No tengo ideas para escribir, mi cuerpo está aquí, mis manos están dispuestas a moverse para escribir. Pero hay un problema. Mi mente no está aquí. Comencé buscándola debajo de mi cama; era su escondite más rápido ante los fantasmas que le persiguen, no la encontré. Mi segundo movimiento fue dentro de los armarios de la casa; aun sabiendo que es el peor escondite por todas las veces que los monstruos le han encontrado, tampoco la encontré, pero encontré lágrimas. Me quedaba una opción por revisar, el baño, la puerta estaba cerrada, sonreí victorioso – debí empezar por este escondite – es su preferido. Abrí lento, tampoco la encontré, en cambio halle un pedazo del papel de baño y algo escrito, decía: tengo miedo. Me senté ahí en el piso, ya no tenía opciones. La desesperación me invadía como una plaga. Tomé mi cabeza y susurrando dije – vuelve –
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El cielo empieza a oscurecerse al tiempo que la soledad me invade tal cual enfermedad sin diagnóstico, perdí la noción del tiempo no se si es el atardecer del día que me senté susurrando el débil vuelve.
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Supongo que han pasado días, pero siento que son años sin ella; mi mente, sin ella soy solo un cascaron vacío sin objetivos y sin poder tomar alguna decisión. Mis memorias, a cada hora se van cayendo a pedazos como edifico con orden de demolición, en los pocos recuerdos que aun luchan por quedarse conmigo están el dolor de ella, lo que tuvo que soportar por no escucharla y dejar que salga lastimada sin piedad. La extraño tanto, a mi pequeña compañera de cuentos sin autor, con quien siempre Conte dándome consejos y hasta creando mundos donde podría ir y sentirme con paz. El dolor que siente fue acciones de otra persona, pero fue mi culpa por permitir aquellas acciones, sabia las consecuencias que podría ocasionar en mi pequeña amiga. Jamás se rindió conmigo siempre estuvo conmigo dañada o no, pero ahora... hemos pasado demasiado, me abandono. Debe estar en algún lugar escondida, temerosa, sin saber que hacer; siempre nos hemos tenido el uno al otro, pero ahora las cosas han cambiado de una forma desastrosa. Cuando yo sufría me consolaba creando mundos mágicos, mundos que solo ella podría crear, pero cuando ella sufría nunca la ayude.
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Recuerdo cuando de pequeño fuimos al jardín de niños, yo tenía un nombre pero ella no. Cada vez que lo recordaba entristecía lo cual me afectaba, siendo yo quien liberara lagrimas sin saber el motivo, yo no sabía porque entristecía, preguntaba pero siempre quedaba con más dudas.
Una mañana al estar vistiéndome para ir a la escuela encontré una nota en el armario, decía: me gustaría tener un nombre igual que tu Alex.
Al recordarlo siento una punzada en el pecho, me doy cuenta de que desde el principio ella estuvo para mí pero yo no para ella.
A mis ojos rebotan su nombre, uno que pasamos solo 1 minuto en pensarlo en ese entonces, recuerdo que le dije – ¿Qué te parece Ayla? – Recuerdo su expresión como si hubiera probado algo que tiene mal aspecto pero un delicioso sabor para que la final dijera – ¡Me encanta!
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