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La fría brisa de la mañana al despertar me recuerda que ha empezado un nuevo día y que las tristezas y las lágrimas han desaparecido junto con la noche, y que es hora de salir al mundo con la mejor mascara que sé usar: LA SONRISA. Porque no importa que tanto me haya dolido una palabra, un reproche, una traición o un desamor, siempre es momento de secarse las mejillas y mirar hacia adelante.

Después de pasar horas sumergida en mis pensamientos debajo de esa ducha caliente, el tiempo pasa y soy consciente que se me hace tarde para cumplir mis responsabilidades, pero es entonces cuando entiendo que he olvidado lo más importante: VIVIR. Me la paso postergando momentos de diversión, instantes de risas y cenas entre amigos. Olvide incluso cuando fue la última vez que incline la balanza y gano más el peso de encuentros y reuniones en familia.

Me dirijo a la cocina, admitiendo que es el lugar menos favorito de mi casa pero me obliga la necesidad de llenar el estómago para poder pasar el resto de la mañana con la suficiente energía y no terminar en mareos y descompensaciones. Porque si, cabe destacar que el no alimentarme más allá de eso, me transforma en un ser malhumorado. Luego de terminar el desayuno, estoy lista para comenzar verdaderamente mi día.

Al salir a la calle, el frio infernal me despabila por completo. Entre el bullicio de la gente, camino hacia a la parada del autobús, porque no cuento con la dicha de tener mi propio auto, por lo menos no aun. Me apresuro a tomar un puesto y es ahí donde comprendo que no soy la única que no tiene un mejor medio de transporte en estos momentos.

Transcurren alrededor de 40 minutos hasta que llego a mi sitio de trabajo, desempaco de mi bolso lo que necesito y me dispongo a tomar asiento en frente del computador, pantalla que mirare por el resto de las próximas 6 horas. Cada minuto que pasa reprocho el hecho de no comprarme esas gafas que sé que necesito, y que el dolor de cabeza me lo recuerda cada vez que puede. Diez minutos más tarde, veo entrar por esa puerta a la única persona que hace mejor mis mañanas, la que con esa sonrisa y dulce voz al pronunciar los buenos días, hace que me tiemblen las piernas.

Esa persona tan elegante y a la vez ruda, tan risueña y con esa mirada tan penetrante que me vuelve un manojo de nervios cuando me mira fijamente. Luego de quedarme atontada mientras la detallaba, su voz de mando me devuelve a la vida real y le respondo con un: Si, Señora!. (Si, había olvidado mencionar que es mi jefa aparte de ser mi amor imposible).

Sin Miedo a QuerernosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora