XIII

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JENNA

Detrás de mí Lydia temblaba por el miedo, pero, a pesar de que le había gritado que se marchase, ella permanecía ahí, junto a la pared, como si hubiese perdido la capacidad incluso de echar a correr. Pero él no le prestaba atención, sólo me buscaba a mí. Era yo quien había acabado con dos de sus hermanos.

- Ciertamente, no creía que serías una niña- estaba diciendo en ese momento el Shinigami. Era un hombre de unos cuarenta años, vestido de negro, y aunque sus ropas eran de calidad, no vestía tan elegante como el demonio que matamos en la iglesia de Greenwoods. En cualquier otro escenario, nadie habría reparado mucho en él, pues lo siniestro sólo se detectaba cuando una miraba a su rostro blanco y a sus ojos negros y crueles.

Sostuve con más fuerza la navaja en mi mano, pero sabía que no tendría ninguna oportunidad contra él. En la fiesta de Ethan había tenido la ayuda de Frey, y en la iglesia, la de Mara y Kyle. Sola, nunca sería capaz de acabar con un demonio tan fuerte como un Shinigami.

- Lydia, por favor, vete- le susurré una última vez con la esperanza de que ella reaccionase, pero seguía tan pálida como el papel, y negó con la cabeza, dejando escapar las lágrimas de sus ojos.

- No sé qué ocurre, pero no te dejaré con él.

Maldije en silencio con todas las palabras que conocía, y sostuve la navaja, pidiéndole que se echase hacia atrás. Antes de que el hombre pudiese lanzarse a por mí, avancé con firmeza, como había aprendido en los entretenimientos con Kaleb, y traté de dañarlo con el filo del arma.

El demonio me recibió con una sonrisa, y, un instante antes de que pudiese alcanzarlo, saltó con gracia a un lado, esquivándome.

Sus manos agarraron mis hombros y me empujaron con fuerza hacia atrás, contra la pared. Salí disparada como si no pesase más que un saco vacío. Lydia gritó cuando mi espalda golpeó duramente y caí al suelo, y yo apreté mucho los ojos, tratando de que el terror no me dominase. Eso era lo que el Shinigami quería. Quería asustarme, torturarme, pues sabía que podía matarme cuando quisiera, pero no deseaba hacerlo aún. Deseaba ver cómo el miedo me consumía poco a poco, sabiendo que no podría huir.

- Lydia, vete...- pedí una vez más, en un susurro. Ella estaba acurrucada en la esquina, contra los taquilleros, con las mejillas llenas de lágrimas y el cuerpo tembloroso.

- Vamos, Jenna. No puedo creer que matases a dos de mis hermanos. ¿Dónde está la cazadora, eh?

La rabia que me produjeron sus palabras me dieron la fuerza suficiente para ponerme en pie. No fue hasta que lo hice que fui consciente de que era lo que él había estado deseando. Vi la sonrisa cruel extendiéndose por los finos labios, y el rictus de diversión que se apoderó de su rostro cuando avanzó con pasos lentos y tortuosos hacia mí.

- Vamos, por favor...- susurró muy cerca de mi rostro, poniendo la gran mano en mi cuello. Aproveché su cercanía para golpearlo en el estómago con la rodilla, pero el gesto le dolió tanto como si lo hubiese acariciado con una pluma. De pronto mis pies ya no estaban tocando el suelo, si no que él me tenía alzada, agarrando mi cuello con la mano. Los ojos me lagrimearon, y sentí el terror al pensar que un sólo apretón con aquellos cinco dedos podría romperme los huesos.

Lydia lloraba, suplicándole que me dejase en paz. Sacudí los pies, peleando con su agarre en busca de aire, pero mis desesperados gestos sólo le provocaban al Shinigami sonrisas de diversión.

- Aléjate de ella.

El agarre a mi cuello se relajó, y tosí, obligándome a llevar el aire a los pulmones aunque estos ardiesen. Inconscientemente giré la cabeza hacia atrás, descubriendo que por la esquina del pasillo acababan de aparecer Mara y Kyle. Apreté mucho los dientes con angustia, maldiciéndolos en silencio por no haber huido cuando aún había tiempo.

CAZADORES DE DEMONIOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora