13. HASTA LA COCINA

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F

RIDA

Mi hermanita tenía mucha prisa y en cuanto me ve entrar, se va dejando al niño dormido en la recámara. Apenas si se despidió y abordó su carro. La entiendo, igual qué muchos, no soporta a Juan no quiere ni topárselo. Creo que ni siquiera vio que Ele estaba parado a su lado. Me alegra, así no va a haber nadie que estorbe.

¿Es verdad lo que acabo de hacer? ¿Está sucediendo esto? ¿Acabo de invitar a pasar a mi casa a un extraño o solo lo estoy imaginando? No solo eso, lo sujeto del brazo y los jalo para que entre a la sala.

—¿Has tenido novia, Ele? —pregunto con el tono más neutro del que soy capaz.

—Alguna vez, hace mucho —no se sienta, está parado, curioseando por toda la casa con la vista. De pronto hace una mueca de disgusto. El motivo es la fotografía de mi boda religiosa con Juan. Transparente cómo un lago el hombre.

—¿Te has acostado con alguna? —insisto para distraerlo.

—Sí, pero hace mucho también.

—¿En serio? Eres muy guapo, Ele.

Él ríe y baja la cabeza negando.

—Lo que pasa es que hoy si se me nota que me bañé. No me veo así siempre. Pero creo qué ya lo sabes.

Me río tan alto que despierto al niño que está en la recámara y se pone a llorar. Lo coloco en la carriola y lo llevo para la sala.

Al verlo llorando a todo pulmón, Ele lo levanta de inmediato y lo arrulla sobre su hombro izquierdo para calmarlo, cosa que logra muy pronto.

Ahora solo puedo pensar en lo tonta que estoy siendo al meter a un fulano con su fama, en mi casa. Pero la borrachera se me está pasando y con ella, la estupidez.

Sé que es el rival de Juan,  sin embargo, no me siento en peligro, todo lo contrario. De hecho, me siento más incómoda al lado de mi marido.

—¿Te das cuenta de que tienes en los brazos al hijo de tu peor enemigo?

—Es solo un bebé, él no tiene la culpa de tener ese padre.

—¿Te gustaría tener uno? —sondeo al verlo tan paternal.

—¡Unos cinco!

—¡¿Cinco?! ¿No son muchos?

—Sí, pero sería lindo. No tuve hermanos y me gustaría tener una familia grande.

Me levanto y pongo una manta en su hombro para prevenir accidentes que pudieran arruinar su atuendo. Me confesó de camino a la casa, que el traje es rentado y que lo demás se lo prestó su amigo Nicolás, a quien mencionó al menos otras cinco veces en medio de la conversación.

Ahora sé que Nicolás tiene una librería con un rincón oculto detrás los anaqueles. Qué bebe té como si fuera agua y que tiene un jardín muy bonito a la entrada de su casa.

Deposita al niño ya dormido, con sumo cuidado.

—Creo que ya debo irme —anuncia de repente.

—¿Tan pronto? —¡Frida! ¡Cállate!

—No es correcto que esté aquí.

—Voy a acostar al niño, ahorita vengo.

—Yo puedo salir solo, si quieres —señala la puerta con los pulgares apuntando hacia atrás.

Niego con la cabeza sin dejar de mirarlo. Su figura, su voz, su olor, hasta el más mínimo movimiento suyo me mantiene fascinada esta noche.

—Pero no quiero —confieso—. Siéntate y espérame. Tengo algo que darte —miento. O tal vez no.

DAVINA

Esto acabó justo como esperaba, en la cama de mi departamento y con Juan dormido a mi lado tirándose pedos como motocicleta.

Se portó como un animal, aunque no en el buen sentido de la palabra. Está celoso y más parece que quiere marcar territorio, que pasarla bien conmigo. Me dejó toda adolorida el imbécil.

No sé por qué tanto circo. Estoy con él, ¿no?

Él es el que tiene la dicha inmensa de tenerme. Ja, ja, ja, me mamé. Pero es cierto. Después de lo de hoy, Eleodoro tiene cero oportunidad conmigo. Odio sus estúpidos poemitas todos chafas, pero más odio sus exigencias. O sea, cálmate perro, tú no eres nadie para pedir absolutamente nada.

«No quiero ser el segundo». Ay, pobrecito, ni en el radar apareces.

Y luego sus consejos que nadie le pidió. «No fumes, Davina, se te van a manchar los dientes» ¡¿Qué le importa?! No, no podría soportarlo. Demasiado disponible para mi gusto. Si a este tarado estoy pensando seriamente en mandarlo a volar, ya me tiene aburrida.

Además, veinte años son veinte años, aunque el desgraciado ahora se ve más joven que yo. ¿Qué se hizo? ¿Se operó? ¿Será la baba de caracol de la muestra del otro día? El lunes que lo vea le pregunto, a ver cómo va esa voluntad por olvidarme. Pendejo, hasta cree que va a poder. De Davina Márquez Gascón, nadie se libra. Ni viva, ni muerta.

ELEODORO

Esto no está bien. No estuvo bien desde el principio. Nunca debí entrar.

Ya regresó. Es bellísima, pero podría meterme en muchos problemas que no necesito. Bueno, nunca he conocido a alguien que diga que necesita problemas, ¿verdad?

Se acerca, se está acercando... Me besa, me besa otra vez... ¡Me sigue besando!

—¿Vas a hacerme daño?

Qué pregunta más rara.

—No ¿Por qué piensas eso?

—¿Te parezco bonita, Ele? —pregunta con esa voz que usan las mujeres cuando quieren obtener algo. Con esa voz que utiliza Davina cuando quiere que haga cosas por ella.

—Sí, mucho —respondo con sinceridad. Es cierto, se ve hermosa.

—Tú eres muy guapo —se acerca y coloca los brazos sobre mis hombros-—. Tan atractivo... tienes rasgos muy bonitos y tu cabello es tan dócil. Deberías verte así siempre, serías un éxito entre las mujeres.

Sé que debería escapar, pero la verdad es que no quiero. Todos esos halagos me están gustando.

-—¿Te gustan las mujeres, verdad?

—Por supuesto ¿No parece?

—¿Te gustó yo? —Empieza a pegarse más a mi cuerpo hasta que no queda espacio entre los dos.

—Sí —afirmo con una seguridad que me asombra.

—Entonces, demuestra cuánto te gusto. Porque tú a mí, me gustas mucho.

No pienso muy seguido en el sexo, incluso, creo que después de tantos años sin estar con nadie, me he vuelto asexual. Pero ella me toca y algo se activa de nuevo en mí. Sin embargo, quiero saber si está segura de lo que estamos por empezar.

Se lo pregunto un par de veces, pero no me responde, solo me saca una prenda tras otra. Primero el saco, luego el chaleco, después la camisa. Finalmente el pantalón. Los calcetines y el resto me los quito yo mismo.

Ahora estoy completamente desnudo, vulnerable ante la posibilidad de que llegue Juan y me vea teniendo sexo con su mujer en su propia casa. Aunque confieso qué, más que asustarme, la idea me excita cada vez más.

Minutos después, ella se encuentra en las mismas condiciones y no hay rincón de la casa donde no lo intentemos.

Dijo que me quería dar algo, pero yo creí que eran solo las gracias.

ELE (Versión Extendida)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora