Capítulo 33. Daniela...Y la profesora.

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Cuando pasaron un par de meses, un día, estando en la cafetería de la clínica donde Gabriela trabajaba, unos bonitos ojos marrones se posaron en ella con mucha insistencia. Como si solo existiera ella en la cafetería. Gabriela se sintió intimidada al principio. Pero luego le llamó la atención cuando observó a la dueña de dicha mirada. 

Era una mujer más o menos guapa, no llamaba mucho la atención pero se le veía una mujer coqueta y muy femenina, por la ropa que llevaba debajo de la bata blanca. Llevaba un fonendoscopio enroscado a su cuello. Así que Gabriela dedujo que sería doctora. Debía de tener alrededor de treinta años. Finalmente Gabriela se decidió a hacer lo mismo que la supuesta doctora, no le quitó los ojos de encima.

La doctora acabó por sonreírle, y al final cuando se levantó para irse de la cafetería, pasó por Gabriela y le dejó una servilleta donde ponía su nombre y su número de teléfono. Al dejarle la servilleta cerca de su mano, la rozó con unos preciosos dedos finos y largos. Esa mujer se cuidaba mucho. Y con ese toque el cuerpo de Gabriela se tensó. ¡Perfecto! Sin comerlo ni beberlo, ya tenía ligue para pasar el rato el fin de semana que estaba por llegar. Gabriela sólo quedaba con Ángela cuando ésta no quedaba con otros amigos o compañeros de trabajo. Así que se podía decir que se sentía muy sola en la ciudad. Ella se dedicaba a estudiar y a trabajar, aunque alguna noche decidiera salir a tomar una copa sola o con Ángela, acabando en brazos de cualquier mujer necesitada de cariño, sexo y afecto. Así no tenía casi tiempo para pensar en Adriana. Era lo que intentaba porque siempre que acababa por pensar en esos ojos verdes que tanto echaba de menos, se echaba a llorar y no podía parar de hacerlo. Era superior a sus fuerzas. Aún no se había hecho a la idea que no volvería con Adriana. Necesitaba tiempo. Y lo peor de todo es que fue decisión de ella. 

Igualmente estaba Eva, la profesora que la llevaba loca. En los dos meses que habían pasado ya, la doctora siempre la miraba en clase embelesada. Pero luego cogía sus cosas y se iba con la mirada agachada. No entendía el por qué de su comportamiento, cuando se veía a la legua que le gustaba a la doctora. Quizás se sentía grande y segura cuando estaba en la tarima explicando la asignatura, y luego cuando dejaba de dar la clase, empequeñecía. Eso mismo pensaba Gabriela, porque cuando la miraba mientras daba la clase, lo hacía de una manera algo descarada. Y era totalmente incongruente cuando salía del aula y sus ojos se escondían de los de Gabriela. 

Gabriela esperó a que llegara el jueves para escribir a esa doctora. Se llamaba Daniela. Tenía bonito nombre. No quería parecer desesperada, y como ya llegaba el fin de semana, seguro que la mujer querría quedar una noche de esas para pasar un buen rato juntas. Así que sin pensárselo dos veces, le escribió algo nerviosa:

"Hola doctora, soy la chica de la cafetería de la clínica. Me preguntaba si tenía planes para este fin de semana. Por cierto, me llamo Gabriela".

Daniela estaba tranquilamente en su casa descansando mientras leía una revista de medicina y se tomaba  un capuchino bien caliente, tirada en el sofá, cuando le llegó un mensaje de WhatsApp a su móvil. Ella pensaba que sería de su madre o su hermana, pero se llevó una grata sorpresa cuando vio que era de un número desconocido, y esbozó una amplia sonrisa cuando leyó el mensaje.

"Hola Gabriela. ¿Qué tal? Encantada. Tienes un nombre muy bonito. Por cierto, llámame Daniela, por favor. Y planes, todavía no tengo. Aunque tal vez estoy esperando a que una preciosa chica me diga de quedar a cenar...¿Mañana por la noche?.

Cuando Gabriela leyó el mensaje sólo pudo reírse. Le gustó que Daniela cogiera confianza con ella y la llamara "preciosa chica".

"Pues la preciosa chica que dices, estará encantada de quedar contigo mañana para cenar, Daniela".

Estuvieron hablando y coqueteando un rato más. Quedaron en un restaurante italiano en el centro de la ciudad. Les costó despedirse hasta que al final Gabriela le dijo que se tenía que ir a dormir. La conversación entre ellas había sido muy fluida y entretenida. Veríamos qué pasaría cuando estuvieran en frente una de la otra. Las dos esperaban que fuera igual de bien que había ido la conversación que acababan de tener.

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