Quién con fuego juega 5

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Por un instante me dejé llevar por los sonidos y los olores que llegaban a mí desde la gran ciudad, todos familiares y comunes, relajantes para un chico como yo que se había criado en la urbe. Estímulos constantes, las voces y risas de la gente a nuestros pies, el rugido y las sirenas de los vehículos, gritos, música y el eco de los televisores flotando al exterior desde pequeñas ventanas multicolores abiertas. Aspiré el olor de la lluvia, fresco, mezclado con el del motor de los coches, las comidas de los restaurantes o el de la basura en descomposición de los rebosantes contenedores del cercano callejón.

Todo ello era como un ruido blanco, desconectando mis sentidos, consiguiendo vaciar mi mente durante unos preciosos segundos.

Jacob compartió conmigo este momento de introspección, o puede que simplemente estuviese dándome espacio.

—¿No tienes preguntas? —dijo al fin.

Sentado en el borde de la ventana, me volví hacia él. Me miraba con curiosidad, como si intentase ver a través de mí. Una vez más me pregunté qué vería al mirarme.

—¿Qué quieres decir? —pregunté. El aire fresco y limpio que había dejado atrás la lluvia barrió mi cabello, haciéndome cosquillas.

—¿Cómo que qué quiero decir? —dijo alzándose en la silla, lanzando el vaso de papel vacío a la papelera junto al mío—. Una persona que apenas conoces te saca a rastras y sin explicaciones de un club, te lleva a traición a un hotel y te dice que estás en peligro. ¿Y no tienes, como mínimo, curiosidad?

Aparté la vista de él, de esos ojos oscuros que se clavaban en mí sin apenas pestañear, y fijé la mirada en el cigarro a medio consumir y mis manos cada vez más entumecidas por el frío y la humedad. Enganché mis dedos en la goma de los puños de la sudadera una y otra vez, pensando en mi respuesta. Decidí ser sincero.

—Es evidente —dije soltando una bocanada de humo tras un tiro al cigarrillo. La nube bailó ante mí, enroscándose lentamente hasta desaparecer —. Alguien quiere matarme.

Una ambulancia cruzó veloz la calle unos metros debajo nuestra, ahogando durante unos segundos el resto de los sonidos de la ciudad. La seguí con la mirada hasta verla desaparecer.

—Y supongo que también querrán matarte a ti por entrometerte, ¿no es así? —añadí entonces mirándolo.

No tardó en hacer contacto visual conmigo de nuevo. Me mantuvo la mirada, hasta que con un suspiro se levantó a coger su tabaco. Sin una palabra alcancé mi mechero del alfeizar, de debajo de mi pie, y encendí su cigarro. Tras una larga calada se alzó y se apoyó en el marco de la ventana, muy cerca de mí. Lo observé mientras fumaba, con la mirada perdida en la calle. Vestía solo unos pantalones de chándal grises y una camiseta sin mangas. Un enorme corte, reciente y con los puntos aún frescos, cruzaba la tierna piel de su antebrazo, y sobre el hombro y junto a la clavícula se repartían varias marcas rojas que sabía que en un par de días se volverían oscuras.

—A mí también me pagaron para acabar contigo —dijo al rato un poco nervioso.

—Mmm. ¿Y qué pasó? —pregunté aplastando mi cigarro contra el borde de la ventana y arrojándolo después a la calle—. Has tenido oportunidades.

Intenté mantenerme calmado, pero no pude evitar sentir una ligera emoción extenderse poco a poco por mi cuerpo, una chispa prendiéndose y expandiéndose desde el centro de mi pecho. ¿Esperanza quizás?

—Me picó la curiosidad —contestó con una enorme sonrisa iluminando su rostro, su mirada, la habitación entera... —"La curiosidad frecuentemente conduce a los problemas"—citó con voz entre rota y divertida. ¿Alicia o el Conejo Blanco?

La curiosidad mató al gatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora