Sicilia. 1 de Mayo de 1929
El cielo se cubrió con el revuelo de decenas de palomas blancas cuando los Puzo dispararon salvas de fogueo al aire. Mi vestido de novia era tan blanco y tan impoluto como las plumas de las aves, y las perlas antiguas que la Nonna me había regalado adornaban mi cuello mientras me aferraba al brazo de Vitto. Era el día señalado, el día de nuestra boda.
Mis nuevas hermanas vestían con los antiguos trajes tradicionales sicilianos, con sus faldas llenas de enaguas y los corpiños entallados, la cabeza cubierta con una mantilla y collares y broches de coral y perlas. La banda de música nos acompañaba, mientras Vitto me llevaba a caminar alrededor del pueblo donde los vecinos nos gritaban sus buenos deseos desde los balcones, echándonos arroz y flores.
-¿Qué es todo esto, Vitto? ¿Acaso has llamado a todo el pueblo a la boda?
-Créeme, Liz, que si esto no fuese así tendríamos problemas, y tú no serías nada bienvenida. ¡Ciao! ¡Ciao!- Gritó Vittorio a los vecinos con una sonrisa sincera, saludando con la mano.- ¡Giovanni, piccolo, saluta a la mia sposa!- Giovanni Vincenzo contaba entonces con veinte años. Era un muchacho joven y no hablaba inglés, pero vino corriendo y haciéndome una reverencia me besó la mano donde llevaba la alianza.- Su padre luego vendrá a decirnos algo durante el banquete. Tendré que ausentarme un momento. ¿Te importa quedarte con mi madre y mis hermanas?
Sentía cómo se acercaba el terrible instante en el que, como mujer de un hombre italiano, me relegasen a un segundo plano. Aquella cultura, tradicional y mediterránea, no se parecía en nada al Nueva York donde yo estaba acostumbrada a investigar, redactar, conocer, y ser independiente. Miré con seriedad a Vittorio y le anuncié con decisión.
-No, Vitto. Si hay algo que hacer, debo estar presente. No me arriesgué para que matases a Juliano con la intención de que me trates como él hacía, como un mero adorno.
La sonrisa de Vitto se desvaneció durante un segundo, y su rictus fue de sorpresa. Justo un instante después sus ojos chispearon con una emoción desconocida, y volvió a abrir su feroz sonrisa.
-Sin duda he elegido a la mejor esposa de Nueva York.
------------------
Nueva York. Enero de 1934.
Liz sube las escaleras hacia el estudio quitándose los largos guantes de seda negra y retirándose el sombrero velado de viuda. Se mira a un espejo veneciano del pasillo, retocándose levemente el pintalabios y limpiándose un leve rastro que la máscara de pestañas había dejado en su mejilla por la única lágrima dejada a Vitto. "No debe ver ni un solo rastro de debilidad", se dice a sí misma antes de abrir la puerta del estudio. De espaldas, en la silla, puede ver la figura lejanamente familiar de Davis. El cabello corto y castaño, el traje gris entallado y elegante, y un sombrero de fieltro con una elegante cinta negra reposando sobre el escritorio del que hasta hacía poco era el gángster más poderoso de la ciudad. Le sorprende la presencia de un bastón de ébano con empuñadura de plata en la que lleva rubíes engastados.
-Creo que me estaba esperando, señor Davis.
Edmund se levanta apresuradamente, tomando el bastón para apoyarse. Al girarse, boquea con un jadeo ansioso y un gesto de dolor, pero recupera al instante la compostura. Elizabeth siente el pálpito de sus propias pupilas delatándola, y alza la barbilla con el propósito de disimular la mezcla de alegría y precaución que le produce aquella visita sorprendente. Davis mueve una mano, intentando disipar la oleada de recuerdos, y sonríe.
-En efecto, señorita Colvin...
-...Madame Puzo, si no le importa.- Carraspea Elizabeth.
-Cierto. Madame Puzo. Discúlpeme.- Edmund recompone el gesto, mientras Liz se dirige al asiento del escritorio, apartándolo para sentarse.
ESTÁS LEYENDO
Madame Puzo- Una Historia de Time Princess (Liz Colvin)
Fiksi PenggemarLa Familia Puzo ha sido, hasta la fecha, la más importante del sindicato del crimen neoyorkino. Desde la caída de Francesco Juliano a manos de un misterioso tirador la noche previa a la Asamblea, nadie ha discutido a los Puzo su hegemonía. Pero los...