Días más tarde
Céspedes seguía vivo y sin recibir su justo castigo. Aun no había decidido exactamente que hacer con él, el amor de Saúl le había hecho replantearse su venganza. Con la ayuda de Braulio, lo había amarrado en el sótano y lo torturaba día y noche para saciar un poco su sed y calmar su atormentado espíritu. Pero aun no tomaba la determinación de matarlo. No la hacía feliz matar, no sentía paz, de hecho era hasta peor vivir rodeada de fantasmas. Desde Preciado no había conseguido volver a quedarse sola en la Hacienda y menos aún conciliar el sueño. Por eso, cuando recibió la noticia de que había escapado, casi sintió alivio. Podría olvidarse de todo, ya no tenía que encargarse de él. Había llegado el tiempo de amar, de intentar ser feliz con lo que la vida había puesto en su camino. O al menos eso pensó, porque Céspedes, como había hecho Preciado camino por su propio pie hacia su destino.
Altagracia estaba en su cuarto, cuando escuchó el crujir de unos cristales y unos pasos en la escalera. Céspedes había logrado burlar la seguridad y colarse en la casa. Venía a por ella, pero no se dejó paralizar por el miedo, a toda prisa abrió la puerta de su armario y se adentró en su cuarto secreto. Lo escuchó abrir la puerta de su habitación y luego echar el cerrojo tras él.
- ¿Donde estás conejita? -preguntó el coronel- es inútil que te escondas, no tienes escapatoria... sal para que recordemos los viejos tiempos. Tu cama se ve tan cómoda, anda ven, acompáñame un rato ¿sí? Vamos a gozar un poco, antes de que te despida de este mundo, perra.
Altagracia apretó los dientes mientras cargaba su arma. Cómo era posible que hasta en esos momentos esos desgraciados siguieran pensando en sexo. Ella había sido su pesadilla durante más de una semana en aquel sótano y ni por eso la respetaba. Disfrutaba humillarla, porque era su enemiga, pero seguía siendo una mujer. Y como macho que era, hasta en la guerra seguía viéndola como un botín.
Céspedes vio la luz que provenía del armario y tras rodar unos vestidos descubrió la entrada secreta.
- Una conejita, en su madriguera- se burló Céspedes entrando en su templo sagrado.
Altagracia estaba de espaldas, frente a su altar. Había dejado caer su vestido al suelo. Y se había untado el cuerpo con miel y aceite de sándalo, como hacía en sus rituales.
- Bienvenido, te estaba esperando- dijo dándose la vuelta.
- ¿Pero qué?- Céspedes retrocedió dos pasos.
Ante la visión de su cuerpo desnudo, Céspedes sintió terror por primera vez.
Definitivamente no parecía una conejita asustada. Esta vez el conejito era él.- ¿Qué pasó Céspedes? ¿No era así que querías tenerme?- rió con sorna.
- ¿Qué estás tramando? ¿Este lugar?- preguntó el coronel confundido, sentía que le faltaba el aire- ¿Qué demonios es todo esto bruja?
- Miedo, se llama miedo- río Altagracia, cogiendo su arma del altar con total parsimonia- ya ves, has tenido todas las oportunidades del mundo para matarme y no lo has hecho.
Cuando Céspedes se dio cuenta ya era demasiado tarde. La pistola de Altagracia apuntaba directamente a su sien. La de él, temblaba entre sus manos sin ninguna dirección.
- Suelta el arma- le ordenó.
La dejó caer al suelo. Estaba perdido. Aterrado miro a su alrededor. Sus viejas máscaras colgaban de las paredes, junto a las fotografías de sus víctimas. En otro rincón de la habitación, rodeada de flores y velas aromáticas, estaba la foto de otra persona. Lo reconoció al instante.
- ¿Saúl? - preguntó confundido- ¿ya lo mataste desgraciada? ¿Para que conservas su foto?
- ¿Matarlo? No seas ridículo... - dijo Altagracia- él si es un hombre de verdad, no como ustedes.
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La justicia tiene nombre de mujer
FanfictionEsta es una historia realmente dura. No va a seguir una continuidad sino que se va a componer de una serie de shots. No voy a contar la historia de un ship, es una historia sobre el dolor, la culpa y la justicia. Aunque parto del argumento de la Doñ...