, hijos de la noche, pupilas rojas y sangre cayendo de sus grandes colmillos. Grité de nuevo, grité con todas mis fuerzas, las cuales no tardaron en desaparecer y dejarme en un estado entre la vida y el sueño eterno.
Volvieron a encender las luces. Al parecer ya era hora de estar despiertos otra vez. Cogí la caja de pastillas que había dejado mi enfermera aquella noche y las guardé en el pequeño cajón vacío de aquella mesa. Estaba completamente recubierta de papel de burbujas. El cajón también. Era difícil abrirlo y cerrarlo. Las burbujas estallaron y me hicieron reír. Hacía mucho que no me reía. La sensación en mi estómago era dolorosa pero provocaba el mismo efecto que un fuerte abrazo. También hacía mucho que nadie me daba un abrazo.
Mi enfermera abrió la puerta de la habitación y me hizo un gesto con la cabeza, dándome a entender que ya podía salir de aquel sitio. Salí dando pequeños saltos a cada paso. Mi corazón saltaba conmigo: era hora de movernos por la sala comunitaria. Nos dejaban unas horas a todos juntos en la misma sala, sólo con la vigilancia de una cámara de seguridad que, ellos creían, nadie sabía que estaba allí. Pero yo ya la había visto.
Mis manos dieron palmadas de camino a la sala. Oí gritar a Harry el loco. Era el único sonido que me hacía sentir viva: los gritos de los que eran como yo. Los sonidos agónicos que deseaban expandirse más allá del horizonte y salir de aquellas paredes.
Llegamos y allí vi a algunas caras que no conocía de mis largos días entre los muros acolchados, así que fui a averiguar sus nombres.
―Hola.
La mujer a la que se lo dije me miró con interés. Sus ojos reflejaban miedo y melancolía. Sus labios no se despegaron una sóla centésima de milímetro. Temblaba. Temblaba mucho y sus manos daban golpes sobre la pared a modo de entretenimiento.
―Me llamo Jade, ¿y tú?
La mujer dejó de mirarme y siguió dando golpes en la pared. Mi conciencia me decía que debía seguir intentando hablar con ella. Quizás me odiaría por ello... No. Aquí estamos locos, no somos maleducados ni rencorosos. Volví a oír gritar a Harry el loco.
―¿Cómo te llamas?
Esta vez me volvió a mirar y se encogió de hombros. Su cabeza se echó hacia atrás y yo la aparté de la pared.
―¿Cómo te llamas? ―repetí, esta vez un tanto irritada por que no me quisiera decir su nombre.
Entonces, por primera vez separó sus labios y gritó. Me gritó a mí con tal fuerza que mi pelo voló con el impulso del sonido de su voz. Empezó a empujarme contra la pared. Daba un grito con cada empujón. Empezaba a molestarme, así que la empujé yo a ella también y así se calló. Se fue y me dejó allí sin saber su nombre. "Qué chica tan rara", pensé en un principio. Pero luego me di cuenta de que estaba tan loca como cualquiera de nosotros. Me giré hacia mi derecha y vi a Harry el loco gritando con felicidad hacia la nada. Nunca se cansaba de gritar. Me acerqué a él y le toqué el hombro. Entonces paró el incesante y estruendoso sonido de sus gritos para mirarme.
―Hola, Harrison. ―dije con un alegre aleteo de mi mano.
―¡Hola, Jade! ―chilló.
Detrás de él apareció Bob el sucio. Le llamaban Bob el sucio porque siempre tenía alguna mancha en su camiseta blanca, la misma que teníamos todos allí. El problema de Bob el sucio no eran los gritos sin sentido como los de Harry el loco, eran sus ataques de ira. Yo había sido su víctima en una ocasión, de la cual aún conservaba la cicatriz que recorría todo mi costado izquierdo y la que cruzaba mi mejilla derecha.
―¡Hola, Bob!
Bob el sucio le ignoró, ni siquiera se molestó en mirarle. Un silencio reinó entre los tres con corona de oro y joyas hasta que Harry el loco volvió a gritar.
Yo decidí seguir explorando y vi a Nieve. Su verdadero nombre era Nadia, ella me lo había dicho en un brote de lucidez, entre su estado de locura extrema. La llamaban Nieve porque tenía la piel blanca, tanto que yo creí verle los huesos a través de ella en alguna ocasión. Además, estaba extremadamente delgada, como yo aunque incluso más. Rió con histeria cuando vio en una esquina a un chico temblando con los ojos muy abierto mirando a la nada. Después, Nieve se me acercó sin que yo le dirigiese la palabra.
―Ya sé cómo salir de aquí ―susurró.
Me pregunté si ese sería otro brote de lucidez o seguía tan loca como el 99% de las veces.
―Jade, sé cómo salir de aquí ―insistió.
No le hice caso y me alejé de ella.
―¡Sé cómo salir de aquí!
Gritó con tanta fuerza que todos le oyeron y la rodearon con entusiasmo y curiosidad mientras yo me alejaba de ella. No me gustaría escaparme con Nieve. Me paré en seco. Se me entumecieron los pies... oh, no. Los brazos me hormiguearon y un escalofrío recorrió mi espalda. Grité, y por supuesto, las cámaras me vieron. Sola y loca.
Sola y loca.
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Madhouse → Jade Thirlwall
FanfictionPequeña fanfiction inspirada en la canción Madhouse de Little Mix. Constará de cinco capítulos. ¡Espero que os guste!