Lo mejor para ellos

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(POV AOMINE)

—Estoy bien —repitió Tetsu por tercera vez—. Solo fue un mareo.

Su pequeño cuerpo permanecía en mis brazos, con las piernas balanceándose en un vano intento por volver al suelo. Esta vez no estaba dispuesto a concederle lo que pedía.

Momentos atrás, mientras llevaba algunos de los platos sucios a la cocina, la fuerza en sus piernas le abandonó. Logré atraparlo poco antes de que su cabeza golpeara contra el suelo y la vajilla se quebrara por el impacto. Los trozos rotos aún permanecían desperdigados por el piso, muchos de ellos bajo los zapatos de los gemelos que, habían saltado de sus sitios para acercarse.

—No es nada grave, relajen esas caras de preocupación —intenté tranquilizarlos.

Eita observaba alarmado la figura del más bajo, debatiéndose entre terminar de acercarse o seguir conservando su lugar junto a su hermano. Akio, parecía mantenerse más tranquilo, escondiendo los puños en los bolsillos de la chaqueta.

—Con un descanso estaré bien —la voz de Tetsu sonaba apagada y sus mejillas se encontraban teñidas de un rojo que nada tenía que ver con la vergüenza.

—No debí dejar que hicieras tantas cosas —lamentó el primero de los hermanos—. Lo siento, Kuroko san.

Diversas ideas pasaban por mi cabeza, divididas entre la preocupación por el joven en mis brazos y la culpa que parecía estar atacando al azabache. Controlé la primera, gracias a las veces que acompañé a mi madre con sus pacientes y vi el mismo escenario repetirse.

Lo que acababa de suceder estaba dentro de lo que se esperaba. Tetsu llevaba poco tiempo recibiendo su tratamiento y evidentemente su cuerpo aún no se había recuperado. Era algo que podía llegar a repetirse los próximos días y no podía permitir que los gemelos se desmoronaran cada que se diera una recaída. Solo me quedaba una solución, aunque no fuera especialmente sencilla.

—Eita, ayúdame a llevarlo a un sitio donde pueda descansar —pedí con la mayor tranquilidad que en ese momento era capaz de proyectar.

Al verlo dudar, Akio palmeó su hombro.

—Yo me encargaré de limpiar esto —le alentó—. Cualquier cosa andaré por aquí, pero dejaré tu parte para que laves los trastes.

Sus palabras lograron sacarle una vaga sonrisa, permitiéndole a Eita recuperar la postura erguida que le caracterizaba.

—Vamos a la sala, está casi limpia y los futones preparados —indicó.

Le dejé encabezar la marcha, ignorando las casi inaudibles protestas de un celeste que luchaba contra la debilidad de su cuerpo y la pena de haber roto el momento de la cena. No entendía cómo podía preocuparse por conversaciones triviales, pero no ponía la misma atención en su cuerpo.

Cruzamos una de las puertas que comunicaba con nuestro destino, deteniéndome para observar el amplio espacio que se mostraba ante mí. Los sillones habían sido empujados a los extremos, dejando el centro libre para poner los futones que permanecían apilados sobre uno de los muebles.

Eita no tardó en tomar uno de ellos y acomodarlo sobre el piso. Corría de un lado a otro, comparando una almohada con otra al igual que con las mantas. En silencio, observé como su seguridad tambaleaba, a pesar de sus esfuerzos por ocultarlo.

—Está listo, Aomine san —anunció tras unos minutos, aumentando una última manta—. Quizás haga algo de frío por lo que es amplio el lugar.

Si de algo podía estar seguro, era de que cinco edredones era demasiado.

—Con dos es suficiente —frunció levemente el ceño—. Pero puedes dejar los otros doblados cerca, por si le hace frío a medianoche.

Shadow (Aokuro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora