Capítulo 1

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Observo mi reflejo en el espejo. Mi cabello, negro como el azabache, recogido en una trenza, me llega un poco más arriba de la cintura. Mi tez, de un color no muy oscuro, pero tampoco claro, hace que el verde de mis ojos destaque.

Unos toques en la puerta hacen que me sobresalte. Sin que le tenga que dar permiso, una de las muchas criadas del Templo entra en mi habitación, si es que se le puede llamar así.

En una esquina esta situada la cama, no es muy grande, tendrá el tamaño justo para que una persona duerma en ella. Enfrente está colocado el escritorio de madera, con unos pocos libros recogidos en una ordenada pila. Cerca de la cama hay una puerta que da a un pequeño cuarto de baño. Lo más extraño de este es el espejo, que tiene los bordes dorados y ocupa toda una pared.

La criada se acerca a mí con un vestido en la mano. Lo deja en la cama y me indica que entre al baño. Ella entra detrás de mí, trayendo consigo la silla del escritorio. La coloca delante del espejo y yo me siento en ella. Aprovecho que está ocupada cogiendo algo para observarla con más detenimiento. Debe de tener alrededor de cincuenta años, su pelo, que ya es prácticamente de color blanco debido a las canas le cae lacio por la espalda. Sus ojos son de color avellana y los rasgos de su cara le hacen parecer una mujer amable, aunque aquí, en el Templo las apariencias suelen ser engañosas. Me fijo mas detenidamente en su rostro y decido que tiene cara de llamarse Daisy. Lo tengo decidido, a partir de ahora la llamaré así.

Daisy se aproxima a mí con un peine en la mano. Me deshace la trenza y empieza a desenredarme el pelo. Se nota que intenta hacerlo con delicadeza, aunque eso no evita que los tirones sean igual de dolorosos. Una vez desenredado me recoge el cabello en un intrincado recogido hecho con pequeñas trenzas. Después de eso, se acerca a la cama y coge el vestido. Lentamente me ayuda a pasármelo por la cabeza para evitar destrozar el peinado. ¿A quién se le ocurre peinarse antes de vestirse?. Quiero decir, ¿por qué arriesgarse a hacer algo para que luego quepa la posibilidad de que se estropee? Estaba tan sumida en mis pensamientos que no me di cuenta de que ya llevaba el vestido puesto hasta que Daisy me empezó a apretar tanto el corsé que casi me deja sin respiración. Nunca he entendido porque me hacen vestir tan formal. Es una más de las extrañas normas del Templo.

- La sacerdotisa Aphal (también conocida como la Gran Sacerdotisa) os espera abajo- me informó Daisy- Exigió que se pusiera presentable para el visitante que ha llegado hoy al Templo.

¿Visitante? Que extraño. Aquí nunca había visitantes.



La fugitiva del temploDonde viven las historias. Descúbrelo ahora