LA VIDA EN ALTAMAR

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Después de lo acontecido en el puerto de Evol, la nueva tripulación de "El tiburón negro" se encontraba consternada, mientras Gerald y Dane tenían varias dudas respecto a lo que acababa de pasar.

Tenían la moral decaída, pero aún con los problemas más grandes que cualquier persona pudiera tener se enfocaron en seguir adelante. Aunque la esperanza era casi nula ellos se aferraban a ella.

Al día siguiente Gerald pasó toda la mañana en su camarote. Cuando salió tenía consigo un frasco con lo que parecía ser arena verde. Vito le preguntó qué era aquella extraña arena, pero Gerald solo levantó el dedo índice en señal de que esperara.

—Solo es un frasco con arena verde —le explicó el capitán.

—¿Arena verde?

—Arena verde...

Agitó el frasco y la extraña arena comenzó a brillar con bastante intensidad. Vertió pequeñas cantidades de arena sobre la cubierta del barco y tras unos pocos segundos unas "personas" del tamaño de un niño surgieron de los montoncitos de arena.

—Les presento a mi tripulación —dijo Gerald —. Son xotics.

—Ahh… ¿Qué es un xotic? —preguntó Dane.

—¿En esencia? Son duendes, pero a diferencia de sus parientes de los bosques, estos son mudos y prefieren la vida en el mar —respondió Gerald —. Veamos, somos pocos y hay bastantes tareas por hacer, vamos a dividirnos los trabajos.

Gerald buscó en una de las bolsas de su gabardina y sacó unos trozos de hoja, cada trozo tenía escrito la tarea que debía desempeñar.

Vito iba a limpiar la cubierta junto a otros tres xotics, una tarea algo nefasta ya que los restos de Valpi son difíciles de quitar de cualquier superficie pues su sangre era bastante pegajosa y asquerosa.

A Kara le tocó subir al nido de cuervo y usar el catalejo, una tarea que le entusiasmaba, más por el hecho de que podía dormir sin que nadie se diera cuenta.

A Sam y Gessa les tocó la labor de preparar la comida para toda la tripulación, incluyendo la de los caballos. Optaron por un estofado que no era bastante apetecible, pero no dijeron nada para no ofenderlos, sin embargo, su aspecto no tenía nada que ver con su sabor.

Dara tuvo que hacer honor a su oficio y se aseguró del estado de salud de los caballos, incluso tuvo que darle a Dane un pequeño trozo de lo que parecía ser una plasta que podía masticar y así calmar su estrés.

Después de que Dara calmara el creciente estrés del bardo, este se encargó de asegurar la carga y, a pesar de la madera mágica, él se sentía bastante nervioso, incluso algunos xotics se burlaron de él haciendo muecas de mareo y fingiendo que vomitaban por la borda. Por suerte para él, Hanna estaba cerca y eso lo reconfortaba bastante.

Gerald dirigía el barco. Tenía la mirada fija al frente, pero su semblante reflejaba algo de tristeza. Y no estaba de más, su pueblo ya había sido atacado. A pesar de que Dane y Gerald repudiaban Radeverg los dos no podían negar que le guardaban algo de aprecio a ese lugar.

Gerald dejó que tres xotics se encargarán del timón y se acercó a su amigo.

—Eh, Dane, ¿Recuerdas las antiguas canciones que todos los marineros cantaban en el bar, al anochecer? —preguntó Gerald.

—Sí, como olvidarlas.

—Ya que eres un bardo, ¿Podrías tocar una de esas viejas canciones?

Dane lo miró, pensativo y asintió con orgullo. Bajó a dónde tenían a los caballos y tomó su laúd, invitó a los demás a subir a la cubierta y después de acariciar a Topacio y a Mill, subió.

El Bardo: viaje al fin del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora