14. MENTIRAS VERDADERAS

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ELEODORO

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ELEODORO

No puedo creer la suerte que tengo. Pensé que ya nunca volvería a tocar a otra mujer. ¡Y qué mujer! Es realmente hermosa. Cualquier pintor estaría feliz de tenerla cómo modelo.

Me encanta su cuerpo, como caen sus senos y esa curvatura en la parte de abajo. Su cintura, sus pequeños pliegues a los lados y la pancita donde estuvo el bebé que ahora duerme tranquilo en el otro cuarto. Y qué bueno, no podría hacer lo que estoy haciendo, con él presente.

¡¿Qué es esto?! ¡Hay un moretón en la espalda! ¡Uno grande! ¡Incluso puedo ver marcas de nudillos ahí! ¡¿Habrá sido capaz ese infeliz después de mi advertencia?! ¡Bastardo hijo de perra! ¡No, no vas a arruinarnos el momento!

Ahora estamos en el suelo, arriba de una sábana rosa. Descubrimos que es el mejor lugar, apartando claro, todo lo que pueda lastimarnos.

La barra es firme, pero muy dura y resbaladiza. La mesa es incómoda y me pegué en las espinillas con una de las sillas. Del sofá nos caímos dos veces y ella se golpeó la espalda con un candelabro... ¡Claro, eso fue! Por el bien de ese idiota, espero que sí. Analizo la forma del candelabro cuando ella me abrazaba y parece que concuerda.

¡Ya casi, ya casi, síguete moviendo! ¡Ah! ¡Me clavó las uñas en el hombro!

Se deja caer sobre la sábana haciéndose ovillo por unos minutos y luego vuelve a montarse encima de mi pelvis rítmicamente, hasta conseguir que yo termine.

Ahora, ambos estamos desnudos viendo al techo.

—Tienes que irte —dice.

—Dame un minuto —murmuro jadeante, pues aún no me recupero. Por un segundo siento que el corazón se me detiene y me asusto. Valiente suicida soy.

—No te estoy diciendo que ya, tontillo —me abraza.

—Entre más rápido, mejor —beso su mejilla para luego levantarme a buscar mi ropa y vestirme. Intento quedar lo más parecido a cuando llegué, para no despertar murmuraciones por si acaso alguien ve. Siempre hay alguien, igual que en mi edificio. En especial la casera, que parece tener una imaginación mejor que la mía.

Frida también se viste, aunque no tan ceremonialmente como yo. Hace una bola con la sábana y va a meterla en la lavadora.

—¿Tienes gel? —pregunto.

—Sí —va por él y ella misma me peina con los dedos, sonriendo.

—¿Qué perfume usas? —pregunta, acercando la nariz a mi cuello.

—No sé el nombre —respondo intentando recordar en el proceso—. Es una imitación y lo compré porque estaba barato —miento.

—Huele muy bonito.

—Tú hueles bonito —le digo.

Ella sonríe, aunque solo con la boca. Su mirada es triste.

—Esto no debió pasar —murmura.

ELE (Versión Extendida)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora