Bajo las ridículas flores de cerezo

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Abril sin duda era un buen mes. El clima era fresco, ni muy frío ni muy caliente, y las noches eran tan hermosas y claras que le permitían ver las estrellas, algo que personalmente adoraba de aquella ciudad. Sin embargo, había algo que no le terminaba de gustar de abril, y la verdad no era culpa del mes en sí, era de la persona que decidió poner la fecha del regreso a clases.

— ¡Achú!

Su repentino estornudo causó reacciones diversas entre sus acompañantes, siendo la más exagerada, en su opinión, la de su hermano. Al girar hacia él, para dedicarle una mirada incrédula, lo encontró abrazando a su joven esposa de forma protectora, como si pudiera cubrirla de los gérmenes con sus fuertes músculos. El hombre que había sido su tutor desde hacía más o menos siete años soltó una exclamación dolida, como si se hubiera golpeado el dedo chiquito del pie.

— ¡Aaagh, Akaza, te moviste! — exclamó mientras de forma exagerada se llevaba su siniestra a los ojos. — Arruinaste la foto, muchacho.

El pelirrosa se mostró indignado ante los reclamos hechos por su maestro, culpandolo como si hubiera sido su intención estornudar para arruinar la foto que cada año les hacía sin falta.

— ¡Es culpa de esas estúpidas flores de cerezo! — gruñó mientras señalaba el gran árbol que alguien había plantado en el gran jardín del dojo.

— No culpes a otros por tus errores. — el rostro del hombre era tan serio que cualquiera que no lo conociera pensaría que aquello lo decía en serio.

Pero los chicos lo conocían muy bien, y sabían que Keizo era un alma alegre y bromista, aunque eso no hacía que el gemelo menor no se molestara por sus burlas. Con una vena en su frente se puso en posición de ataque y sonrió cual depredador enseñando sus colmillos.

— ¡Ponte en posición, te borraré esa sonrisa de la cara!

A su lado, Hakuji suspiró mientras Koyuki se mostraba nerviosa, buscando una manera de intervenir.

— ¿Piensas solucionar todos tus problemas peleando? — le reprochó su hermano.

— ¡Akaza, llegaremos tarde...! — le recordó su cuñada, mientras se desprendía del agarré de Hakuji para acercarse a tomar del brazo al contrario.

— ¡Koyuki tiene razón! Mejor guarda esa pelea para cuando regreses, Akaza. ¡Pero...! — se apresuró a decir mientras volvía a levantar la cámara para tomarles una foto. — Manténganse quietos esta vez, será rápido. ¡Koyuki, no seas tan fría, ya están casados!

La chica, a pesar del gran sonrojo del que era víctima, se colocó en medio de los hermanos, tomando de la mano a su esposo mientras mantenía cerca a su cuñado tomándolo del brazo. Era una acostumbrada pose que habían mantenido desde niños, convirtiéndose en una tradición que Keizo había prometido no dejar morir, sin embargo esta vez era diferente a las otras, todos podían sentirlo. No estaban seguros si se debía a que era el último año de Hakuji y Akaza, mientras que a Koyuki aún le faltaban unos cuantos años para salir de la preparatoria; o si se trataba de la reciente boda entre el mayor de los Soyama y la única hija de Keizo; también podía ser la tensión que aún se sentía respeto a Akaza después de su última gran metida de pata.

— ¡Listo! Mi primera fotografía de mis queridos Soyama... — casi lloró el hombre. La pareja se sonrojó, aprovechando para marcharse con una respetuosa despedida al ver que el hombre cubría sus ojos con su brazo derecho. — Sí, sí, que les vaya bien. — cuando los descubrió, notó que el pelirrosa apenas y se había movido para balancearse de un lado a otro con indecisión. — ¿Qué pasa, te duele el estómago?

El hombre bromeó con la excusa que el menor siempre usaba para faltar a clases, esperando recibir como respuesta los usuales gritos malhumorados del alfa, sin embargo solo recibió una fría mirada y una dura voz.

Rewrite the starsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora