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Capítulo 00:
Lágrimas sin derramar.


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El motor rugía cada vez más fuerte mientras su delicada mano movía grácilmente la palanca de la caja de velocidades. Creyéndose una piloto profesional de carreras, derrapó por las calles aún congeladas por el invierno, esquivando descuidadamente autos en su camino, todo esto por pura diversión. Una risita cínica murió en el medio de su garganta, siendo un deleite para ella la vibración del volante sobre su agarre a sabiendas de lo rápido que iba. No había un día que hasta lo más mínimo le recordase el poder que tenía desde su nacimiento, en esta ocasión, la manera excesivamente imprudente en la que manejaba. Podía estar arriesgando la vida de otros, pero en cuanto Miranda Lee se entretuviese, no habría advertencia que consiguiera detener a su condenada actitud inconsciente.

Patinó contra el cristalino asfalto al entrar al oscuro aparcamiento, importándole poco o nada si pensó en cómo la posición de su preciado auto podría perjudicar a futuros visitantes del edifico. Su Maserati GranCabrio color negro pulido se veía demasiado bien al estar mal estacionado, parecía imponente, gritaba lo irreverente y malcriada que era su dueña desde que lo obtuvo por su cumpleaños número veinte.

Exasperada por acabar con todo el lío que la estuvo siguiendo las semanas pasadas, se hizo paso en la entrada del imponente edificio, sin utilizar su tarjeta de identificación que le permitiría acceder a las oficinas de los pisos más altos. Ella no necesitaba un gafete dorado con su nombre para que todos los presentes supiesen quién era, y tan sólo lo afirmó cuando un séquito de trabajadores en traje le pisaron sus pasos hacia los ascensores dobles, abriéndole paso cuál un cardúmen de peces entre una marea.

En un meneo exagerado de su cabellera espesa de ondas rojizas, entró en el recibidor de la oficina del piso más alto, saltándose prepotentemente el aburrido chequeo en la recepción y dirigiéndose a su último destino. Nadie la detuvo, ni hubo un impedimento para hacerla llegar frente a las dos puertas de vidrios polarizados que le cerraban la vista de la habitación interior. A sus alrededores, los demás empleados cerraban la boca en un silencio tenso y ella sólo optó por tragarse una risotada, porque no sentía miedo en lo absoluto.

Tenía la pelea ganada.

Un giro de la perilla de metal y ganaría la batalla, eso era todo, ella lo sabía. O quizás, de eso se convenció con sus absolutas fuerzas al no tener más consuelo.

—¿He llegado tarde? —Sonaba sobreactuado, interrumpiendo en la sala sin previo aviso con un aura indulgente de oreja a oreja que nadie le compraba, ni ella misma.

Al fondo, el chico de cabellos oscuros como la noche y perfil angular la observó bajo sus afilados ojos bien abiertos, pareciendo firme, totalmente lo opuesto a lo que conocía a la perfección. Si no fuese por lo rígido que se veía, bromearía un poco con él. Pero ella no estaba ahí para tentar su suerte y la paciencia del mayor, no cuando su ultimátum se encontraba tendido frente a sus narices, a un paso de ser ejecutado. 

—¿Crees que estarás bien solo? —La voz profunda y enigmática que provino de una esquina, provocó que la batalla de miradas con el pelinegro fuese hacia el otro extremo del salón.

Cruzando sus brazos firmes contra su pecho, el hombre de cabellos marrones chocolatosos le miraba impasible, como de costumbre. Vaya sorpresa. No le asombraba verle en ese lugar, y quiso reírse sin humor por lo evidente de la situación. Todo estaba dispuesto para hundirla de a poco, y a pesar que Miranda se resistía a tragarse el orgullo, se invitó a pretender que no entendía lo que le vendría en los próximos minutos.

𝐑𝐢𝐜𝐡 𝐆𝐢𝐫𝐥𝐬 𝐃𝐨𝐧'𝐭 𝐂𝐫𝐲 [NCT REVERSE HAREM]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora