Sangre en el paraíso

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Hubo una época, años atrás, en la que mi vida no era muy diferente a la de las demás mujeres de mi edad. Hacía unos meses que había recibido en la Universidad Nacional de las Artes y había comenzado a trabajar en una pequeña galería dando clases de dibujo y pintura. A pesar de ello, seguía viviendo con mis padres, por lo que, a fin de juntar dinero e independizarme, adquirí un trabajo de medio tiempo en un club de la zona llamado Supernova.

Pero todo eso terminó cuando conocí a Samantha Talbot, ya que, en el preciso instante en el que dio el primer paso dentro de mi mundo, este se convirtió en un inmenso caos. No solo afectó mi carrera como artista, debido a que, aun sin que fuera su intención, se volvió la protagonista de casi todas mis obras, sino que perdí a muchos de mis amigos más cercanos. A algunos, porque criticaron su estilo semi gótico y sus tatuajes neotradicionales y a otros porque alegaban que había algo oscuro en ella. Sin embargo, para mí, todo aquello no era más que el rumor de un absurdo cuento de terror, porque no existía nada más alejado de la mujer que había conocido.

Nunca voy a olvidar esa primera noche en el bar, en la que vino directo hacia mí. O al menos, es así como lo sentí en ese momento, ya que en realidad solo fue hasta la barra a pedir un Bloody Mary. Llevaba su cabello recogido en una coleta azabache y un vestido rojo con un corsé de brocado que resaltaba su figura, por lo que aun cuando lo lucía como nadie más podría haberlo hecho, no pude evitar pensar que se veía un poco fuera de lugar. En Supernova, abundaban las mujeres hermosas, quienes normalmente tenían un estilo más hippie o alternativo. Ella en cambio, poseía un estilo y una elegancia que hacían que todo a su alrededor pareciera burdo.

Comencé a mezclar el vodka con dos gotas de tabasco, pimienta y salsa Perrins, pero mis manos no dejaban de sudar. Estaba impresionada por su belleza atemporal, que era como la de una diosa antigua que existió desde el principio de los tiempos.

—¿Siempre está tan lleno el club? —preguntó. La luz neón fucsia que había sobre ella solo la hacía ver aún más irreal y por un momento creí que estaba soñando.

—Eh... sí. Más que nada los sábados.

—Mirarme de esa forma tiene sus consecuencias, ¿sabes? —dijo con una voz seductora haciendo que casi se me cayera el vaso que tenía entre mis manos. Ella continuó como si nada—: ¿Cómo te llamas?

—Noemí —respondí mientras agregaba el caldo de carne. Jamás había entendido el atractivo de un trago como ese, pero mi trabajo no era cuestionar a los clientes, sino servirles sus bebidas—. ¿El tuyo?

—Adivina —dijo ella con una sonrisa de niña traviesa.

La miré desconcertada.

—¿Es broma?

Existían millones de nombres y quería que yo adivinara uno sin tener ni siquiera una pista. Además, me estaba observando tan abiertamente que no podía evitar sentirme nerviosa.

—Para nada. Estoy segura de que eres capaz de acertar.

—De acuerdo. Permíteme pensarlo... —Sus ojos negros parecían querer decírmelo sin palabras y, entonces, un nombre pareció destacar entre todos los demás—. ¿Samantha?

—¡Sí! Ese mismo. ¡Sabía que ibas a adivinar!

Sonreí como idiota. Su actitud era extremadamente infantil y me hacía querer disfrutar cosas tan simples de la misma forma.

Estaba a punto de preguntarle si era la primera vez que venía al club, ya que era imposible que no recordara a alguien como ella, cuando un hombre que también parecía estar en sus treinta, tomó asiento a su lado y pidió una margarita. Tenía que admitir que era muy atractivo. Vestía una camisa con las mangas arremangadas a la altura de los codos y en su muñeca brillaba un reloj dorado que parecía realmente costoso. Los altavoces junto a la tarima vomitaban pop de los años ochenta a todo volumen y deseé que mi turno terminara cuanto antes. Quería quitarme el uniforme y saltar al otro lado de la barra para seguir conversando con ella.

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⏰ Última actualización: Aug 26, 2021 ⏰

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