Al abrir los ojos maldigo por seguir con vida, no sé cuánto llevo dormido y literalmente me siento tan cansado hasta para respirar, como si hubiera corrido un maratón larguísimo, o como si me hubiese pasado un camión encima por enésima vez.
Al llevarme una mano a la cara me doy cuenta de que le cuelga una intravenosa y la sangre seca se expande sobre mi piel, de inmediato estoy alerta y despierto. Un mareo tremendo me golpea tras haberme levantado de manera brusca de la cama...espera, por las sábanas y el piso hay un rastro de sangre seca como la de mi mano, ¿qué hice ahora?
La odiosa bata de hospital también tiene gotitas rojas, no sé cuánto más me falte por usar esta horrible prenda, pero siento que hace siglos dejé de usar tan siquiera una camiseta y short o pantalón.
En la mesita de al lado de la cama algo vibra...es mi celular, ¿desde cuándo lo tengo conmigo otra vez? La pantalla se enciende por una notificación nueva, no presto atención porque sólo me centro en ver que son las 5:24 am y tengo algunos mensajes: todos se resumen en que yo ya no estoy bien, que algo me sucede, que mi mejor amigo está muerto. Esto último ya lo sé, yo cargué su ataúd el año pasado. Me siento muy desorientado con esos mensajes, ¿por qué me dicen eso?, ¿qué hice ahora?
Presiono el botón que me comunica al área de enfermería y solicito "ropa limpia" (si a una bata de hospital se le puede denominar así) y que se me ayude a bañarme, por suerte olvido lo que decían los mensajes en mi teléfono cuando por la puerta entra Emma, la enfermera que mejor me cae y la que más bien me trata. Le respondo a su saludo y con torpeza dejo que me guíe al baño.
No me siento incomodo cuando Emma me está desvistiendo, porque es por necesidad que me ayuden a realizar muchas cosas, ya que tengo mis piernas rotas y una intravenosa que me dificulta ser independiente, sentado espero paciente a que ella comience a asearme. No es hasta que pide que le alcance el champú cuando suelto mi pregunta "¿qué hice ahora?" Y Emma tose un poco antes de que me enjuague el pelo y con cautela me relata lo que sucedió ayer. Algo muy dentro de mí no se sorprende tras escuchar el teatrito que ayer monté, pero también me da vergüenza.
La cosa estuvo así: un día antes no asistí a terapia física, una enfermera fue a despertarme, no quise salir de la cama, me llevaron el desayuno y almuerzo y no comí nada, para cuando estaban tocando mi puerta quince minutos antes de la cita para la terapia psicológica les maldije a gritos y lancé las bandejas de comida a las paredes y puerta, por la fuerza y el arrebato la intravenosa se desconectó de mi mano...de repente ya mis gritos no eran para despotricar, eran aullidos de dolor. La misma enfermera de esa mañana entró a tranquilizarme y reconectar la manguerita a mi extremidad.
Ahora recuerdo que hacer contacto visual con esa enfermera, sentí como si estuviera viendo a mi madre y me estuviese reprendiendo por mi mal comportamiento. Emma dice que me mantuve en calma por algunas horas con solo estar armando rompecabezas. A la hora de la cena, tuve otra "rabieta de niño pequeño", como ella suele llamarlo, solo que ahora fue más fuerte.
Primero me arranqué la intravenosa, de nuevo aventé la bandeja de comida a las paredes, por los aires volaron todos los objetos que encontré en la habitación, rompí la bata que vestía, mis gritos estaban mezclados de ira y maldiciones, cuando me dirigí por objetos del baño para seguir arrojando tropecé y al caer rompí el lavamanos, ya no me pude levantar y entraron por mí dos enfermeros que por desconocerlos tuve una nueva "rabieta de niño pequeño": forcejee, mis gritos continuaron, me caí al piso, entró más personal de la clínica a contenerme, me administraron varios calmantes y se me instaló en una habitación provisional.
Me mantengo cabizbajo después de que Emma termina de relatarme el espectáculo que monté. Reflexiono. La vergüenza me forma un nudo en el estómago. Una parte de mí no se sorprende con lo que ayer hice porque he hecho peores humillaciones, pero otra parte de mí tiene una sensación rara: miedo. ¿Tengo miedo de mí mismo? Sí no era yo quien hizo todas esas cosas ayer. Porque no ese no era yo, ¿cierto?
Me sorprendo de poder articular un "gracias, era todo", de poder verla a los ojos nuevamente, de levantarme de la silla y caminar con pasos torpes a la camilla, mi poca energía se acabó.
En cámara lenta veo como Emma me pone la ropa, peina mi pelo y me arropa con las sábanas típicas de hospitales. Con el ruido de la puerta al cerrarse, despierto de ese trance en que entré.
Agarro mi celular y presto atención a los mensajes que tengo, me quedo más confundido. Contesto a esos mensajes con que no entiendo y un "no recuerdo haberte mandado esos mensajes". Porque en realidad no sé de qué hablé o trataban esos dichosos mensajes.
Cuando mi amiga me cuenta que comencé a mandarle mensajes sin sentido, desvarié en contarle cosas como que mi mejor amigo (quien ya está muerto) se encontraba conmigo en ese momento, que él y yo estábamos pasando tiempo juntos y demás alucinaciones. Ella me reenvió nuestra conversación de la noche anterior y me sentí mucho más avergonzado, también con algo de lástima por mí mismo y esa otra sensación rara: miedo. ¿Por qué sigo teniéndome miedo a mí mismo?
Nunca me ha gustado justificarme, pero tuve que hacerlo en ese momento, de lo que me contó Emma solo utilicé el hecho de que me habían suministrado muchos calmantes y mi excusa fue "todo eso debió ser un efecto secundario". Continué la conversación con ella, pero esa sensación rara me estaba quemando por dentro. Por poco sentía que colapsaría de nuevo, así que pedí una cita de urgencia con mi terapeuta. No me pudo atender, porque ese día no va a la clínica.
Esa sensación rara, ya no me atrevo a nombrarla de nuevo, me sigue quemando por dentro. No quiero entrar en desesperación. No quiero volver a ponerme mal. Entonces, ¿qué hago?
No sé cómo ni que me iluminó en escribir todo eso que siento.
Y aquí estoy, en un pedazo de hoja y con un lápiz en la mano, dejando que esa sensación rara se vaya de mí.
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Memorias de un sobreviviente
Short StoryDurante 2 décadas mi vida ha sido un constante campo de guerra, antes con orgullo decía que podía con eso y más, ahora el cansancio interior me orilla a retirarme de la batalla diaria. No sólo es vivir, sino sentirse vivo.