Octubre

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24 de Octubre de 1989, Londres


Aquí me tienes, escribiéndote otra noche más bajo la luz de una vela, para decirte que te echo de menos. Tu ausencia después de tanto, aún duele. Dejaste muchos de nuestros sueños y deseos sin cumplir, en una caja oculta durante demasiado tiempo, dejada a merced del olvido y el polvo.

Te fuiste, y no dejaste ni una nota despidiéndote de mí. De todas formas, soy consciente de que tú no planeaste esto, y no puedo reprochártelo. Y aunque intente buscar culpables no los encuentro, y me desespero, porque eso significa que solo Dios decidió apartarte de mi lado y fue cruel; injusto. Ninguno merecíamos eso.

La casa está tan vacía sin ti. No se escucha tu voz alegre ni tu risa profunda. Tampoco el repiqueteo de tus zapatos de charol, que todavía resuena en mi cabeza.

Tus libros siguen acumulando polvo junto con tus vinilos de música. No me atrevo a mover nada de sitio porque sé que siempre te gustó el orden, y no quiero faltar a tu memoria.

Me dijeron que por mi salud debía deshacerme de tus cosas, que vivir rodeada de todo ello era peor. Pero cómo podría hacerlo si es lo poco que me queda de ti.

Escucho los murmullos de las malas lenguas y conozco los rumores que corren de mí por el pueblo, afirmando que he perdido el juicio, que la mujer que siempre fui se marchó contigo y solo queda un triste versión, un fantasma viviendo en nuestra casa. Y les creo; todos lo hacen. Porque aunque ya han pasado varios años, sigo escribiéndole a un muerto cuya lápida en el cementerio decoro con flores blancas. Y le hablo, y le lloro, esperando que esté donde esté, no olvide que le amé y le amaré hasta el último sentir de mi corazón. Hasta que me consuma como la vela que ilumina esta carta.

Tu siempre amada,
D. D

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Gracias por leer

~D. C. Adler

Cartas a un fantasmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora