Capítulo 19

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El bosque estaba oscuro y silencioso cuando se detuvieron para descansar. Collis se encontraba lejos aún, apenas habían logrado atravesar la colina para el momento en que la noche cayó y Lux alegó que había sido suficiente. Tenían que comer, y dormir.

Mikhaeli no había discutido. Le dolía todo el cuerpo y se había sentido, durante un segundo, entre el Palacio con las figuras brillantes y la colina, como si en cualquier momento fuera a caer. El cambio tan brusco del clima, la altura, y el mismo peso de sus emociones, era más de lo que podía manejar.

Así que en cuanto sus pies tocaron el suelo y toda la tensión se acumuló en la parte baja de su espalda, simplemente caminó hacia una roca y se tumbó. La tierra estaba fría y era suave. El viento soplaba como una caricia aún, pero ahora era más helada, casi húmeda. Recostó la cabeza a la piedra y observó las estrellas solo un instante antes de que sus párpados se rindieran.

Escuchó a Irina y a Lux hablar. Los sintió, incluso, en medio de la semiinconsciencia, ir por todas partes haciendo quién sabría qué. Eran pisadas, susurros, y el chasquido de algo encendiéndose. Luego, no hubo nada más que oscuridad, un vacío tan profundo que no creyó que fuera a terminar.

Pero lo hizo, y cuando una parte en su mente se iluminó, Mikhaeli se vio a sí mismo en un lugar que no se había permitido recordar. Su desastrosa habitación en la universidad, con las ventanas abiertas y los colchones gastados. Vio su caballete junto al mismo ventanal, las pinturas secándose apoyadas al armario corredizo. En una esquina, también, estaban los libros de psicología de Pablo, sus apuntes en hojitas de colores y su ropa doblada.

Como un eco, pese a que no había nadie más ahí que él, oyó la voz de Pablo preguntándole dónde había estado. Mikhaeli trató de encontrarlo. Pero cuando giró sobre sus pies y miró todo, lo único que había frente a él era un espacio en blanco. Y un cuadro colgando.

—¿Cómo crees que sería tú cuarto de tortura en el infierno? —Le había preguntado Pablo una vez. La misma tarde en que pintó esa versión de su casa.

Mikhaeli divisó una sombra parada en la ventana de la mansión. La figura de un hombre alto y delgado. Mikhaeli lo tocó con cuidado, pero cuando sus dedos se acercaron hacia su cabeza, la imagen se desvaneció y todo a su alrededor, aquel vacío blanco, comenzó a caerse a pedazos.

Él intentó gritar.

No salió nada más que una exhalación que lo acompañó a levantarse del sitio en que se encontraba.

Mikhaeli parpadeó hacia la tenue oscuridad del interior de la carpa. Su corazón iba a toda velocidad, latiendo con una fuerza en su pecho que se sentía helada en sus dedos, en sus piernas. Un escalofrío le recorrió la espalda. Estaba sentado sobre un revoltijo de mantas y sábanas en el suelo. Una linterna de gas ardía a un costado, la llama amarillenta bailaba dentro del contenedor de vidrio.

Se miró a sí mismo y tardó solo un segundo en comprender que seguía en el Inframundo. En el bosque, junto con Lux e Irina. Tenía un abrigo sobre el cuerpo, y en sus pies cubiertos por calcetines blancos, faltaban sus botas. Se acomodó bien la chaqueta, metiendo sus brazos y ajustando el cuello, y cuando se giró hacia la esquina, vio sus zapatos acomodados uno al lado del otro.

Se calzó y salió de la tienda. Afuera, todavía era de noche. La luna se había movido un poco más arriba y las estrellas caían sobre ellos. Mikhaeli inhaló y exhaló y el vaho blancuzco apareció. Hacía frío, aquella brisa se sentía mucho más que el viento superficial al que había comenzado a acostumbrarse.

Silverywood: Una puerta al Infierno ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora