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Melania.


                   No es que yo no estuviera como una jeta (porque lo estaba, ya os aseguro yo que estaba como una cabra), lo que pasa es que el calificativo de "loca del coño" se lo llevaba más propiamente Rosalinda. Por eso, y también porque yo misma la había ayudado a prepararse, pero eso no se lo digáis a Mercedes, no me sorprendió ni un pelo cuando apareció por la puerta de la terraza disfrazada de esta última.

El primero que la vio entrar fue Damián, que igual de patoso que siempre volcó hacia atrás la silla en la que estaba cuando empezó a reírse como un cerdo atragantado. El espaldazo fue digno de haberse grabado, pero Linda, que era la que siempre estaba con una cámara en la mano, estaba ocupada cabreando a Mercedes.

Dede era un poco... ¿Cómo decirlo? Estirada. Bueno, en realidad era simplemente tranquila, pero como Rosalinda y yo éramos dos coches de carreras sin freno, ella a nuestro lado parecía muy sosa. Y claro, Dami era mi hermano pequeño, así que había crecido viendo mis intentos continuos de que nuestra madre decidiera que le rentaba más abandonarnos. Eso lo había llevado a desarrollar un comportamiento muy similar al mío, con un añadido extra de torpeza, todo ha de decirse. Rodeada de nosotros tres, Mercedes era, definitivamente, la estirada.

Pero la queríamos mucho. Y ella hacía de madre, así que nos rentaba.

El golpetazo de Damián contra el suelo provocó tal susto en Dede que su elegantísima copa de un vino cuyo nombre para mí resultaba imposible de pronunciar voló directa hasta los papeles que tenía encima de la mesa, la lista de covers para nuestro último concierto de la pequeña gira por Francia. Su reacción fue girarse hacia mi hermano como si tuviera un resorte en el cuello, pero su mirada de asesina se topó antes con la cabellera rubia de Linda.

Como no podía hacer nada con su piel blanca para asemejarla a la negra de Mercedes y tampoco quería usar pelucas porque decía que a su pelo no iba a acercarse un puñado de pelusas con piojos, se había esmerado con el outfit. Habíamos pasado dos horas rebuscando entre las cosas de nuestra amiga para encontrar la ropa adecuada. Apareció con uno de los VESTIDAZOS de Dede, esos que guardaba para ocasiones especiales, con una tela blanca bordada con flores, cortísimo y con dos mangas cortas de farol. En los pies, unos zapatos de tacón exactamente iguales que los que Mercedes llevaba en aquel mismo instante -tenía dos pares de algunos zapatos, por si se les ensuciaba: blancos, planos, con un tacón finísimo y tiras que se enrollaban hasta el tobillo. Dos enormes perlas decoraban sus orejas.

Mercedes pasaba continuamente de nuestras salidas de tono. Su habitación era siempre la única que se mantenía en una calma continua, mientras Linda, Dami y yo estábamos toooodo el tiempo, en fin, haciendo el cafre. Pero, y Dios me libre de negarlo, cuando se cabreaba, temblaba el mundo. Y hablo en serio. Puedo jurar que una vez tembló todo el hotel en el que estábamos.

el arte de NO engañar al amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora