Sentía como mi ultimo anhelo no sé vería cumplido, puesto que moriría antes de su llegada.
Finalmente mi cuerpo dejó de sentir dolor, ya no sentía cada mínimo detalle, cada mínima cosa que causase dolor en él y creo que esto se debía a que estaba a punto de perder la consciencia, y así fue.
Cuando abrí los ojos pude ver a Titorea a mi lado, sin formular ni una sola palabra, de hecho, parecía concentrada, tras esto me pude percatar de que realmente estaba concentrada, se encontraba con sus manos sobre mi, tratando de curar las heridas que me había causado yo mismo al tirarme por aquel precipicio.
Recuerdo que me moví muy poco, apenas podía sentarme, ya que me encontraba malherido, cuando ella dejó de hacer lo que estaba haciendo con las manos y me miró fijamente a los ojos, su mirada en mi, era algo que nunca había experimentado, que ni había imaginado que ocurriese, pero cualquier cosa que me pudiese haber imaginado no haría justicia a su maravillosa mirada.
Sus ojos eran de un color que no sabría definir, eran una paleta de colores, tenía tonalidades azules, distintos tonos de verde, muchos más de los que el bosque en el que nos encontrábamos podía llegar a contener, tonos amarillos y marrones como las hojas de los árboles en otoño, además de que la forma de sus ojos era cautivadora, sus ojos eran parecidos a los de un zorro, algo achinados, tirando el final de sus ojos hacia arriba, lo que la hacía ver como si estuviese alerta todo el tiempo, lo que la hacía ver increíblemente hermosa, tanto que por un momento olvidé mis heridas.
—¿Cómo te encuentras?— dijo con la voz más dulce que había escuchado nunca, podría decir que su voz me hacía elevar, era una voz que no querría olvidar nunca, que no querría dejar de escuchar.
Me quedé unos segundos fuera de mi ser, su voz tenía la capacidad de evadirme de la realidad, cosa que tras pensarla un poco era comprensible, ya que algunas ninfas usaban su voz para poder aumentar su encanto.
Al poco tiempo mi cuerpo decidió volver a reaccionar de nuevo, contestando a su pregunta.
—Me duele un poco el cuerpo, pero el dolor es soportable— dije sin poder quitar mis ojos de su boca, esperando desesperadamente volver a escuchar su voz.
—Voy a tratar de curarte todas las heridas que tengas, aunque tendrás que dejar de moverte, para estar mal te mueves bastante— dijo ella soltando una pequeña risa, puesto que tenía razón, a pesar de estar malherido no dejaba de moverme.
—De acuerdo— dije observando cómo curaba mis heridas, observando cada detalle de su cara.
Su cara estaba tallada por los dioses, tenía una mandíbula perfectamente marcada para ser una mujer, su tez era blanca y a la luz del sol resplandecía de una forma tan bella que era prácticamente imposible, sus orejas de cerca podían recordar a la de los linces caracal, su rostro lleno de pecas me recordaba a las noches de verano con el cielo lleno de estrellas.