La miraba de medio lado, de reojillo como solía decir mi madre. Me sentaba una fila detrás y una mesa más a la derecha. Nunca fui capaz de levantar la vista más de lo necesario. Adoraba sus pestañas largas y negras, y sus hoyuelos a ambos lados de los carrillos. Deseaba que el tonto de la clase dijera alguna borricada para que se riera y disfrutar de ellos. Siempre quise ser yo el que lanzara la provocación para tener la oportunidad de que me mirara, pero no lo conseguí. Cada vez que se levantaba del pupitre y caminaba por la clase, sentía vibrar mis rodillas y un fuego devorar mi interior. Era aterradoramente perfecta.Recuerdo el primer día que me habló. Alcé un poco la barbilla. Estaba ensimismado pintando corazones con su nombre dentro. Escuché su voz y de forma inmediata los tapé con mis manos. Alcé otro poco más y tragué saliva. Allí estaba, delante de mi pupitre con las manos entrelazadas y una sonrisa en la cara. Tuve que levantar la cabeza un poco más para tenerla entera en mi campo de visión._¿Qué? _pregunté en un hilo de voz. Sus ojos escrutaban los míos que deseaban desaparecer de su diana. Sentí como la palabra raspaba mi garganta._¿Qué si quieres ser mi compañero? _Miró hacia delante e indicó con la mano el pupitre libre que tenía a su lado. Volvió a mirarme de nuevo y alzó las cejas.Quedé embobado, nunca había visto aquel gesto suyo. Me fugué de la existencia. Llegué a un inframundo donde solo sonaba su voz. Era un sonido celestial, suave y excitante que me atrapaba y me impedía volver._Si no quieres no pasa nada. _pronunció muy dulcemente. Volvió a sonreír.Regresé de golpe. Sé que mi gesto no se formó, pero deseaba corresponderle a la sonrisa._Sí, sí que quiero._¿Quéee? _preguntó en ese caso ella. Mis palabras no habían salido de la garganta. Tan solo una especie de graznido inentendible.Luché contra mi mismo, no podía consentir perder la oportunidad de mi vida. Cerré los ojos, me concentré, apreté los puños y bramé._¡Qué sí quiero! _grité. Abrí los ojos mientras lo hacía. Seguí la trayectoria que tomaron los suyos y vi como me descubría.Se quedó fija mirando mi libreta, mis puños cerrados no tapaban los corazones en su integridad. Alcé la vista otra vez en busca de su mirada. Sentí mi corazón galopar y las sienes explotar. Ya no nos volvimos a separar.Ahora la estoy mirando de igual manera. Estoy sentado en mi cocina, con ella a mi lado. Suelto un chascarrillo que me han contado para hacerla reír. Sus hoyuelos se marcan con más solemnidad. Ya he aprendido. Me levanto para ir en busca de un cuchillo. Cuando lo consigo regreso a mi sitio. La vuelvo a mirar y veo como sus pestañas largar y negras se zarandean cada vez que pestañea. Está leyendo un viejo libro y en la mano tiene un marcapáginas lleno de corazones con su nombre dentro. Lo escribí hace muchos años. Cojo un higo del frutero. Están recién lavados. Observo las gotas de agua que se prenden de su superficie. Clavo la punta del cuchillo en la tersa piel y estiro de ella con ayuda de los dedos. Empiezo a ver su carne rojiza llena de simiente blanca a través de una brecha que se ha rasgado, el olor estalla en mi pituitaria y se me hace la boca agua. Cuando deja de ser verde y se ve blanco, le hinco el diente. Amo su textura. Comienzo a saborearlo y a amoldarlo con la lengua. Me encanta su sabor._¿Quieres?_¿Qué? _Aparta la vista del libro y me mira._¿Qué si quieres? _vuelvo a preguntar._¿El qué? _pregunta extrañada._Un higo._Sí quiero. _contestó llevándome de vuelta a nuestro primer encuentro.