12. SOLO UNA NOCHE

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FRIDA

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FRIDA

Es estúpido que a estas alturas me sigan afectando las patanerías de Juan, pero es así. No concibo tanta indolencia de su parte.

Afortunadamente mi maquillaje es de calidad y no tengo que preocuparme porque se me corra el rímel. Me limpio las lágrimas y salgo del baño con todo el estoicismo  del que soy capaz.

Al abrir la puerta, veo a Eleodoro parado muy cerca de mí, aunque de espaldas. Lo pienso unos minutos y me decido a hablarle, a saludarlo nada más, aunque lo primero que sale de mi boca suena un tanto desesperado.

—¿Ya te vas?

Él voltea lentamente y alcanzo a apreciar su perfecto perfíl durante algunos segundos. Apenas puedo creer que sea el mismo hombre que conocí hace poco en las oficinas.

—Ni siquiera quería venir —responde bajando la mirada. Parece cohibido. Tampoco sonríe.

Yo río sin querer. Siempre tan sincero, hasta parece un mocoso de ocho años que dice exactamente lo que piensa y no le importa lo que opine nadie.

—Yo tampoco —un mareo repentino me hace dar un traspié y lo primero que tengo para sostenerme y no caer, es su brazo. Él me detiene y busca una silla para que me siente.

Gracias —le digo al ocuparla.

Se coloca en cuclillas frente a mí y buscando mi mirada, me pregunta:

—¿Quiere que busque a Juan?

—No creo que sea conveniente para nadie. Además, debe estar muy a gusto con esa... Mujer. Aquí déjame, gracias, ya se me pasará.

—No tengo prisa, me quedaré aquí hasta que se reponga.

—Eres muy amable, pero si Juan te ve, vas a tener problemas. Voy a avisarle para que me lleve a casa, mejor.

—Está bien —se levanta y se aleja, pero no veo a dónde porque la multitud me lo impide.

Le digo a Juan por mensaje de texto que me siento mal, qué me quiero ir, pero no le importa y me dice que me vaya en un taxi. Debí suponer que diría algo así. No quiere alejarse de esa piruja, que desde que Eleodoro llegó, no ha dejado de seguirlo con la vista. Y no la culpo, su cambio ha sido radical, está irreconocible.

Qué se quede con Juan, yo me llevo a este para la casa.

Me levanto para dirigirme a la salida y justo antes de bajar, la parte de abajo de mi pantalón se enreda con el tacón de mi zapato y tropiezo.

«Ahí te voy, San Pedro», pienso cuando creo que rodaré por las escaleras hasta morir, pero la rápida reacción del señor Sánchez, lo impide.

—Creí que te habías ido ya —rebuzno como si no hubiera estado al borde de la muerte tan solo unos segundos antes.

ELE (Versión Extendida)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora