Agares Inferno;
La cólera y la furia de un desequilibrado requisaron mi escaso autocontrol. Era la forma más cabrona que tenía el universo de decirme que era un malparido sin consciencia alguna.
Y qué bonito era todo pintado por un Dios que ponía a la familia por encima de cualquier calamidad. Dudo y odio la forma en la que alaba y protege esta idea, siendo él el primer padre desencadenante y creador de la peor desgracia llamada vínculo sanguíneo jamás vista.
Entendía a los humanos como la madre que los parió. Son capaces de creer en un ser todopoderoso capaz de darles el paraíso al que aspiran. Aceptan una sociedad dictada con sus requisitos y creen en la reencarnación de unas almas pecadoras. Rezan y se ilusionan con tres palabras escritas y pronunciadas en el libro sagrado y desean que estos sueños sean cumplidos. Pero son incapaces de pararse a pensar el porqué de su silencio cuando intentan comunicarse con él.
¿A qué se debe tanto misterio y porqué?
Condeno toda maldición ejercida sobre mí. Detesto e invoco al soberano del infierno, el único que creyó en nosotros tres cuando nadie lo hacía. Padre, rey y líder de la inestabilidad del demonio. ¿A quién sino iba a brindarle mi supuesto afecto? ¿A la hija de puta que tenía delante?
Ni con tres líneas de coca.
Los ovarios que tenía para plantarse delante de mí y no sentir remordimiento alguno eran dignos de admirar. Y es que heredar de ella tal actitud me enorgullecía. Ojalá pudiera tener la mitad del frío y desolado hábitat que llamaba corazón. Era una puta broma saber que aun compartiendo la misma sangre, no teníamos las mismas ideas.
Sus ojos eran criminales encarcelados en una mente enferma y desquiciada. Ella provocaba los propios suicidios mortales. Reclamaba sus derechos como armas de la inquisición y respondía con tiros a una operación a corazón abierto.
Ella era una asesina a sangre fría, sin juicio y prudencia.
—¿Tanto odio me tienes?—preguntó desde la pena de su asqueroso entendimiento.
La observé con asco.
—Te lo mereces—escupí contra su rostro—. Que te mereces todo lo malo que te está pasando y lo que está por llegar. Esto no es el paraíso de mierda al que aspiras y aquí las cosas tienen sus consecuencias. Pagarás y sufrirás el dolor de unos hijos que se criaron con la soga al cuello. Que no te enteras, joder.
Era consciente de mis palabras. Nunca supe controlarme y no tenía motivos para ello. Y sabía que era mi madre y que la sangre que circulaba por mis venas a ella también la calentaba. Pero jamás pude disfrutar de ella y lo que la palabra "maternidad" significaba.
Lo menos que me preocupaba era encontrar las palabras vainilla y adecuadas para dirigirme a su postura.
No me arrepentí.
—No tuve opción—recitó como poesía memorizada—. Me asusté...
—¿Te asustaste de tu propio reflejo en forma de recién nacido?
Sus pupilas se abrieron en forma de apuñalada. No se la veía venir y en su rostro se palpaba la estupefacción. Lo peor de todo es que sabía que yo tenía razón.
—Quiero vuestro perdón.
—¡Zahara!—grité sin girarme hacia ella. Todo el mundo me observaba en esos momentos tensos. Ella respondió con un sí casi susurrado—. ¿Crees que debería perdonarla?
—No creo que yo deba...
No dejé que continuara. ¿De verdad pensaba que le iba a brindar alguna oportunidad?
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|ENTRE CAÍDOS|©
RomanceLucifer tuvo tres hijos que fueron enviados desde los cimientos del infierno a la tierra. Cada uno de ellos poseía la virtud del demonio. Adirael, Azatriel y Agares son egocéntricos y soberbios, mezquinos y groseros, con el atractivo de unos cuerpos...