CAPÍTULO 3

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El Honor de una Dama.
Capítulo 3.
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—Francamente no sabría que decirle. —expreso Dorothy escogiendo un vestido para que la joven  pudiera salir a la ciudad, necesitaba que Candy despejará la mente un poco después de la agobiante conversación con el conde —Si mi padre dijera eso estuviera llorando como una Magdalena.

—Es que lo hubieras escuchado. Quería que fuera de otra manera. —Aquella palabras eran rudas para la joven ¿De cuando acá su padre quería que fuera otra persona? El mismo la educó para ser fuerte e independiente, para ser alguien que no tuviera cavida para las dudas, igual que la fe, y de repente exige que se comporte como una dama.

¿Desde cuándo ella era una dama? Sólo un título lo afirmaba nada más, pero no sé consideraba una.

—No lo entiendo, pero supongamos qué tiene razones.

—¿Pero por qué?

—Mejor no le de vueltas al asunto —Dice Dorothy acercándose a la joven tomándola de las manos y. llevándola al espejo de cuerpo entero, quería levantarle el ánimo de alguna manera —Vistase y salgamos, hace un hermoso día y le hará bien.

—Supongo que es lo mejor que podemos hacer hoy.

Con ayuda de Dorothy, Candy se puso un vestido amarillo de seda, con mangas que tenían encaje, bien ceñido a la cintura, lo justo para que le faltará el aire, un par de desmayos al día por la poca oxigenación era propio de una dama, le mostraba al mundo que era delicada y sumisa. Los guantes expresaban decencia y limpieza, y la cabeza cubierta por un enorme sombrero qué era la señal de que debía mantenerse bajo las leyes que los hombres de la época les imponían, todo aquello era la conceptualización que Candy se había hecho en la cabeza.

Sin embargo, ella se negaba a ser así.

—Señorita, Candy —Dice con dulzura el hombre, siempre tratándola como una niña pequeña —¿Esta todo bien? Recuerde que aquí estamos para usted... Se lo prometimos a su buena y santa madre.

—Descuida... —La joven resopló y trato de que sus sentimientos no la traicionaran, ella hacía muchos años se prometió que no iba a ser como las tontas señoritas de sociedad que lloran ante todo.

De mano de Dorothy sube al coche y es ahí cuando se quita el enorme sombrero para dejar fluir mejor las ideas.

—A la ciudad, Sean.—Dijo la doncella al cochero. Candy iba distraída, su padre quería que fuera una dama, pero de dama solo tenía el rostro, aquellos ojos verdes brillantes que hacían juego con aquellos rizos rubios eran atribuciones que pocas jovenes inglesas podrían hacerse acreedoras.

A medida que el cochero atravesaba la pequeña ciudad costera de Brighton, la joven rubia iba suspirando, las aves marinas revolotean por todas partes aprovechando el viento perfecto del verano que sopla intenso. Candy observa a todas las jóvenes que caminan de la mano de caballeros, y suspiro. No quería verse sumisa cada vez que un hombre le hablara o tener que obedecer ante su mas mínimo capricho, no quería ser solo un objeto de reproducción ni un adorno más en casa que se llena de polvo y envejece sin gloria alguna.

Si un hombre la iba a amar, la amaría tal cuál era. Y ella no tendría que estar detrás de él siendo sumisa, sino a su lado, para ser fuertes mutuamente.

—¡Señorita! —Llamo la joven dama de compañía a Candy. —¿Se encuentra bien?

—Si... si Dorothy, solo algo distraída.

—Piensa aún en lo que le dijo su padre ¿No es así?

—No te puedo engañar. —Exclamo con un tono de voz neutral. —No quiero ser la dama que mi padre exige.

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