Mis zapatillas de deporte chapoteaban al avanzar por la estrecha calle ¡cómo llovía! Aunque no era ninguna novedad. Esta ciudad nunca deja de llorar. Lo sé porque me encanta observar la lluvia resbalar por la ventana de mi habitación, como si las gotas corriesen desesperadas por alcanzar su destino. Al fin y al cabo, igual que nosotros.
Giré por aquella esquina, una esquina por la que paso todos los días, una calle que nunca me había mostrado una vista diferente. Hasta ese día. Nada más agachar la cabeza, vi unas chanclas que chapoteaban, al igual que yo, por las estrechas calles de esta ciudad tan triste. Por supuesto, que me olvidé completamente de la gotera y alcé la vista para descubrir qué clase de persona saldría en chanclas a la calle un día como aquel. Realmente no me sorprendí al verla a ella, yo ya sentía esa sensación de nerviosismo al haber cruzado la esquina, cómo si supiese que verla a ella, de alguna manera, cambiaría el rumbo de mi camino. Y de todos los caminos que fuera a tomar a partir del instante en el que la ví. ¡No solo me sorprendieron sus chanclas! Para colmo, iba en pantalón corto y vestía una sudadera holgada que era demasiado grande para ella. A pesar de estar calándose, sonreía. Ahí estaba. Plantada en medio de la oscura calle, con una coleta mojada amarrando su melena castaña, y sin apartar esos mechones de pelo húmedos que se adherían a su frente. Cómo si todo lo que sucediese a su alrededor no tuviese nada que ver con ella. Cómo si poseyese el privilegio de estar ajena a toda esta mierda. Porque ella no pintaba nada aquí. Me llamarán loco, pero puedo jurar que estuve a punto de preguntarla si me dejaba ir con ella, si me permitía andar en chanclas en este día tan lluvioso, para que no tuviese que mojarse los pies sola. Pero no me atreví. Supongo que no es excusa, pero los humanos somos cobardes por naturaleza. Entonces, una gran gotera cayó sobre su ojo. Pensé en lo mucho que me habría molestado a mí, sin embargo, ella sacudió la cabeza y se rió con fuerza. Ahí la admiré aún más, porque mientras yo me pasaba la vida esquivando goteras ella no paraba de reír. Y reía y reía, y puedo jurar de nuevo que jamás oí ( ni probablemente oiré) nada semejante. Ella era un deleite para todos los sentidos. Casi se me olvidó respirar en el momento en el qué giró la cabeza y se me quedó mirando fijamente. Me perdí sin remedio en aquellos ojos color pardo, y por miedo a perderme definitivamente, aparté la mirada. Ella dejó de sonreír y la volví a observar, aunque estoy seguro de que algo se me rompió por dentro cuando la chica del pelo castaño miró hacía el suelo. Ahí supe por seguro que ella no pertenecía a este mundo. La tristeza que reflejaban sus ojos solo puede pertenecer a alguien que de alguna forma, sabe que este no es su lugar.
Así que se dio media vuelta, y se fue, alejando aún más sus mundos de mis zapatillas de deporte mojadas. Y así perdí de vista a la chica del pelo castaño, de los ojos tristes y de los mundos lejanos. Sabiendo hoy día que actué cómo una de esas gotas de agua que se estancan en la ventana en vez de correr hacía su destino.
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La chica de los mundos lejanos
Short StoryRelato corto sobre el amor y las elecciones que tomamos. Sobre chicas que se calan bajo la lluvia sin importarlas y zapatillas mojadas que no saben a dónde quieren llegar. Sobre chicas de mundos lejanos.