Tu novio, ¿yo?

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Nunca antes me había fijado en él, pero comencé a encontrármelo constantemente en la escuela y en la calle. Lo básico es que me di cuenta de que le gustaba y eso, automáticamente, le puso una etiqueta en la frente con la leyenda “pretendiente”.

Me rondó con detalles que interpreté como señales de interés, sonrisas, halagos… luego vinieron las conversaciones que pretendían ser casuales.

Más adelante llegaron las invitaciones para hacer algo juntos; comer, tomar un café o simplemente pasear. Sí, me dije, le gusto, aunque no me tome la molestia de preguntarle para qué le gusto.

El interés que me demostró hizo instalarme en el reino de las ensoñaciones, donde fui armando el escenario de una linda historia de amor a la que no le faltaría nada; donde el guión metal que escribía era simple: “Él seguro está enamorado de mi, pero quiere ir paso a paso. Quiere conocerme mejor”.

Por eso comencé a platicarle  sobre mis intereses, mi vida, mi familia, mis metas y a veces de mis problemas, pero sólo a veces, porque no quería que creyera que soy conflictiva. Empecé a meterlo en mi vida sin preguntarle si realmente era su intención, supuse que debía ser así y ya.

Si me platicaba poco o nada de su vida personal, imaginaba que no lo hacía porque no quisiera preocuparme o porque es “demasiado discreto”, y le puse una palomita mental al asunto. Pensé: “Ya me contará cuando tenga más confianza, me incluirá en sus planes cuando él así lo decida.”

Así pasaron las semanas y éstas se transformaron en meses. Mis amigas me decían: “conque tienes nuevo galán…” y yo me ruborizaba y lo negaba, les respondía que somos muy buenos amigos… pero me contenía de contar que día  a día amueblaba más y mejor mi escenario, sí, el mismo que ambos habitaríamos cuando él se decidiera a pedirme que... no me atrevía a formular exactamente qué.

Desde luego, él sabía que  no tenía compromiso alguno, porque me empeñe  de dejárselo muy claro. Yo, en cambio, no sabía nada de él sobre ese aspecto. “Sería de mal gusto preguntarle”, creí. Y como no soy una loca exigente, no esperaba que me dijera de un día para otro: “he llegado a conocerte al grado de enamorarme… ¿quieres ser mi novia?”. ¡Aunque sería muy romántico!

Como me han enseñado a esperar, jamás le di a notar mi desesperación, ¡qué va! Y es que es tan lindo, ¿para qué asustarlo?

Llegamos a ser muy unidos; imaginaba momentos en los que, como que no quiere la cosa, él me tomaba de la mano, o me pasaba su brazo por el hombro y me acariciaba el cuello o el cabello. Le dio por besarme en las saliditas al café o a la plaza comercial; sus apretados abrazos provocaban que se me subiera el corazón hasta la garganta, aunque… lo disimulaba muy bien.

¡Te quiere, claro que te quiere! Me decía una vocecita en mi cabeza.

Me hizo titubear de sus intenciones cuando en un momento de pasión, me propuso pasar un rato agradable en su casa, ya que sus padres no estarían, porque en verdad le encantaba y me quería todita” para él. ¿Cómo que así nomás? Que no deberíamos ser novios primero…digo, mínimo. Porque al fin y al cabo nos queremos ¿no? “¡Ufff! Es que eso de las palabras no se me da; me siento estúpido diciendo: que, ¿no te gustaría ser mi novia? ¡Total! Tú sabes que me gustas, ¿no? Te lo he demostrado, ¿no?”  fue lo que me respondió. “Además creo que el amor debe ser libre así como estamos tu y yo… lo que pasa es que eso del noviazgo ya esta pasado de moda, no te sulfures.” O sea que a cualquiera le andas proponiendo que se “diviertan” un rato en tu casa, pero, sin ningún compromiso. “¡Esa palabra es la que odio! Ustedes las mujeres la sacan para todo. Al rato me vas a pedir el anillo… yo creí que eras más abierta… más alivianada.” Me desarmo con sus comentarios, pensé que me estaba viendo muy urgida y, tragándome lo que sentía, le dije que estaba bien, que lo pensara y que me dijera su respuesta en unos días, porque no me gusta andar sin compromiso.

Mis amigas preguntaban por “mi galán”. No me atreví a contarles la verdad, porque  ya no era sólo mi pretendiente, pero no era exactamente mi novio. ¡Que confusión!

Durante un tiempo me culpe pensando que lo alejé  por ser tan “convencional”,  por no “comprenderlo”… y fue cuando caí en cuenta de que nunca, hasta que lo enfrente, se atrevió a decirme lo que realmente piensa sobre las relaciones de pareja.

El día de hoy, la casualidad me llevó justamente al café donde fue nuestra primera cita, y el destino me hizo ver que ahí se encontraba él, conversando, de lo más relajado y "amigable", con una chica que le sonreía exactamente como yo lo hacía…

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