Los Sentimientos de Ágatha

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El tiempo estaba en contra de la princesa Ágatha, aunque aún no lo daba todo por perdido con respecto al matrimonio de su hermano y posterior coronación como el nuevo rey del reino de la Tierra Central.

Por otra parte, estaba Leonardo, una casualidad que no vió venir y que ahora era importante para ella, a pesar de que el guerrero había tomado distancia y eso le afectaba a ella.

-¿Qué me está pasando contigo Leonardo? Pensaba Ágatha sola en su habitación, viendo la resplandeciente luna brillar desde la ventana jugueteando con un mechón de su abundante cabellera.

Por un momento jugó en su imaginación que ella y Leonardo eran felices, que él la amaba aún si se enterara de las cosas malas que ella había hecho antes.
-¿Me amarías Leonardo? Aún si supieras todo lo que hice y he estado haciendo? Se dice que el amor es la fuerza más poderosa, incluso que la magia que yo domino.

No muy lejos del reino, poco a poco se aproximaba una extraña mujer anciana, de vestiduras con piel de animal para cubrirse del frío. Estaba frente a una pequeña fogata, contemplando la luna con curiosidad, cómo si le estuviera hablando con interés.

La anciana con cierto toque de mendiga, baja estatura y cabellera larga, rizada llena de canas, tenía a su lado un par de cestas, a las que acariciaba con sus uñas largas como garras y una maliciosa sonrisa se dibujó en el arrugado rostro.

A la mañana siguiente de aquel evento, estaban reunidos Gerardo y Helena en las colinas. Había una duda que la muchacha tenía y ese era el momento adecuado:
-¿Cómo supiste que me encontraba en peligro la última vez?
-Creí que no te acordabas ya- respondió Gerardo de forma evasiva; pero sabía que Helena iba a insistir así que le confesó: el arco puede sentir energías malignas a cierta distancia.

Ante aquella respuesta, Helena asombrada le dijo que se veía como un arco ordinario.
-Aparentemente así es- dijo Gerardo con un giño de ojos-pero, es un obsequio de Sílfide y Dríada. Ambas unieron sus poderes y conocimientos para crearlo. Fue hecho para mí así que nadie más lo pude usar. De caer en otras manos, perdería su magia protectora.

Dentro del castillo, el príncipe Abelardo había notado a la princesa Ammía con poco ánimo, nostálgica.
-¿Te ocurre algo Ammía? Quiso saber Abelardo mientras la joven tenía la mirada perdida hacia el horizonte desde uno de los balcones.
-Le envié una carta a mis padres respondiendo a una anterior que ellos me hicieron llegar semanas atrás.
-¿Está todo bien?
-Si, afortunadamente los dioses nos sonríen- contestó la princesa egipcia. Ellos preguntan para cuando te de volver. Así que dije que luego de tu ceremonia, me iré.
-Siempre puedes venir cuando gustes, tú y tu pueblo son bienvenidos- dijo Abelardo- pero, creo que te ocurre algo más¿No es así?

La princesa se ruborizó por el hecho de que Abelardo también notara que algo más le sucedía- tienes razón, hay más Abelardo, creo que me enamoré.
-Eso te dificulta la decisión de volver a tu reino, entiendo lo que sientes- respondió con pesar el joven príncipe- ¿Es un amor correspondido?
-No lo es y tal vez es mejor así. Estando lejos podré olvidar más rápido- dijo Ammía- tiempo y distancia harán lo suyo.

Esa misma tarde, la princesa Ágatha había dado un paseo por el pueblo, algo no muy común en ella y fue hasta el cuartel donde estaba Leonardo, quería hablar con él.

Varios se sorprendieron al verla entrar y acercarse a Leonardo quien estaba sorprendido de verla.
-Necesito que hablemos a solas-fue cuánto dijo la princesa y Leonardo asintió y salieron del cuartel para ir a los terrenos del lugar.

Ambos caminaron en silencio y Ágatha por primera vez sentía nervios o temor y a la vez, una sensación placenta de estar al lado de aquel humilde y apuesto guerrero. No sabía por dónde empezar.
-Lamento si no te he dado el valor que deseas, sé que me amas Leonardo, lo percibo y miro a través de tus ojos. He sido yo quien ha estado marcando una distancia.

Leonardo la miró con atención, él deseaba que al fin aquella caprichosa princesa desarmara su barrera y abriera su corazón. Tal vez este era el momento.
-Leonardo, esto es nuevo para mí, no creí que llegaría a sentir esta sensación que tú me transmites y créeme, he tratado de no sentir porque mucho antes me fijé una meta y hasta cierto punto me he desviado por tí, por lo que siento hacia tí.

El guerrero prestaba atención a cada palabra y gesto de aquella mujer que a su manera empezaba a abrir su corazón- he llegado a imaginar que podría hacer mi rol para lo que nace una mujer: ser esposa y madre.
-Amar ni es malo Ágatha- le respondió Leonardo tomando las manos de ella- te amo, estoy dispuesto a luchar por tí.

El guerrero acarició el rostro de Ágatha y la besó con ternura. La princesa apoyó su cabeza en el pecho de Leonardo y dijo- he hecho cosas, no muy buenas. Aún así ¿Me amas?
-No importa lo que hiciste amada mía-dijo el guerrero- sino lo que puedes hacer para mejorar los errores.

La princesa algo perturbada, se separó de Leonardo, recordó la muerte de aquel muchacho que años atrás ofreció como tributo a los Mantícoras a cambio del báculo.
-No sé que haya sido eso malo que dices haber hecho Ágatha, pero si deseas arrepentirte de corazón. Lo puedes hacer- le aconsejó Leonardo.
-Siento que eres muy puro para mí, algo que no creo merecer.
-No Ágatha, yo quiero estar a tu lado. Sin importar que seas una princesa o una aldeana más. Me interesas tú- le dijo con seguridad Leonardo.

Algo interno en la princesa comenzaba a cambiar, a ver todo con otra perspectiva causando una extraña sensación de paz que no recordaba sentir.
-¡Ágatha no!- gritó una voz en su mente que la dejó intranquila-¡El amor te hace débil! ¡No naciste para ser una más, naciste para sobresalir y ser recordada!

Leonardo al ver el estado de alarma en el que la princesa estaba repentinamente se preocupó por ella. La princesa se puso de pie con violencia y sujetaba su cabeza con ambas manos, cómo si estuviese sintiendo un gran dolor-¡Alejate de mí!- gritó Ágatha y luego se desmayó. El muchacho asustado, la toma entre sus brazos y la lleva dentro del cuartel.

Muy lejos de aquel reino, un anciano de vestiduras con piel de animal, se encontraba sentado justo frente a una pequeña fogata, estaba en una especie de trance en aquella noche estrellada. El indígena recitaba en "la lengua de la naturaleza" oraciones a sus dioses.

El jefe de la tribu lo acompañaba, un hombre corpulento, cabellera fina lacia hasta los hombros. Aparentaba tener unos cuarenta años de edad. Ambos solían reunirse a solas cuando debían tratar temas delicados. No obstante, una tercera persona estaba con ellos a escondidas: una joven de quince años, cabellera larga color chocolate los espiaba.

Apala sentía curiosidad por saber el porvenir de su gente y seguro era de suma importancia lo que su padre y el sabio de la tribu hablaban. La niña que años atrás correteaba por aquellos lugares, se había vuelto una hermosa joven y hábil para la guerra si era necesario. Su habilidad era el uso de dardos venenosos.

Apala llena de intriga se pegó de la delicada pared cuando escuchó la voz del anciano sabio indígena:
-Oscuridad es lo que veo, un manto tan negro como la noche sin luna cubrirá nuestra tribu. Temo que no hay mucho que se pueda hacer.
-Hay algo que se pueda hacer- dijo el padre de Apala ligeramente molesto y muy preocupado al mismo tiempo- los dioses no pueden abandonarnos.
-Un mal terrible llegará, inevitable como el amanecer. Es una fuerza lejana. Es lo que los espíritus de la naturaleza me dicen.

Apala se preocupó ante aquella revelación y se alejó al escuchar ruidos cercanos a ella. La joven llegó de nuevo a su choza y al poco tiempo su padre entraba. Ella inquieta no se contuvo y le confesó haber escuchado aquella conversación a escondidas.

El jefe de la tribu miró a su hija con tranquilidad, la amaba y no podía regañarla por haber espiado esa conversación.
-Papá esta amenaza ¿Podrá ser controlada? ¿Estamos en peligro?
-No es relevante Apala, no permitas que afecte tu mente- fue cuánto dijo su padre y la joven quedó poco convencida.

La Reina de la Magia OscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora